viernes 15 de septiembre de 2006
El humor de Zapatero, la paz del Líbano y el gobierno esperpéntico
José Meléndez
T ENDRÍAN que resucitar Tono y Mihura, esos dos geniales innovadores del humor, para que nos hicieran una definición del humorismo de José Luis Rodríguez Zapatero y su gracioso don de describir las cosas de una forma completamente contraria a como son y lograr, encima, que la gente se lo crea. Según nuestro presidente del gobierno, los 1.100 soldados españoles que van al Líbano lo hacen en misión de paz porque en el Líbano, un país paradisíaco que pertenece al reducido número de naciones que tienen símbolos forestales -luciendo un cedro en su escudo y su bandera como ejemplo de los que inundan sus magníficos valles y sus agrestes montañas-, no hay guerra. Los soldados españoles van poco menos que de vacaciones exóticas, como las que organiza Viajes Halcón, para confraternizar con los israelíes –a los que Zapatero había puesto previamente de chupa de dómine-, los sirios y los milicianos de Hizbolá. Van al sur libanés, un poco lejos de Beirut y sus maravillosas playas mediterráneas, pero siempre tendrán la posibilidad de hacer una escapadita de fin de semana. Los cincuenta años de tiros, cañonazos y bombardeos entre los sirios, los israelíes, los palestinos y los propios libaneses divididos en maronitas, sunníes, chiitas, drusos, árabes musulmanes, cristianos, ortodoxos y cristianos turcos, que han costado muchos miles de muertos, que obligaron a varias intervenciones de fuerzas de la ONU y de Estados Unidos y que han causado la muerte de 268 cascos azules desde 1.978, son producto de la estrategia del Partido Popular de provocar una constante crispación y tratar de criticar cualquier situación con una perspectiva negativa y agorera. El envío de estas tropas al Líbano, según Pepiño Blanco –también conocido como el “corruto”, no porque lo sea, que no lo es, sino por su peculiar forma de pronunciar el despectivo calificativo- significa el fin de la foto de las Azores y el comienzo de un oasis de paz, aunque el presidente francés Chirac le haya transmitido a Zapatero su preocupación por el futuro de los soldados europeos en el país del cedro. La paz es ahora el vocablo más apreciado en el edulcorado vocabulario del presidente. Ha sustituido al talante y Zapatero espera conseguir con ello muy buenos réditos, especialmente en la situación del País Vasco, donde acaba de anunciar que “en las próximas semanas se iniciará el diálogo con ETA” y en este tema “se acercan momentos trascendentes” En un alarde más de su sorprendente humorismo, hizo el importante anuncio en unas declaraciones en la página digital de un semanario alemán. Nada de Parlamento, de conferencia de prensa –que vino después- o en medios españoles. Todo el mundo sabe que unas declaraciones en alemán tienen un indiscutible relieve a nivel internacional. Y todo el mundo sabe que esas declaraciones se produjeron unas horas después de que el prestigioso político Arnaldo Otegui se lamentase de que “el proceso” –no será alguno de los muchos que tiene pendientes en los juzgados-. está bloqueado y que ETA-Batasuna está a punto de romper la baraja. Y el elegante y apolíneo etarra Iñaki Bilbao expresó con una elocuente claridad en la Audiencia Nacional que, para él, “el momento trascendente” será cuando le pueda pegar siete tiros al juez Guevara. Pero si la paz es el manto seráfico en el que ahora Zapatero envuelve todo, su gobierno es algo muy cercano al esperpento. Durante tres semanas hemos tenido dos ministros de Industria. Mientras el titular se dedicaba a echar balones fuera pensando en su relevo, el sustituto calentaba en la banda, dándole esporádicas pataditas al balón de la Opa sobre Endesa antes de que el árbitro le autorizase a entrar en el terreno de juego. Y cuando lo ha hecho, el conocido como “alcalde del derrumbe” por el estrepitoso fracaso del Forum de las Culturas y el hundimiento del barrio del Carmelo, se hizo un lío con los cargos y prometió ante el Rey y el presidente el de ministro de Justicia. Según la frialdad incuestionable de las actas, ahora tenemos dos ministros de Justicia y ninguno de Industria, aunque uno de los primeros, el auténtico, esté ya destinado a Canarias para contemplar el turismo masivo que llega en cayuco al Puerto de los Cristianos. Hace pocos meses, la ministra de Educación fue cesada al día siguiente de ver como su ley de enseñanza, bastante mala pero ley al fin, era aprobada por el Parlamento y tras el cambalache de ministerios que supuso la salida de José Bono, tenemos ahora a una ministra de Sanidad postulada para dirigir la Organización Mundial de la Salud y poder dedicarse así a su trascendental tarea que es la de limpiar de humos del tabaco todos los confines de la tierra, vital menester que, a buen seguro, no la dejará ocuparse propiamente de su departamento. Y para coronar el esperpento, Zapatero ha nombrado a la jefa de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid, Trinidad Jiménez –la de la chupa de cuero- secretaria de Estado de un Departamento para Iberoamérica que todavía no existe. O sea, la carreta delante de los bueyes. Es difícil ponerse serios ante situaciones semejantes, pero no hay más remedio que hacerlo por la gran importancia de los temas. La única explicación que puede encontrarse ante tanto desbarajuste es la característica de improvisación que ha presidido la política de Zapatero desde que llegó al poder sin esperarlo y sin estar realmente preparado para ello. Preso, además, en su corsé de cuotas, la femenina, la regional y la de las distintas “familias” que componen el PSOE, no tuvo más remedio que recurrir a su grupo, el que había aglutinado en la oposición y que era el más cercano a él. Y como no tiene más gente de confianza, cada vez que se le presenta un nuevo reto recurre a los mismos, lo que le da a su gobierno un marcado sello de provisionalidad y justifica el constante trasvase de cargos. Y se avecinan más cambios, con lo que el presidente se quitaría otros ministros y ministras más ineficaces que el resto. Naturalmente, en el panel de salidas figura Jesús Caldera, que en su ministerio de Trabajo diseñó esa regulación de inmigrantes que iba a ser “el asombro de Europa” y lo que ha provocado es un rapapolvo colectivo de toda la Unión Europea. Y cuando ha visto que después de que su aireada Ley de la Violencia de Género ha producido un aumento de los asesinatos de mujeres, se ha disculpado con la afirmación de que más de la mitad de las asesinadas no habían observado las medidas de protección, lo que ya no es ineficacia sino insidia. Y para terminar con los esperpentos, tenemos la triunfal celebración de la Díada catalana (la “liada” nacionalista la ha bautizado la agudeza de un humorista), en la que los nacionalistas se han vanagloriado de que el Parlamento español haya reconocido a Cataluña como nación y, sobre todo, de haberse llevado con todo género de blindajes, un 40 por ciento de aumento de las inversiones del Estado en Cataluña en el año 2.007 –que llegará hasta el l00 por ciento en algunas de ellas-, lo que representa un 18.5 por ciento del presupuesto nacional. Y el resto para los españoles. Esto ha llenado de satisfacción a los nacionalistas catalanes, porque sobre sus ruidosas reivindicaciones identitarias, lo que de verdad perseguían, y han conseguido, era llevarse el saco para tapar sus inveterados errores de gestión. Los ricos más ricos y los “residuales” que se las arreglen como puedan. Un “irreprochable” principio socialista.
jueves, septiembre 14, 2006
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