jueves 21 de septiembre de 2006
DECIR LA VERDAD
El deber de informar
Por Juan Souto Coelho
La manipulación del discurso de Benedicto XVI, pronunciado en la Universidad de Ratisbona, ha desatado reacciones violentas en los violentos, silencios cobardes en los cobardes, declaraciones cínicas y necias en los sectarios e ignorantes y serenidad, coherencia y valentía en los defensores de la verdad y la libertad. Pero ¿cuál es la cuestión de fondo?
No es fácil delimitar el fondo de esta enredada cuestión, exactamente por este motivo, porque ha sido enredada, oscurecida y envenenada por bajos intereses. Un bellísimo y profundo diálogo sobre la razón, la fe y la libertad, de la mano de uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo, resistirá estas embestidas. Para mí, los manipuladores de las palabras del Papa, por diferentes motivos, tanto en el mundo islámico como fuera de él, coinciden en abrir otro frente de agitación mundial para intimidar y someter al mayor número posible a la irracionalidad, que vacía de fundamento la verdad sobre la naturaleza humana, su dignidad y libertad. Es un viejo problema, aireado con viejas tácticas y vendido con el nuevo envase de la alianza de civilizaciones. Yo desearía que este desdichado momento fuera vivido como una oportunidad para la victoria de la verdad frente a la batalla de la mentira.
Ya se ha escrito mucho sobre las repercusiones del discurso del Papa. El tema me introduce en la lucha que, en nuestro entorno, liberan quienes optan por la mentira frente a la comunicación de la verdad. Estamos ante la constatación de que la mentira y la verdad se enfrentan por hacerse un lugar e imponerse en la opinión pública y en la mente de los ciudadanos. En el ámbito político, económico, cultural y mediático, asistimos a una lucha cerrada entre los que, para defender los intereses de un Gobierno y sus apoyos, esconden o manipulan la verdad incluso sobre hechos ciertos y probados, y aquellos que, contra viento y marea, pelean por reflejar la realidad y que la verdad salga a flote.
El deber de informar es el deber de decir la verdad. Es una obligación moral de creyentes y no creyentes. Además, el que se confiesa o considera cristiano no puede prestar su apoyo, por activa o por pasiva, a aquellos que se ocupan en engañar a los ciudadanos, con la finalidad de permanecer en el poder o de obtener rentabilidad política. Ocultar la verdad a sabiendas, enredar el relato de acontecimientos a sabiendas de que, con ello, se presta un favor político, aunque se dilapide la dignidad y la memoria de las víctimas, es incompatible con los principios del humanismo cristiano. Las estrategias de la mentira y las "guerras santas" no tienen asideras evangélicas.
Hay media docena de cuestiones presentes a diario en los medios de comunicación, que deberían de preocuparnos porque son problemas estructurales de cuya resolución depende, para bien y para mal, el presente y el futuro de esta comunidad humana a la que pertenecemos. Puestos a enumerarlos, yo los citaría por este orden de importancia: en primer lugar, hay que desentrañar las tramas oscuras de la masacre del 11-M. En segundo lugar, tampoco es admisible la catarata de medias verdades y mentiras burdas sobre el proceso de rendición de Zapatero, su partido y sus amigos, primero, ante los nacionalistas excluyentes, y ahora ante los terroristas, y la consiguiente sospecha de comprensión y condescendencia del uso de la violencia con fines políticos.
En tercer lugar, es igualmente importante disponer de información veraz y completa sobre los siguientes problemas: el fracaso de la política de inmigración y la obscena utilización partidista de este drama; el gran fraude educativo de la LOE y el golpe a la libertad de enseñanza y educación; la ineficacia y la insolidaridad ante el problema nacional del agua; la pretensión de crear un bloque hegemónico en el ámbito de la comunicación que actúe como un represor silencioso; la precariedad laboral, el aumento de los casos de explotación de los inmigrantes, la economía sumergida, la inflación galopante y la carga de los impuestos sobre las familias; el incremento de los casos de corrupción del poder político y económico; la descomposición del Estado de Derecho y de la unidad de la Nación Española, etc. Habría quizá que citar algunos más, derivados de los anteriores e igualmente importantes.
Necesitamos que los poderes públicos, en vez de inventarse centros de censura e intimidación contra los medios que les molestan contando la verdad, nos informen de manera veraz y completa sobre las cuestiones que nos atañen. Ellos tienen el deber de interesar a los ciudadanos sobre los problemas públicos, en todo aquello que promueve u obstaculiza el bien común. Para ello no hay otro camino que comunicar verazmente con los ciudadanos y garantizar que el derecho a la información veraz sea ejercido por todos. Una sociedad cohesionada y moralmente sana necesita desarrollar el aprecio por la verdad como prevención contra la descomposición moral y la pérdida de la libertad.
Ningún medio está libre de cometer errores y de "pasarse" en el oficio de la comunicación. A pesar de las limitaciones y de que son pocos los medios nacionales libres de los tentáculos gubernamentales, debería nombrar a aquellos que están prestando un gran servicio al deber de informar; sobre todo a aquellos que están creando conciencia social y moral sobre los problemas reales que afectan a los ciudadanos y sobre las propuestas sociales, políticas, económicas y culturales que mejores aportaciones hacen a la colectividad.
En este momento, percibo que los católicos tenemos que asumir un papel más activo en este campo de la vida pública. Ante la movilización de medios oficiales y privados sumisos, creo que no tenemos que enzarzarnos en polémicas entre radios y periódicos, cadenas y personajes; antes tenemos que ser audaces y claros en denunciar las mentiras, en informar verazmente de toda la realidad, ser pacientes y constantes y mantener el respeto a las personas por encima de todo. ¿De qué serviría lanzarnos contra los diques de contención levantados por el Gobierno en prácticamente todas las cadenas de televisión, en casi toda la radio y en bastantes periódicos?
Lo decían los obispos españoles, el pasado 28 de mayo, en la jornada mundial de las comunicaciones sociales: "El valor de comunicar la verdad exige necesariamente tanto la opción por la verdad, mostrada con caridad, como por los valores que sustentan la dignidad de la naturaleza humana". De manera lúcida y abierta, los medios y los comunicadores católicos tenemos que ocupar la delantera en apostar por el rearme ético, por el compromiso por la verdad y la denuncia de las falsedades, en especial de aquellas que rompen la cohesión social. También de este modo trabajamos, como miembros de la Iglesia, por el Reino de la Verdad y la Vida, para que el mayor número posible de personas lo vayamos experimentando.Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"
Gentileza de LD
miércoles, septiembre 20, 2006
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