jueves, julio 03, 2008

German Yanke, Las cuentas de Zapatero

jueves 3 de julio de 2008
Las cuentas de Zapatero

Germán Yanke
No quería pero, forzado por la oposición, el presidente del Gobierno tuvo que comparecer ayer en el Congreso para hablar de la crisis económica. Tan no quería, que no utilizó esa palabra maldita —crisis— en un discurso de más de una hora (24 páginas), al menos como descripción general de la situación, aunque tuvo que reconocer que es “ciertamente difícil y complicada”. Tan no quería, además, que empleó casi la mitad del discurso en tratar de convencer a los diputados de lo bien que se habían hecho las cosas la pasada legislatura y de la “fortaleza” que eso implicaba para encarar el “empeoramiento de la situación económica”. Tanto se le notaba que se resistía a la palabra crisis que, de pronto, la utilizó repetidamente, aunque fuese para dibujar las causas —ajenas, claro— de la adversidad: “La crisis del petróleo y otras materias primas y la crisis financiera”.
En la bancada socialista se notaba que el escaso entusiasmo era forzado. Aplaudieron cuando comparó el superávit y la deuda española con el déficit y la deuda de otros países europeos, cuando se refirió al Fondo de Reserva de la Seguridad Social, cuando dijo que ha cumplido, cuando aseguró que no quedarán en suspenso los compromisos en política social. Era como un desahogo: esto pinta muy mal pero no está todo perdido. Hubo aplausos también, para que se vea el tono, cuando Rodríguez Zapatero habló del Programa de Promoción de Lámparas de Alta Eficiencia Energética. La desazón debió de alcanzar también al presidente, que, aunque tenía escrito que el bloque de medidas “es el más ambicioso que se ha adoptado en nuestro país”, terminó diciendo sólo que “es un bloque ambicioso”. Porque el meollo de la zozobra está en las soluciones propuestas, la mayoría ya conocidas, otras incluso planteadas como continuación a las políticas de la anterior legislatura, gran parte señalada como grandes objetivos sin concreción, las más timoratas e insuficientes para la urgencia y para los problemas estructurales y de competitividad de nuestra economía. Si Rodríguez Zapatero cree que los problemas concretos de los ciudadanos se amortiguan con la retórica, es decir, hablando de “políticas socialdemócratas” en los momentos de bonanza y en los de dificultades, se equivoca. Está ante una cuestión fundamental, que afecta a todos y directamente a la percepción de su Gobierno, y no puede ni edulcorar el diagnóstico, ni andarse por las ramas ni aplicar una farmacopea para el dolor de cabeza cuando el mal es mucho más grave. No basta, desde luego, con la contabilidad imaginativa oficial.

Y allí estaba Mariano Rajoy, enfrente, rodeado de los suyos (incluso de la secretaria general y el portavoz en el Senado). Se le ve más tranquilo. Seguro. No ha perdido, claro, ese aire que le viene de vez en cuando más de registrador de la propiedad que de parlamentario eficaz, pero en esta ocasión daba la impresión de que, como el del chiste, podía decirle a su adversario que “no puedo darle la razón porque es lo único que tengo”. Estuvo bien cuando explicó que, en contra del optimismo antropológico del presidente, no estamos mejor que otros para afrontar la crisis, sino incluso peor por el endeudamiento de las familias, el déficit exterior, la dependencia energética, el efecto en nuestra economía de las subidas de tipos de interés y el peso del sector inmobiliario. En su ataque al Gobierno tuvo la delicadeza de no acusarle de las causas, sino de no haber reconocido el problema en periodo preelectoral y, en consecuencia, no haber hecho los deberes precisos. Estuvo irónico cuando, en contra de la visión edulcorada oficial, planteó la gravedad del momento y estuvo acertado al señalar que la solución debe ser compartida y consensuada, tanto porque el Gobierno necesita ayuda en ello como porque los españoles “no deben pagar el pato de nuestras diferencias”.

Tras el diagnóstico, Rajoy enarboló un documento de medidas económicas propuestas por su partido sin referirse al contenido del mismo. Es cierto que pueden ser conocidas por diputados y algunos ciudadanos, pero quizá perdió la oportunidad de concretar su crítica constructiva exponiendo, al menos, las líneas generales de las mismas. Hay un problema, es verdad, en la conversión del forzado optimismo gubernamental en una suerte de mistificación cada día más ridícula, pero el problema más grave es responder no al Gobierno, sino a la realidad.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=03/07/2008&name=german

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