jueves 3 de enero de 2008
Unas manos prodigiosas
Félix Arbolí
C OMO todos los años y espero que por muchos más, he visto y oído en la televisión el concierto de Año Nuevo de la orquesta filarmónica de Viena. Es un programa que procuro no perderme, ya que lo considero una magnífica y optimista manera de iniciar el año. Una exhibición que supera la más sublime representación sinfónica y artística y deja al espectador embelesado y sosegado. Es la fórmula eficaz para olvidarse de las preocupaciones de éste 2008 que, al parecer y si Dios no lo remedia, nos llega cargado de malos presagios y no muy buenas intenciones. El concierto fue un auténtico espectáculo musical de categoría universal, (lo retransmiten a 55 países), y a la calidad de las obras seleccionadas y tan soberbiamente interpretadas por esa archifamosa orquesta, se une el fausto y la belleza que le complementan con decorados, paisajes y números de ballet. Un recreo para la vista y un regalo para el oído, a través de las maravillosas sensaciones de una música inmortal. Grandioso y único en su género. Me acueste a la hora que me acueste la víspera, siempre me levanto a tiempo para asistir desde mi salón y en primera fila, a tan maravilloso espectáculo. . Me siento diferente cuando contemplo a ese conjunto armonioso y solemne, donde el alma se serena y el espíritu demuestra su superioridad sobre la materia. Ante esa maravilla me doy cuenta de la misericordia de Dios por permitirme gozar un año más de algo tan sublime. Este de 2008, ha ofrecido nuevos alicientes, aunque parezca imposible, pues en cada celebración parecen tocar techo. El no va más. El director ha sido el francés Georges Pretre, un auténtico espectáculo de interpretación y animación. Hasta el extremo de desear que lo enfocaran sobre cualquier otro detalle o decorado. La música cobraba fuerza y belleza en sus gestos. Parecía que era él quien hacía vibrar los instrumentos y exhibir la belleza contenida en esos valses y polcas que han alcanzado el don de la inmortalidad. Sus manos, sin batuta, movidas con suavidad y gracia, en compases que parecían aleteos de mariposas, expresaban con toda la intensidad el arte y la armonía propios de los Strauss, a los que este año estaba dedicado el concierto. No he visto un personaje más interesante y magnífico que este venerable maestro de 83 años, al que yo a mis setenta y cinco envidiaba su fuerza, destreza, dinamismo y entusiasmo. Era portentosa su habilidad para poder entusiasmar a millones de televidentes con su manera única y genial de dirigir una orquesta y convertirse en la indiscutible atracción de la misma. Maravilloso el ballet que acompañaba a algunas de las piezas interpretadas. Una perfecta combinación de bailarines que vaporosos y gráciles, como si fueran elfos y hadas, más que bailar gravitaban sobre los salones donde se exhibían la magnificencia y el poderío de los antiguos emperadores de la Casa de Habsburgo. Algo etéreo e impresionante que hacía pensar que al ser humano le es posible volar en determinadas ocasiones, cuando el arte se hace milagro. . Pero evidentemente el mayor atractivo, siendo mucho el que todos los participantes tenían, era el venerable profesor y no lo llamo de esta forma por su edad, sino por sus indiscutibles méritos, que acaparaba miradas y dejaba volar libremente nuestra imaginación, observando el movimiento de sus manos, como acariciando algo invisible que flotaba en el ambiente y desmenuzando con sus dedos imperceptibles partículas convertidas en armoniosas vibraciones. Sus ojos, esa mirada penetrante y suave a un tiempo, a veces como dormida y a ratos fuertemente exaltada, se perdían más allá de los límites de la orquesta y del enorme y majestuoso escenario donde se hallaba, en un intento de hacer olvidar al mundo su compleja realidad. Sus manos hechas poema, imitaban en sus movimientos el delicado y pausado vuelo de un cisne y a su conjuro violines, oboes, arpa, trompetas y demás instrumentos musicales, ofrecían el fascinante milagro de hacernos sentir seres privilegiados al poder ser excepcionales testigos de tan delicioso y solemne conjuro. Un toque de festivo relax y alegre distracción la alusión al fútbol. La orquesta luciendo la bufanda con los colores de la selección austriaca y el director con el balón de reglamento, el silbato y la inevitable tarjeta de sanción. Homenaje y recuerdo a la Eurocopa que este año tiene a ese bello país como escenario. Nada dejado al azar y todo dentro de un ritmo y un ambiente propenso al bienestar y desasosiego de los felices espectadores. . Comprendo que se agoten las entradas desde el mismo instante que termina el del año anterior y que alcancen precios muy elevados y ya casi astronómicos en la reventa. Disfrutar de una hora de música celestial, sentirse por encima de las nubes y miserias cotidianas y reconocer la grandeza del espíritu por encima de toda limitación humana, bien merece tan formidable esfuerzo. Este año, por lo visto, han tenido que realizarlo por partida doble, ya que el aforo había sido adquirido en gran parte por los japoneses, que llenaban la sala y los aficionados del resto del mundo no querían privarse de gozar esa inigualable oportunidad. De chinos y japoneses estamos hasta las trancas, como diría el castizo. Yo, cuando finalizó, con la lógica pena de que acabara esta maravilla audiovisual, solo pude dar gracias a Dios por haberme permitido una vez más disfrutar de este fascinante espectáculo con el que inicio cada año. Como decía nuestro Bécquer “Hoy la he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios”, yo puedo decir también que hoy lo he visto, oído, y disfrutado, hoy me he encontrado más cerca de Dios. Gracias Señor por darme tanto, a cambio de nada.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4362
jueves, enero 03, 2008
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