viernes 29 de septiembre de 2006
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL
El derrumbe de un edificio en ruinas
Por Pío Moa
Concebida inicialmente como una democracia liberal, puede decirse que la República pasó por tres fases: la democracia desbordada del primer bienio, la democracia asaltada del segundo bienio y la democracia arruinada de entre febrero y julio de 1936. La defensa de la legalidad por la CEDA, en 1934, habría permitido posiblemente la perduración y asentamiento del régimen, pero los manejos de Alcalá-Zamora y el triunfo del Frente Popular en 1936 disiparon todas las esperanzas.
Como hemos visto, desde febrero de ese año la erosión y vaciamiento de lo que quedaba de legalidad democrática ocurrió a un ritmo vertiginoso, por la acción combinada de un proceso revolucionario desde la calle y los campos y los ataques a la ley desde el Gobierno.
Esta acción combinada no quiere decir que el Gobierno y los revolucionarios obrasen de pleno acuerdo. En realidad, el Gobierno temía a los revolucionarios, pero por una parte dependía de ellos, y se sentía impotente ante ellos, y por otra atacaba a la ley desde su propio poder. De ahí que cuando estalló la sublevación derechista, el 17 de julio, y las masas salieron a las calles exigiendo armas al Gobierno de Casares Quiroga se le presentase un dilema decisivo: ceder definitivamente al empuje revolucionario o intentar mantener su autoridad y aplastar la sublevación por los medios legales.
La primera reacción de Casares fue rechazar en redondo el armamento de los sindicatos, amenazando fusilar a quien desobedeciera. Y comentó a Vidarte: "Más de una vez he dicho pública y privadamente que yo no sería el Kerenski español. El Gobierno tiene medios suficientes para afrontar la situación". Y así era, pues, contra lo que a menudo se ha afirmado, se había preparado con bastante previsión para aplastar el golpe militar, como demostrarían los hechos.
Sin embargo, la presión del entorno tenía tal fuerza que su inicial energía se disipó rápidamente. Martínez Barrio recuerda: "Los ministros, envueltos en sombras, divagaban inoperantes, cohibidos entre la rebelión desenmascarada y la agitación popular inquieta y amenazadora". Zugazagoitia observa, a su vez: "Las últimas horas de gobernante de Casares Quiroga fueron para cuantos las vivieron con él de una angustia indecible. El espectáculo de aquella voluntad vencida y de aquella conciencia en extenuadota agonía no dejaba de imponerse por su fuerza dramática".
Finalmente, ya en la tarde del 18, dimitió antes que armar a los sindicatos, los cuales ya estaban recibiendo armas en algunos lugares, pues el aparato del Estado se hallaba tan descompuesto que las órdenes de los ministros apenas eran obedecidas. Entonces Azaña llamó a Martínez Barrio, presidente de las Cortes, el cual intentó proseguir la línea de Casares y formar un amplio Gabinete, con participación socialista. Pero el PSOE rehusó participar, aunque prometió apoyo. Martínez consideró imposible la tarea y dimitió, a medianoche, mientras "patrullaban por las calles grupos de obreros que empezaban a detener coches". "No se veía un soldado ni un solo guardia. La ausencia de los poderes coactivos del Estado era notoria, declarados en huelga por cansancio o por automática dimisión", escribirá él mismo.
Azaña le presionó para que no abandonase, y de pronto les llegaron noticias de movimientos rebeldes de tropas en el extrarradio de la capital, por lo que Azaña dio por inútil ya cualquier intento. Pero las noticias resultaron falsas, y los tratos para formar gobierno prosiguieron. "Eran las dos de la madrugada. En la Puerta del Sol el ambiente de guerra lo envolvía todo".
Una hora más tarde Martínez Barrio telefoneó a los generales de las divisiones. Todos le apoyaron, salvo los de Zaragoza y Burgos. Luego llamó a Mola, exponiéndole su deseo de alcanzar un acuerdo in extremis. Mola replicó, según el propio Martínez: "El Gobierno que usted tiene el encargo de formar no pasará de intento; si llega a constituirse durará poco; y antes que de remedio habrá servido para empeorar la situación". Insistió el gobernante, y el militar contestó que si a aquellas alturas diera un paso atrás los suyos le matarían. "Claro que no es la muerte lo que me arredra, sino la ineficacia del nuevo gesto y mi convicción. Es tarde, muy tarde". Tampoco sirvieron las ofertas de ministerios a los sublevados.
Estas gestiones sólo podían ser vistas por los revolucionarios como lo que realmente eran: el intento de aliarse con los rebeldes para impedir, a última hora, la revolución. Pero, como había indicado Mola, una vez puesta en marcha la máquina, ya nadie podía detenerla. Los revolucionarios, armados bastantes de ellos, redoblaron su agitación callejera, exigiendo la retirada del "Gobierno traidor", hilvanado penosamente hacia las cinco de la madrugada. Y a las seis, amaneciendo, éste dimitía. Martínez Barrio, presa de pánico, huyó a Valencia. Azaña comenta:
Se fue sin conocimiento de nadie. Que el presidente de las Cortes, eventual presidente interino de la República, se marchase de Madrid y nos dejara, pocas horas antes de que la guarnición sublevada chocara con el Gobierno, teniendo yo el núcleo más fuerte de la rebelión a trescientos metros de mi despacho, me produjo verdadero pasmo.
A continuación acabó de producirse el derrumbe. Azaña otorgó su confianza para gobernar a su amigo Giral, mientras en Madrid y Barcelona estallaba, por fin, la rebelión. Y la primera medida de Giral consistió en repartir a las masas las armas de los cuarteles; inmediatamente comenzó el asesinato indiscriminado de personas tildadas de derechistas, de sacerdotes, etcétera.
La decisión, radicalmente ilegal, del nuevo Gobierno culminaba la serie de graves ilegalidades cometidas por Azaña y Casares en los cinco meses anteriores. Y con ella desapareció también el último resto de autoridad del propio Giral, colocado completamente a rastras de sus aliados.
Sigue siendo expuesta frecuentemente la tesis de que el armamento de las masas fue el único y último medio de salvar la República en aquellas circunstancias. La pretensión tiene algo de sarcasmo sangriento: el armamento de los sindicatos revolucionarios sólo sirvió para echar abajo de forma definitiva un régimen con su estructura ya podrida de arriba abajo. Tampoco fueron unas masas sin instrucción militar quienes derrotaron la rebelión en muchos puntos decisivos, especialmente en Madrid y Barcelona. En general, tales éxitos se debieron a las fuerzas armadas, incluyendo la Guardia Civil y la aviación, mayoritariamente puestas de parte del Gobierno. El Ejército, como la sociedad, se hallaba profundamente dividido.
Otra leyenda persistente afirma que fue "el Ejército" el que se sublevó. En realidad, sólo se alzó una parte de él, ligeramente mayoritaria en las fuerzas de tierra y muy minoritaria en la aviación y las fuerzas de seguridad; y casi toda la marina operativa quedó en manos del Frente Popular. Además de los recursos financieros, las industrias, incluidas las de armas, los mayores puertos y centros de comunicación, etcétera.
A los tres días los sublevados habían quedado en una situación sin esperanzas, bien conocida hoy en detalle, y también entonces por las izquierdas, que por boca de Prieto daban por descontada la derrota de las derechas, por más heroísmo que quisieran derrochar.
Allí pudo haber terminado la rebelión, tal como habían temido Franco y muchos otros, con la radical victoria de las izquierdas revolucionarias. La única baza realmente valiosa para ellos había sido la toma de Sevilla por Queipo de Llano, quien, según manifestó él mismo, había disuadido a Mola de dar por perdida la aventura y escapar a Francia la noche del 19 de julio. Aun así, Mola se encontraría casi sin municiones a los pocos días.
También empezó en aquel momento a manifestarse la hegemonía, por el momento sólo propagandística, de los seguidores de Stalin. La Pasionaria marcó el tono con su célebre arenga contra "estos desalmados que quieren, por el fuego y la violencia, sumir la España democrática y popular en un infierno de terror". "Pero no pasarán. El Partido Comunista os llama a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares".
A su vez, Franco había definido su actitud en su primer llamamiento:
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total: ni igualdad ante la ley, ni libertad, aherrojada por la tiranía; ni fraternidad, cuando el odio y el crimen han sustituido al mutuo respeto; ni unidad de la patria, amenazada de desgarramiento.
La invocación a la libertad, la igualdad y la fraternidad reflejaba el plan de Mola de un golpe republicano. Sería muy pronto abandonado por el impulso de las masas derechistas. Franco había tenido serias vacilaciones para rebelarse, pero una vez resuelto exigió "fe ciega en la victoria". No obstante sus fuerzas, poco numerosas aunque bien preparadas, la única baza real de los rebeldes se hallaba aislada en Marruecos.
Por lo demás, dos factores permitieron a los sublevados salir del atolladero: la combinación de la victoria en Sevilla y la iniciativa de Franco de pasar sus tropas en un puente aéreo, el primero de la historia; y la propia confianza de las izquierdas en el triunfo, que les llevó enseguida a disputar entre ellos la piel del oso que aún no habían cazado. Azaña lo expresaría muy bien, en sus conocidas palabras:
Lo que me ha dado un hachazo terrible, en lo más profundo de mi intimidad, es, con motivo de la guerra, haber descubierto la falta de solidaridad nacional. A muy pocos nos importa la idea nacional, pero a qué pocos. Ni aun el peligro de la guerra ha servido de soldador. Al contrario: se ha aprovechado para que cada cual tire por su lado.
Luego vendría la disciplina comunista. Pero esa es ya otra historia.
Con este capítulo concluye UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL. Pinche aquí para el leer el resto de la serie.
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Gentileza de LD
jueves, septiembre 28, 2006
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