lunes, mayo 01, 2006

El P entre el simio y el papagayo

martes 2 de mayo de 2006
El P entre el simio y el papagayo
Ismael Medina
P ERDIDAS la S de socialismo, la O de obrero y, más todavía, la E de español, el PSOE se ha quedado sólo en P de partido. En partido endogámico del que la S será en adelante sigla de Simiesco, la O de Obediente y la E de Esquizofrénico. Tengo la impresión de que el catón ideológico de Rodríguez han sido los dibujos animados del Walt Disney en que los animales, sean cuales sean, se comportan como réplica de los humanos en virtudes y vicios. Presiento que de alguna manera lo pensaba así el vitriólico Alfonso Guerra cuando, de buenas a primeras, le endilgó el apelativo de Bambi. Rodríguez se escapó de esa selva virtual hasta llegar a donde está para desgracia de España. Primero por el empeño de Felipe González en cerrar el camino a Bono y Almunia hacia la Secretaría General del P. Y después, merced a la compleja conspiración que desembocó en la matanza del 11 de marzo y en un maniqueo aprovechamiento, bajo la dirección de Pérez Rubalcaba, para birlarle las elecciones al PP (Partido Provecto) al que todas las encuestas previas daban por ganador. Pero sus protectores y lanzadores, tanto internos como externos, desconocían que Bambi Rodríguez quedó profundamente impresionado cuando, arrellenado en la butaca de cine de su León natal, contempló la vigorosa capacidad del enorme King Kong para destruir e imponerse en persecución del sueño enamorado de una rubia que ni tan siquiera alcanzaba la dimensión de su pene y a la que habría destrozado, convirtiéndola en amasijo de carne sanguinolenta, en el supuesto de intentar la consumación de la ansiada coyunda. Fue así como en el infantilizado cerebro de Rodríguez se produjo la paranoica simbiosis entre la imagen de Bambi y la ensoñación de King Kong, la cual le lleva de manera inexorable hacia un nebuloso, gazpachesco y despótico neomarxismo en que andan revueltos ingredientes tan diversos como la utopía roussoniana, el revanchismo iluminista, el totalitarismo comunista del estalinismo y del maoísmo, las dos grandes versiones ideológicas de King Kong, y la insufrible cursilería del Bambi disneyniano. Nada de insólito encierra que uno de los sicarios de Bambi-King Kong en el P lleve al Congreso de los Diputados la iniciativa de reconocer derechos humanos a los simios. Si hoy viviera Orwell no escribiría "La Granja" sino "La sociedad del chimpancé". Ni "1984" sino "2004". Y siempre desde la experiencia española, la cual le condujo a esas dos premonitorias fabulaciones tras haber vivido entre nosotros la feroz deriva estaliniana de la República Popular, para mí la III, en que derivó el continuismo revolucionario y golpista de la II. Esas dos, engendradora la una de la otra, a las que nos quiere devolver Bambi-King Kong, saltándose a la torera, como si no existieran, 40 años de historia real que cambiaron la faz de España y de los que, lo quiera o no, es un tardío beneficiario. La simiesca y esperpéntica iniciativa de equiparar a los humanos con los chimpancés ha proporcionado materia sobrada para diversión de articulistas y humoristas no sometidos al pesebre político y mediático. De todos ellos me quedo como arquetipos el irónico artículo de Antonio Burgos, reproducido por Vistazo, y la caricatura emblemática de Martín Morales en "ABC" de un simio que dice a sus congéneres: "Es justo que se les reconozca a algunos de nuestros hermanos socialistas la misma inteligencia que a nosotros los chimpancés". Y ahí reside el quid de la cuestión a la vista de los despropósitos del P, su gobierno y los partidillos que, deudos del mismo poder oculto y de la nefanda trapisonda constitucional de 1978, tienen a Bambi-King Kong cogido por los cosificados testículos del continuismo frentepopulista. "El Mundo" (27.04.2006) nos ilustraba a toda página que "La Ciencia acerca cada vez más a "sapiens" y simios". Nos dicen los científicos que el estudio del genoma ha revelado que humanos y chimpancés compartimos el 99,4% de los genes. Quizás a Bambi-King Kong le pasara el CNI ese estudio con antelación y de ahí su entusiasmo por el hermano simio. Al fin habría encontrado la clave genética del P, según señalaba Martín Morales. Los paleontólogos, de su parte, consideran que humanos y chimpancés se separaron hace seis o siete millones de años. Esa es la distancia que esconde la diferencia genética del O,6% restante. El PSOE ha tardado muchos menos, poco más de siglo y medio, en descubrir sus ancestros. También ilustran los esforzados científicos que los primates tienen una organización social similar a la nuestra y diferencias culturales. No yerran si tomamos como referencia el perentorio hoy político español. Las reformas educativas del P se encaminan hacia el embrutecimiento de la sociedad. Hacia la cultura del chimpancé. En vez de principios morales se enseña a los niños a comportarse sexualmente como los simios: aquí te pillo, aquí te monto; y si no hay a tiro una Chita con la que desfogarse, las más refinadas técnicas de la masturbación o la practica sin remilgos la homosexualidad. Que en la selva del asfalto la persona humana debe aprender del prehumano y hermano simio. Precedentes estudios científicos nos enseñan que otros seres vivientes, entre ellos los gusanos, tienen también una buen parte de la espiral genética coincidente con la humana, pues no en vano se sostiene que es común el remoto origen de la vida en el planeta Tierra. Más aún si se trata de ratas o ratones, que por eso son la carne de cañón utilizada en los laboratorios para indagar lo que puede ser válido en orden a la salud humana. Y no digamos del cerdo, cuyas válvulas mitrales han valido para reacondicionar las averiadas del hombre. Me pregunto perplejo la razón de que el P no reconozca también derechos humanos a ratas, ratones, conejillos de indias y cerdos habida cuenta de la projimidad genética y de comportamiento que les identifica. ¿Y por qué no el papagayo? Años tardó una cientifico enamorada de los chimpancés en hacerle repetir dos o tres palabras a uno de ellos. Pero el papagayo aprende presto frases enteras y las repite de corrido. Igual que Bambi-King-Kong, atesorador de ideas prestadas o aprendidas en la logia, según corresponde a la O de obediencia. Hagamos al papagayo portador de derechos humanos pese que su masa encefálica sea harto más pequeña que la del chimpancé o la de Rodríguez y compaña. Ismael Herráiz, uno de los grandes periodistas del siglo XX, ahora emparedada su memoria en los subterráneos de la inquisición totalitaria, se trajo de una gira por Guinea un avispado loro de plumaje gris. Imitaba a la perfección el timbre de los teléfonos, el chirriar de la puerta del archivo, los tacos y las voces de cada uno de nosotros. Y así un día tras otro, durante años, enriquecía su vocabulario prestado. Remedaba, pero no pensaba. Al igual que en la domesticación de los animales circenses el instinto de nuestro loro se activaba y acomodaba con el premio de unas pepitas de girasol, cacahuetes o avellanas, como ahora de euros los papagayos políticos y económicos. También aprendió a moverse libremente por todo el edificio. Pero un día se escapó a la terraza en un descuido. Y como eso no lo conocía ni podía discernirlo, se colgó de unos cables de conducción eléctrica y murió achicharrado. También Bambi-King Kong ha escapado a la azotea de los despropósitos y corre el riesgo de terminar como el loro de "Arriba", Pero llevándose a España por delante. A tenor del parentesco genético-político entre hombre y simio no puede causar extrañeza que el totalitarismo partitocrático se deslice velozmente hacia la animalandia democrática con el retorno a la más primitiva sociedad de la tribu e incluso del grupo dominado por el más fuerte o el más avieso. Ni que, por ejemplo, sea el asno con genética de barretina el tótem del catalanismo tribal y secesionista. Vivimos inmersos en un animalismo de simios que en vez de trepar por los árboles y alimentarse de lo que tienen más a mano, lo hacen por la arboleda de la selva política y administrativa para trincar a mansalva, mientras el papagayo repite desde su dorada jaula moncloaca los podridos tópicos con que lo alimentan los iluminados a los que debe su complacida existencia. Tampoco escapa Ibarreche del guión. Si me dejara llevar por su imagen, tan próxima a como nos pintan la de los trogloditas, además de por sus hacer político, podría decir metafóricamente de él que representa el eslabón perdido entre el humano y el humanoide. Estaría a mitad de camino de ese 0,6 genético que separa al homo sapiens (denominación impropia si se aplica a la patulea del P y adyacentes) de la familia del chimpancé, portador de derechos humanos y de valores democráticos por la gracia de Bambi-King-Kong. Caso de aceptar que, como nos dicen los paleontólogos, o algunos de ellos, esos primates tienen un organización social similar a la nuestra, se entiende de inmediato el proceso de compartimentación de España en naciones y nacioncillas en que se ha empeñado el P. Un territorio acotado para cada polígama familia de simios y a la gresca cuando una de ellas pretende invadir el espacio de la otra. Así lo dispusieron los muñidores de la Constitución de 1978 con la introducción del término y el concepto espurios de "nacionalidades", el malhadado Titulo VIII o los inventados derechos históricos de Cataluña y Vascongadas que ahora quieren iguales para sí cualesquiera taifas. Y a no tardar mucho los que fueron reinos años antes o después que Barcelona condado y señoríos Vizcaya, Guipúzcoa y Alava. Estos últimos sólo estuvieron unidos bajo la corona de Navarra, a la que el mito cavernícola de Euskal Herría pretende sojuzgar, cuando a la contra de ese falso historicismo simiesco habría de ser Navarra la que reivindicara su soberanía sobre los territorios de la taifa vascongada. Y más aún si, en pos de los ancestros raciales desempolvados por el paranoico Sabino Arana, recordamos que los ibero-vascones habitaban entre Cataluña y Navarra, se desplazaron en son de conquista hacia el Oeste y sometieron o expulsaron a sus aborígenes várdulos y austrigones. Está claro adónde nos lleva Bambi-King Kong, aunque no creo que él lo sepa a ciencia cierta. Pero sí quienes lo han domesticado para destruir España. Pese a que los simios tengan una organización similar a la nuestra, todavía están lejos (¿acaso otros seis o siete millones de años?) de descubrir los tres poderes de la democracia definidos por Montesquieu. Lógico que, a tenor del retorno a la sociedad simiesca emprendido por el P, Alfonso Guerra ajusticiara a Montesquieu en sonada ocasión. Y que una vez muerto, y alzado Bambi-King Kong sobre el escudo de la sangre vertida el 11 de mazo de 2004, haga mangas y capirotes con la apropiación del poder ejecutivo, del poder legislativo y del poder judicial, amén de pasarse la Constitución por el arco de triunfo. Un totalitarismo paradójico, pues los que le antecedieron y ahora reivindica el P, fueran el leninista, el estaliniano, el maoísta o los disfrazados de democracia, se asentaban sobre una férrea unidad impuesta y a la vez expansiva. El totalitarismo del P aprovecha el poder que tiene de prestado para disgregar el Estado y dividir España en porciones. La ha convertido en mohosa caja de quesitos Bambi-Kin Kong cree estar al frente de una versión española del Planeta de los Simios. Es consecuente por ello que sienta una irrefrenable empatía hacia esos otros regímenes simiescos de Castro, Chávez, Evo Morales o Kirchner. Pero es sólo ocasional y teledirigida marioneta en un satélite simiesco atrapado entre dos fuerzas a las que se debe: la gravitatoria del gran poder oculto y la centrifugadora de los enjaulados zoos taifales, exclusivos para homínidos políticos.

Gentileza de LD

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