lunes 25 de septiembre de 2006
Cuanto antes, el Estado contra ETA
LA gravedad del comunicado leído por tres encapuchados etarras en el «Gudari Eguna» (Día del Soldado Vasco) no reside tanto en lo que dice como en lo que calla. Por primera vez desde el 22 de marzo pasado, ETA no ratifica expresamente el alto el fuego «permanente» decretado ese día, ni manifiesta su voluntad de continuar el proceso abierto por la tregua, ni siquiera emplaza al Gobierno español a dar nuevos pasos para facilitar lo que los terroristas llaman una «solución democrática» al conflicto. La ausencia de estos tópicos de la retórica etarra -que tanto han aprovechado los entusiastas de la negociación con ETA para laminar a los críticos y escépticos- es, a todas luces, el síntoma más inequívoco de que el proceso de diálogo con los terroristas no sólo está bloqueado, sino que ha entrado en una pendiente que conduce directamente a su clausura definitiva. De hecho, lo que ETA dio a conocer el sábado pasado, al confirmar «el compromiso de seguir luchando firmemente, con las armas en la mano, hasta conseguir la independencia y el socialismo de Euskal Herria», es la revocación no formal del alto el fuego, quizá con la intención de forzar del Gobierno un gesto agónico que, aun siendo extremo, habría de expresar con suficiente claridad la disposición a pasar por el aro de las reivindicaciones de los terroristas. En lo que calla está lo más inquietante de este comunicado, porque es lo que, reflejado en los anteriores manifiestos -cinco, más la entrevista en el diario Gara-, utilizaban el Gobierno y el coro de voluntariosos que le acompaña sin sentido crítico en esta aventura temeraria del diálogo con ETA para justificar su impenitente error de apreciación sobre lo que significan para los etarras sus treguas y sus ofertas de diálogo.
Rodríguez Zapatero ya no puede seguir luchando contra la evidencia de que ETA rechaza desde el sábado las condiciones de diálogo establecidas en la resolución aprobada por el Congreso de los Diputados en mayo de 2005. Tampoco debe sentirse compelido a dar paso alguno que evite lo que probablemente será el desenlace natural de esta tregua, es decir, la vuelta declarada a la violencia, pues lo que pide ETA para no usar las armas que ya tiene en la mano no está al alcance del Gobierno. Nunca lo he estado, pero ahora que ETA plantea taxativamente la disyuntiva entre autodeterminación o violencia, se hace más explícita que nunca la inviabilidad absoluta y desde su origen del proceso de diálogo que abrió el PSOE -estando en la oposición y, desde abril de 2004, en el Gobierno- con unos terroristas que nunca han dejado de serlo y que nunca se han planteado cambiar sus objetivos.
Por eso, este es el momento adecuado para que el Gobierno lance el Estado contra ETA y repare cuanto antes los daños que han causado tantos discursos equívocos -por dolo o culpa- sobre las esperanzas de paz y las intenciones de ETA. Los terroristas no han dado nada en estos seis meses de tregua, salvo un paréntesis voluntario en su violencia. Pero ha sucedido que el final de ETA, derrotado o dialogado, se ha alejado en la misma medida en que el Gobierno ha ido desactivando los mejores resortes del Estado en la lucha antiterrorista. Son esos resortes los que hoy, mejor que mañana, debe Rodríguez Zapatero activar, llamando al PP a resucitar el Pacto Antiterrorista con todas sus consecuencias, aplicando la ley de Partidos Políticos a todo el entramado de la izquierda proetarra e instando a través de la Fiscalía General del Estado las acciones judiciales necesarias para recuperar el tiempo perdido en extravagantes disquisiciones sobre algo tan contradictorio como dialogar con terroristas. Se trata, en definitiva, de acabar con ETA.
Haga lo que haga la dirección etarra, es más importante lo que haga el Estado contra los terroristas. ETA no quiere el diálogo, no acepta el cese de la violencia, no depone las armas, no renuncia a la independencia, no pide perdón a las víctimas. ¿De qué hay que hablar con ETA, presidente? Esta pregunta no es retórica, sino dramática, porque la insistencia del Gobierno en un optimismo vacío de contenido y en una esperanza que revela más una angustiosa dilación del fracaso de este proceso que una expectativa de paz justa y digna, sólo aumentan las posibilidades de que el Estado no se encuentre en condiciones de responder a la nueva ETA que se ha formado en este tiempo de tregua, aprovechando la quietud del Estado, sin apenas detenciones, con escasa presión judicial y sin tener que hacer frente a beligerancia política alguna por parte del PSOE y del Ejecutivo. Si el Estado no está en tregua, no hay que esperar más.
domingo, septiembre 24, 2006
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