lunes, mayo 01, 2006

Insistiendo en la memoria historica

martes 2 de mayo de 2006
Insitiendo en la memoria histórica
Miguel Ángel García Brera
A UNQUE probablemente nada tiene que ver con el tema que voy a abordar, comenzaré mi colaboración con una actitud caritativa. Acabo de leer un artículo de Rosa Regás sobre la pena de muerte y quiero contestar a su autora una pregunta que deja en el aire, a fin de que se ilustre sobre lo que parece desconocer. Dice Rosa: “Todos sabemos que la pena de muerte constituye la negación máxima e irreversible de los derechos humanos. ¿Quién se cree con derecho a quitar la vida al prójimo?” A mi modo de ver, la respuesta es muy simple: Los homicidas y los asesinos. Por eso, cuantas veces se ha reflexionado sobre el abolicionismo muchos han sido lo que se mostraron partidarios, pero bastantes exigiendo aquello de “que empiecen ellos”; es decir los delincuentes. Pero de lo que hoy quiero escribir es de la insistencia con que se vuelve a lo de la memoria histórica; ya en puertas una ley sobre tal cuestión. Lo hago, porque estoy sorprendido de que para recordar haya que dictar una norma legal, y precisamente cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores quita del temario de las oposiciones a la carrera diplomática, una parte, notable y gloriosa, de la historia española, como es la de los Reyes Católicos. Una ley para recordar es una ridiculez; para desmemoriar si cabe hacerla desde el totalitarismo o el autoritarismo. Por ejemplo, desde esas tesituras, cabe aprobar un texto deslegalizando la práctica religiosa tradicional de un determinado pueblo. Sin embargo. no tiene sentido una ley para hacer recordar los errores o males que, en nombre de esa religión o doctrina, se hayan podido producir en el pasado. Eso lo recuerda perfectamente el que lo haya vivido, y lo conocerán los jóvenes a través de los libros de historia, pudiendo contrastar las opiniones y datos de unos u otros autores. En la aplicación de la ley, los ciudadanos no tienen voz ni voto; tan sólo los jueces, y dentro de unos límites estrictos de interpretación de la volunta de del legislador. La memoria ni se impone por ley, ni es posible hacerlo. Sería deseable lo contrario, y poder utilizar la ley como forma de curar terribles enfermedades de nuestro tiempo. En realidad, una ley de la memoria histórica referente a la II República y los regímenes que vinieron después, no puede ser otra cosa que una defensa de un determinado modo de enjuiciar y apreciar esos periodos con vistas a imponer tal criterio a quienes no los hayan vivido. También el objetivo, podría ser compensar, desde el otro bando, la interpretación que hicieron los vencedores de la guerra civil. Pero el hecho es que, vencedores y vencidos, saben perfectamente lo que ocurrió, por mucho que los primeros se empeñaran algún tiempo en dar sólo las pistas favorables, igual que ahora pretenden sus oponentes. Con una norma legal lo más que cabría hacer es levantar nuevas cruces de caídos – recogiendo sólo los muertos republicanos, y probablemente a muchos de sus familiares la cruz no fuera de aprecio – o, como ya se ha venido haciendo, cambiar los nombres de las calles para eliminar apellidos de un bando y sustituirlos por los del otro. Igual podría ocurrir con las estatuas, pero como ya tenemos a Largo Caballero a unos pasos de donde se ha eliminado a Franco, y otros ejemplos ad hoc, me parece innecesaria una ley que, poco más que eso podría hacer, salvo dar definiciones tan partidistas como las que los vencedores dieron. Si éstos consideraron durante el franquismo que los gestores de la República y el socialismo dieron golpes de Estado, entregando la actividad gubernamental y el oro a la URSS, o rebelándose en Asturias y Cataluña, podrían los actuales legisladores insistir, y ya lo hacen en sus declaraciones públicas, en que fue Franco quien se sublevó ilegítimamente. Pero todo eso forma parte de la opinión sobre la historia, no de la memoria y, por supuesto, no tiene acomodo alguno en un texto legal. ¿Podrá una ley convencer al Sr. Zapatero de que el abuelo de su esposa no debe ser mal recordado por morir en el bando que, según él recuerda a menudo, fusiló al buen abuelo del presidente? A mi desde luego, una norma legal no me hará olvidar, pese a tener cinco años entonces, que mi propio primo carnal llegaba a casa, amenazando a mi madre, y obligándole a leer “Juventudes Libertarias”, o que el hermano de mi padre, nos obligaba a recibir y atender a refugiados huidos del ataque franquista, en nuestra pequeña casa de Santander; ni creo que a mis, tan cercanos, parientes se les olvidará que, al terminar la contienda, cambiaron su apellido y mi tío vivió tranquilamente su vida, mientras a su hijo le dieron un alto puesto en un aeropuerto de Canarias, sin que a mi padre se le ocurriera hacer denuncia alguna. Por mi parte, visité a ambos parientes mientras vivimos en la misma ciudad, con asiduidad y afecto, porque en mi casa nunca se vivió el rencor, sino la reconciliación. ¿Podrá una ley hacerme olvidar que, en El Astillero, por ser del bando de los que ejecutaron al abuelo de Zapatero, a otros primos míos, que no mataron a nadie, y sólo tenían 16,17 y 19 años, un mal día les dieron el paseo? ¿Podrá esa ley hacer sentirse héroes a quienes asesinaron a mis primos sólo por ser afiliados a Falange, o tranquilizar la conciencia de quien, todavía hoy, luce ante la familia de mi esposa, las joyas que robaron al padre de mi suegra y el anillo que quitaron del cuerpo de su tío al que, repuesto de un primer fusilamiento – un caso parecido al de “Soldados de Salamina”- le dieron atención médica y, cuando regresó restablecido a su domicilio, el primer día que salió de casa, sus vecinos republicanos le pegaron un tiro en la nuca, por la espalda, en el umbral? ¿Una ley me permitirá a mi mismo olvidar el pesar de mi padre, porque, recontratado su propio chofer para que le cuidara el automóvil requisado por los conmilitones del conductor, un día, llegado a casa para cobrar la mensualidad, me preguntó si “quería dar una vuelta en el coche de mi papa” y le contesté que “no quería dar vueltas con sinvergüenzas que le habían robado el coche”, saliendo el miliciano hecho una furia y dejando, en adelante, de saber de él y del vehículo, que nunca apareció? Ninguna ley mejorará mi memoria, ni me hará olvidar esas cosas, ni tampoco, de otra parte, algunos puñetazos que Valentín, un labrador de mi casa, ya en Reinosa, recibió de algún guardia civil por haber sido soldado republicano y, “por ende sospechoso”, cuando, en los años de postguerra, el maquis, o el bandolero Juanín, asesinaban o robaban en las inmediaciones, y los guardias creían que el buen hombre, en realidad ajeno a toda actividad subversiva o criminal y a quien en mi familia tratábamos con absoluto afecto, podría saber algo. En las dos trincheras hay mucho que recordar y, sin duda, es recordado por quienes lo vivimos, pero la reflexión y el tiempo había borrado el rencor. Todos vivimos, en un lado y en otro, un horror que deseamos no volver a sufrir. Una ley para que “la tortilla se vuelva” o para decretar quienes fueron los buenos o los malos, es una majadería, porque la memoria nos dice que en todas partes cocieron habas y que lo inteligente es dar por superado aquello y aprovecharnos del olvido, si no de los hechos, si del rencor y del ánimo de revancha. Dejémonos de leyes recordatorias de un pasado infernal, como lo es un enfrentamiento entre españoles, donde muchas veces sólo la casualidad te permitía estar en uno o en otro ejército. Los ya mayores sabemos bien lo que pasó, sin necesidad de que nos lo recuerde Zapatero o sus legisladores. Y los jóvenes, si quieren saber algo de aquello, sobre todo para no aceptar que los políticos – que son siempre los culpables de enfrentar a los pueblos – lo repitan, que busquen la cercanía a la verdad en el contraste de los libros de historia, escritos desde una óptica u otra. Decretar por ley lo que sucedió en el pasado, es, insisto, una expresión totalitaria, suicida e inadmisible en un sistema democrático. Si Zapatero quiere que le recuerde la historia, que no sea por haber devuelto el odio y el enfrentamiento entre los españoles, aunque sólo fuera – y abierta la espita nunca se sabe cuánto vino se derramará - a nivel de íntimo rencor.

No hay comentarios: