martes, julio 15, 2008

Oscar Molina, "Casual"

martes 15 de julio de 2008
‘Casual’

Óscar Molina

R ESULTA sorprendente la facilidad con la que esta sociedad nuestra (tan antiamericana) importa palabros anglosajones para emplearlos por doquier. A vestir informalmente se le denomina hoy día ir “casual” (se pronuncia acentuando la primera “a”). Vivimos unos tiempos en los que mucha gente trabaja de “manager” en una empresa dedicada al “coaching”, y va a la oficina “casual”. Esta misma gente es la que cuando vuela no factura las maletas, hace “chek-in”; y jamás va de compras, sino que se hace un “shopping”. A mí, con todos los respetos, todo esto me parece una horterada solemne, máxime cuando estamos ante conceptos para los que existen una o más palabras en español. En fin…

Hace unos días vimos a un diputado del Partido Socialista aparecer en el Congreso “casual”. Me refiero a ese paradigma del ridículo electoral llamado Miguel Sebastián, que se nos plantó en el templo de la Soberanía Nacional sin corbata. A mí se me ocurre que, dejando aparte la zafiedad de su actitud, Sebastián lo que está mostrando (seguramente de manera involuntaria) es la invencible voluntad de la izquierda de transformar la sociedad. Estos muchachos pretenden que el “casual” pase de identificar al individuo a retratar a la ciudadanía entera, y eso ya es un poco más serio.

La izquierda gobernante jamás ha aspirado a ser catalizadora de una sociedad viva, nunca ha pretendido constituirse en ese asidero imprescindible que supla las carencias de la sociedad civil. La izquierda, por el contrario, siempre ha deseado cambiar la sociedad; erigirse como suprema hacedora de una ingeniería social que transforme a sus administrados en aquello que el Estado califica como bueno desde la autoconcedida hegemonía moral de sus postulados. En el ideario izquierdista no está el consenso, el acuerdo de mínimos, está la imposición de estereotipos que se miden según sus cánones de corrección política. En el alma de la izquierda se encuentra la creencia de que la distribución de la riqueza, la educación de los niños, las creencias religiosas y hasta el establecimiento de lo que está bien o mal, son asuntos que competen a un ente que se encuentra por encima de la sociedad misma llamado Estado. La izquierda no comulga con el libre albedrío de una sociedad que se autoregula sin necesidad de intervenciones externas, ni transige con que las agrupaciones de ciudadanos sean las que defiendan sus propios intereses. La izquierda aboga por regular hasta qué podemos ver o no en la tele y pretende sustituirnos en la protección de todo aquello que nos atañe.

Todo esto, por mucho que los cascotes del Muro de Berlín descalabraran muchos principios, sigue formando parte del credo de la izquierda cuando gobierna, y se hace realidad a través de muchas vías. Una de ellas, la más preocupante, es el moldeo de la sociedad a la que gobierna de acuerdo con su particular maniqueísmo, su inigualable ejercicio de posesión de las palabras y una ficticia superioridad ética que pocos se atreven a poner en duda.

Detrás de las maneras suaves y el buen rollito de la era ZP se oculta una insobornable determinación de ejercicio de ingeniería social, concretado en la transformación de la sociedad en una sociedad “casual”, una invitación al balido y una espeluznante consagración del da lo mismo ocho que ochenta. En la sociedad con la que sueña nuestro socialismo los derechos son pantalones cortos que lo mismo se llevan de acampada que a una boda; ¿Qué más da? Los derechos ya no visten a los individuos, ahora son de los pueblos, de los territorios y hasta de las lenguas. Hay derechos que sólo son propios de las mujeres, como el inverosímil “derecho a abortar”. Es un derecho “casual”, tipo minifalda, última moda, adecuado para vestir con motivo de la fiesta del derecho a la vida, que ya no tiene nada de solemne. Lo mismo ocurre con el derecho de los padres a educar a sus hijos en los principios que elijan, o en la lengua de todos. Ese derecho ahora son unas chanclas, que quedan muy “fashion” tanto en la playa de la ignorancia como en el Junta de Accionistas de quienes pretenden poseer el alma de una sociedad dividida en partes alícuotas. El camuflaje de los que hacen pruebas con misiles que podrían tirarnos algún día no es ya atuendo de enemigo; son socios en nuestro proyecto de Alianza Planetaria.
Un mundo feliz en el que vale todo aquello que nos aleje del compromiso, el sacrificio y la asunción de la responsabilidad de nuestros actos. Que me quedo embarazada sin desearlo, aborto. Que me caso y no me mola la contraria, me divorcio en un cuarto de hora porque “tengo derecho a vivir mi propia vida”. Que no doy un palo al agua y suspendo, paso de curso. Que la enfermedad terminal del abuelo es un infierno, lo sedamos…ya no hace falta formalidad en el vestir para las ocasiones, y la Etica también puede ser “casual”. Más aún si es el propio Estado, custodio único del nuevo evangelio social, quien nos lo dice.

Pero ojo, porque este afán de construir nuestro ser, nuestros valores y nuestra vida empieza a mostrar tras la puerta del decoro las siniestras garras del lobo del nihilismo. Y asusta. Lean si no lo que dice el nuevo héroe de la moral “casual”, el Doctor Montes, acerca de la eutanasia:
"No buscamos ningún grado de consenso con opiniones tan alejadas de las nuestras (…) menos aún con quienes pretenden usar el consenso para limitar el alcance del progreso social”.
La frase resulta escalofriante. El “progreso social” está definido, decidido y designado por quienes pueden imponerlo, sin necesidad de acordar nada con los que no compartamos su opinión. La porción de la sociedad que no considere que la eutanasia significa progreso social, no merece ser parte de un diálogo en el que pueda llegarse a un acuerdo sobre ello. Y no es la sociedad, ni el individuo, quien decide cuáles son los márgenes de la Moral y la Ética. Es el Conciliábulo de Sumos Sacerdotes de la Verdad Progre, a través de sus consejeros gobernantes, militantes y figurantes, el que resuelve qué es “progreso social”, sin que quepa tener en cuenta la opinión de quien se oponga a ello.

“Casual”, sí. Pero pone los pelos del pecho como agujas de gramola.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4727

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