lunes 21 de enero de 2008
A cara de perro en el PP
Pablo Sebastián
Todavía va a pasar mucho tiempo, puede que demasiado para los intereses electorales del PP, antes de que Rajoy y Zapatero ocupen el protagonismo de la campaña electoral en ciernes. Habrá que esperar al primer mano a mano en la televisión, o a la puesta en marcha de la ilegalización prevista de ANV y PCTV, para que el cuerpo a cuerpo entre PSOE y PP se pueda visualizar con nitidez. Pero mientras tanto, la crisis abierta en el seno del PP, por decisión de Rajoy, ocupa los primeros planos de la actualidad y el mayor interés de los medios de comunicación.
Y motivos sobrados existen para ello, porque la exclusión de Gallardón de la lista del PP por Madrid a petición de Esperanza Aguirre y con el apoyo de la cúpula histórica del PP —menos Fraga, casi todos, los Aznar, Cascos, Rato, Acebes, Zaplana, etc.— no es un asunto de trámite o menor, por cuanto afecta al abandono explícito, por el PP, del idílico centro político y también al primer alcalde de España, dirigente mejor valorado del país y la persona que mejor encarna la idea del centro en la oferta del PP. Y porque todo ello ha estado aderezado por el vistoso duelo político entre Aguirre y Gallardón, algo nunca visto, ni en el PSOE ni en el PP.
Y no está claro que, de aquí a las elecciones, las aguas revueltas del PP vayan a regresar a su cauce, por muchos llamamientos que se le hagan —a buenas horas— a Gallardón para que no deje la política, ni eluda apoyar la campaña electoral. Ayer mismo vimos, a cara de perro, un ejemplo de lo que ocurre con la presencia del alcalde en un acto electoral del PP sobre la política educativa, en la que Gallardón y Esperanza no se saludaron y en la que el encuentro de Gallardón con Rajoy fue de una vistosa frialdad, como corresponde a la ocasión. Lo que ha sido destacado por todos los canales de televisión como la prueba misma de la ruptura latente que anida en el PP, y que ya veremos las consecuencias que tiene después de las elecciones, por supuesto según lo que ocurra con el resultado y el liderazgo de Rajoy, que Aguirre se empeñó en dejar a la intemperie en el flanco zurdo del partido.
Sin lugar a dudas, esta crisis constituye un valioso balón de oxígeno para el PSOE, regalo personal de Rajoy a sus adversarios, en un momento difícil para el lanzamiento de la campaña electoral de Zapatero, porque el discurso político del presidente del Gobierno para pedir una renovación del cargo es bastante difícil de construir. Sobre todo cuando sus iniciativas estelares de la legislatura han terminado bastante mal, como se evidenció en el fracaso de la negociación con ETA, tras el regreso de los atentados, los problemas del Estatuto catalán y la aparición de la crisis económica.
Naturalmente, quienes en el PP consideran que la crispación y la derecha pura y dura, “sin complejos”, es suficiente para alcanzar la victoria frente al PSOE con la ayuda de los errores de Zapatero, están encantados con lo que consideran final político de Gallardón, al menos en el PP. Convencidos, y ése puede ser su mayor error y el que los llevó a la derrota en el 2004, de que lo importante es el partido y no los ciudadanos, y que el grueso de este partido, sobre todo entre los militantes —aunque no entre los votantes—, está con el flanco duro y conservador y desprecia todo lo demás que representa Gallardón y que, además, ya ha sido cruelmente vapuleado a lo largo de los últimos años por el diario El Mundo (masajista a ratos de Zapatero) y por la radio de la Conferencia Episcopal, COPE, que lanzó contra el alcalde la campaña más infame que se ha visto, contra un político, desde el inicio de la Transición.
Naturalmente, los barones del PP que se han lanzado contra Gallardón no lo han hecho para apoyar a Rajoy, sino más bien para confirmar que se va a hundir en las elecciones, que es lo que creen todos ellos. Lo han hecho para encumbrar a Aguirre al frente del PP, aunque esa operación hubiera sido más eficaz e inteligente si la presidenta madrileña no hubiera lanzado su órdago a Rajoy, y el presidente hubiera tomado la decisión por su cuenta. Pero ése no es el estilo de Rajoy, ni tiene valor para ello, de ahí que utilizara el apoyo de otros barones para culminar su deslealtad con Gallardón. Un político, el alcalde, que ha pecado de optimismo y de imprudencia a pesar de que todo anunciaba su soledad en el PP, al menos en la cúpula del partido. Porque en mandos intermedios, militantes y votantes se ha desplegado una campaña de apoyos y simpatías que, por algún lado, asomará, al tiempo que lo han encumbrado en el primer sitial del centro político, desde donde debe esperar los acontecimientos antes de pasar a la acción final.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=21/01/2008&name=manantial
lunes, enero 21, 2008
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