lunes 21 de enero de 2008
Un Himno Nacional para una nación que ha dejado de serlo
Ismael Medina
E L Himno Nacional sigue sin letra. La tenía y se cantaba. Una letra escrita por Pemán que exaltaba las glorias de España sin asomo alguno de concreción política coyuntural y era válida para cualquier régimen. Pero llegó la hora del totalitarismo partitocrático y fue arrumbada. ¿Por qué? Por la razón mostrenca de que el autor era Pemán, la escribió durante el régimen de Franco y el Estado Nacional la hizo suya. Resentimiento y revanchismo en la izquierda, antiespañolismo de los separatistas y cobardía de los autotitulados centro progresista y centro derecha a los que atemoriza ser tachados de franquistas.
Resulta grotesco que el Comité Olímpico Español haya tomado la la iniciativa de ponerle nueva letra al Himno Nacional mediante pintoresco concurso público. Las competiciones deportivas, y en particular el fútbol, o balompié, dejaban mudos a nuestros equipos o vencedores cuando se interpretaban los himnos nacionales de los contendientes. Resultaba llamativo el contraste con los himnos de otras naciones, cantados a pleno pulmón y fervorosamente por los protagonistas y sus seguidores. De un tiempo a esta parte era frecuente que, a falta de letra, se sustituyera en las gradas su ausencia por el runruneo del ritmo. Ha sucedido algo parecido con el escudo de la Bandera Nacional, rescatada por una parte consistente de la sociedad frente a la inhibición oficial. A alguien se le ocurrió un día sustituir el escudo de la devaluada Monarquía parlamentaria por la altiva silueta del toro ibérico y la iniciativa hizo fortuna.
La estrambótica comisión creada para seleccionar la letra escogió la que le pareció más neutra, apenas una variante “democrática” de la secuestrada de Pemán. Pero ahí comenzó el follón. A la izquierda y a sus apoyos secesionistas les repateaba sobre todo el “¡Viva España!”. Habrían querido un “¡Viva el Estado de las Autonomías!”, cuando menos. Tampoco le satisfacía la alusión de pasada a la pluralidad nacional. La exaltación de España como aglutinante y realidad histórica repugna a quienes, todavía hoy en el poder, no creen en España y se esfuerzan por destruirla.
La clave de los himnos no radica en la feliz conjunción de música y letra, sino en que una y otra coincidan con el sentimiento profundo del pueblo en un determinado momento de afirmación de su ser histórico o de revolución triunfante. Para que ese engranaje emocional se produzca es necesario que los autores del himno se sientan intelectual y emocionalmente comprometidos con la circunstancia histórica de una sociedad anhelante de futuro. Así nacieron La Marsellesa, el Deustchland y tantos otros himnos, amén de los revolucionarios como La Internacional o A las Barricadas.
La primera cuestión a dilucidar es si el Himno Nacional español, antes Marcha Real e inicialmente Marcha de Granaderos, admite por su propia naturaleza una letra para ser cantado, sea cual sea. Muchos opinan que no. Y otros dicen que para conseguirlo sería necesario someterla a correcciones musicales que le proporcionaran un ritmo más pausado y la conveniente solemnidad y emoción. Como en materia musical soy uno de tantos me abstengo de tomar parte en la disputa. En relación con los primeros conviene recordar, aunque se haya divulgado, el origen de nuestro Himno Nacional.
Manuel Espinosa de los Monteros, oboísta y director de la Cámara Real entre 1766 y 1810, compiló toda una serie de composiciones para múltiples actos castrenses en el “Libro de la Ordenanza de los toques de pífanos y tambores que se tocan nuevamente en la Infantería Española”. Entre ellas figuraba la “Marcha de Granaderos” para los desfiles de este Cuerpo. Luego se utilizó como marcha regia en los actos solemnes a los que el monarca acudía. Más tarde, por una Real Orden de 1853, se la identificó como himno de la Monarquía y de España.
Sólo en dos ocasiones se planteó la sustitución del Himno Nacional cuya historia he sintetizado. Tras la revolución de 1868 y la caída de la Monarquía, se decidió crear un nuevo Himno Nacional para la República Federal. Fue convocado un concurso al que acudieron más de cuatrocientos proyectos. Ninguno satisfizo. Ese vacío y la fugacidad del gobierno republicano coadyuvaron a la perennidad de la Marcha Real como Himno Nacional. Traigo a colación el dato por su llamativo paralelismo con la iniciativa del COE y su fracaso. A Rodríguez, autor de la chorrada de monarquía republicana como paso previo hacia una problemática república confederal, le habría satisfecho una letra en que no se hablase de España ni de su historia. Ya habría tiempo para cambiar música y letra del Himno Nacional.
Pero una vez consumado en plenitud el proceso revolucionario iniciado sobre la sangre del genocidio del 11 de marzo de 2004, llegaría la hora de cambiar de bandera y de himno. Como en la II República, de la que Rodríguez se cree heredero, iluminado por el destino para su restauración. ¿También del Himno de Riego?
El Himno de Riego, inicialmente Himno a Riego, nació en 1822. La música era de José María de Reart y Copons, aunque se haya atribuido a otros que acaso participaran en las sucesivas adaptaciones que se realizaron. Evaristo San Miguel, amigo y correligionario del homenajeado por el levantamiento liberal en Cabezas de San Juan, fue el autor de la letra inicial, la cual sufrió cambios reiterados. Existió inicialmente otra letra, debida a Alcalá Galiano, que Riego rechazó, se dice que molesto por no aparecer su nombre. Pese a tratarse de un himno de exaltación personal, y luego de partido, la II República lo hizo suyo con un nuevo arreglo: el musical de Oscar Esplá y una nueva letra, encomendada al poeta Antonio Machado. A ninguno de los dos asistió la inspiración en este caso. Puede corroborarlo quien lo escuche. Pero las crítica, alguna crueles, se multiplicaron tras su presentación en el Ateneo madrileño con asistencia de Azaña. La interpretación corrió a cargo de la antigua Banda Real del Cuerpo de Alabarderos y la cantante Laura Nieto, por entonces muy cotizada.
Del Himno de Riego, ya himno oficial de la II República, escribía “El Sol” despectivamente: “Es una pieza poco inspirada, basada en la opereta “El desfile del amor”. Más contundente sería Pío Baroja. Lo calificaba de “callejero y saltarín” y sostenía que “no cuajó en la segunda república porque carecía de relación exacta o aproximada con ella”, pues tampoco ésta era heredera del liberalismo, sino “obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla”. Baroja concluía: “Hay que reconocer que oficialmente y popularmente no tiene letra”. Sí la tenía, pero se convirtió en una agreste y ramplona cancioncilla anticlerical. Aquella que cataban las masas levantiscas con esta letra, tantas veces recordada: “Si los curas y frailes supieran/ la paliza que les vamos a dar/ subirían al coro cantando:/ ¡Libertad, Libertad, Libertad!”.
La predilección republicana por el Himno de Riego no fue casual Existe una relación de causa a efecto entre la pertenencia a la masonería de los personajes de la I República a los que alude Baroja, no pocos de los liberales que les antecedieron y los que determinaron el sesgo ideológico de la II República y de su constitución. Conviene recordar, asimismo, que la izquierda radical hizo caso omiso del Himno de Riego, salvo ocasionalmente. Socialistas y comunistas tenían como himno La Internacional y A las Barricadas los anarcosindicalistas. Fueron ambas las que prevalecieron en cualesquiera ámbitos durante la República Popular, o III República.
La cita de Pío Baroja respecto a la falta de relación entre el Himno de Riego y la realidad republicana propone una cuestión de indudable calado político. O si se quiere, ideológico. No fue buena la elección por la monarquía borbónica de la Marcha Real como Himno Nacional. Pudo haber creado otro himno de superior densidad y arraigo popular. Pero no lo hizo pese a haber dispuesto en cada periodo de excelentes compositores y poetas que muy posiblemente habrían acertado en conectar con la emoción patriótica de nuestro pueblo. No obstante, y aún sin letra, arropó a quienes en unas u otras ocasiones lucharon y murieron por España.
No es ni mucho menos casual que una sociedad o parte de ella entren en comunión con un himno cuyos autores eran partícipes de ese mismo pálpito colectivo de cambio o de reafirmación. Resulta asimismo expresivo que se hayan sobrepuesto a los cambios de régimen, incluso reiterados, algunos himnos nacionales. Sólo en contadas ocasiones con algunos retoques en la letra. La clave radica en que hacían suyo el sustrato cultural e histórico de la sociedad que los asumió. Lo que conduce a preguntarme si la Marcha de Granaderos, o Marcha Real, respondía al entrañamiento que Baroja echaba de menos en el Himno de Riego. Su perdurabilidad como Himno Nacional de España es, sin embargo, llamativa. Dos pueden ser las causas: la voluntad del poder político por mantenerlo a despecho de los periodos republicanos; y paradójicamente, que su falta de letra no lo identificaba con situaciones políticas transitorias.
El régimen Franco restableció la Marcha Real como himno nacional a poco de comenzada la guerra y años antes de que se sometiera a referéndum la Ley de Sucesión. Pero situaciones bélicas como aquella reclaman un himno que ahonde en el alma colectiva y haga vibrar sus resortes emocionales. Fue la causa, sin duda, del arraigo que alcanzó el “Cara al sol” durante la contienda y después de ella, pese a ser el himno de un concreto movimiento político, Falange Española, que aspiraba a una profunda revolución nacional que aunara tradición con futuro. Y que, como pone de manifiesto Antonio Castro Villacañas en sus Apuntaciones, no se correspondía con la entraña ideológica del nuevo Estado, resultado aditivo de las corrientes políticas, tan variadas y tantas veces contrapuestas, que se sumaron al Alzamiento para salvar a España de su sovietización. El “Cara al sol” combinaba una música atractiva y coreable, obra del maestro vasco Tellería, con una letra de excelente corte poético que incitaba al amor, a la paz y al esfuerzo por una España mejor. Por eso se convirtió en el himno que durante muchos años se cantó en multitud de manifestaciones colectivas, multitudinarias o no.
Una cuestión lacerante se nos plantea hoy a los españoles tras el fiasco de buscarle al Himno Nacional una letra para que se pueda cantar en competiciones deportivas por los participantes y sus seguidores: ¿Es la Marcha Real el himno de España, del Estado español, de una España jibarizada o de una España camino de convertirse en entelequia?
Un himno nacional lo es en tanto que exista la nación a la que exalta y sirve de símbolo y de guía. ¿Lo es ya España? El actual presidente del gobierno dijo un día, obviamente refiriéndose a España, que la nación es discutida y discutible. No fue el lapsus de un pobre imbécil, aunque su cortedad intelectual y política pudiera darlo a entender. Está convencido y lo pone en práctica. Rodríguez no cree en España. Lo ha demostrado hasta el hartazgo. Y no sólo por promover el Estatuto de Cataluña y chalanear con los secesionismos repartiendo España como si fuera una tarta para celebrar su aniversario de boda con el iluminismo. En su reciente y forzada visita a nuestras tropas destacadas en el Líbano no sólo eludió el obligado ¡Viva España!, suplido por un soldado. Dijo a quienes se juegan la vida como militares españoles que la ONU es la patria de la paz. ¿Será la Organización de las Naciones Unidas, en vez de España, a la que debamos cantar en el futuro como himno y morir para servir sus intereses?
Actitud la de Rodríguez coherente con la de esa izquierda recalcitrante que ha propuesto retirar de los cuarteles el lema de “Todo por la Patria”. Y también la orden del ministro de Defensa para que retiren de sus instalaciones todos los “símbolos franquistas “ que en ellas existan. Orden transmitida a través de los altos mandos de los Ejércitos, convertidos por Rodríguez en sumisos comisarios políticos del totalitarismo sociata. Quienes hemos servido a España como soldados y hemos visitado luego no pocos cuarteles conocemos que muchos de tales “símbolos franquistas” son recuperaciones de símbolos tradicionales, afincados en nuestra historia, que fueron desmantelados e injuriados durante la República Roja, o III República, para sustituirlos por los de estirpe soviética. ¿Considerará el hermano Alonso que son “símbolos franquistas”, por ejemplo, las imágenes de las advocaciones marianas en los diversos ejércitos y cuerpos de la Fuerzas Armadas? ¿Y también la exaltación de España en los himnos de sus unidades?
He repasado estos días los himnos de un buen número de unidades, en particular de regimientos, muchos de ellos desparecidos por una reforma militar “democrática” que ha reducido nuestro potencial de defensa a la mínima expresión en un momento en que el enemigo acecha desde el sur. Y también ya desde dentro. Por ejemplo:
El himno del Regimiento España nº 18, del que extraigo: “El de España es nuestro nombre,/ nuestro orgullo de ser”. Y en otra estrofa: “Nuestra historia conquista de aventuras, /de paz, de laurel y de amor/ con el nombre de España por ley”.
O éste del Regimiento Garellano nº 45: “Soy soldado en Gareallano/ regimiento bilbaíno por amor a la Villa/ y español por su destino”.
O el himno del Regimiento Asturias nº 31, que llamaban de los Congrejos porque jamás perdieron la cara frente al enemigo. En su cuartel de El Goloso cumplí las prácticas de la Milicia Universitaria. De su letra recojo una estrofa que hice mía, muriera en guerra o en paz: “Al claro sol de mi Bandera,/ la aurora luce sin cesar,/ por eso quiero cuando muera/ su manto para descansar”.
El llamado Estado de las Autonomías, que no de España, nos proporciona 17 banderas taifales, en su gran mayoría inventadas, que Rodríguez coloca junto a la de España, en la que no cree, cuando en la Moncloa recibe a los caciques de unas u otras, sobre todo si se trata de separatistas, como si se tratara de jefes de Estado, que es precisamente hacia donde caminan empujados por quien con los acoge. E igual sucede con los himnos de las taifas, inventados o extraídos del folklore popular.
El Himno Nacional ha desaparecido en las taifas secesionistas de una nación, la española, que ha degenerado en “nación de naciones”, un contradios, que decían nuestros antepasados. Algo así como los detritus que vierten las alcantarillas. Y hacia las alcantarillas de la historia nos conduce el antisistema sin que sepamos a ciencia cierta si somos españoles u onunianos. En tal situación más vale un himno sin letra que con una letra desvaída acorde con la realidad ominosa de una España moribunda.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4397
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario