lunes 25 de septiembre de 2006
Politización de nuestra diplomacia
LA política exterior de José Luis Rodríguez Zapatero es uno de los flancos más débiles que exhibe el Gobierno socialista. La precipitación con la que se toman algunas decisiones, los gestos inamistosos hacia países amigos como EE.UU. e Israel, la formulación de propuestas tan discutibles como la Alianza de Civilizaciones y la extraña dualidad que muestra nuestro país cuando encumbra su condición europea y occidental con el disfraz de neutral e, incluso, de «no alineado», son ejemplos que respaldan esta tesis. Y así, lo que parecía claro desde el referéndum de la OTAN -dónde queríamos estar en el mundo-, ha dejado de serlo tras la victoria del PSOE en 2004. La presencia de España en la pasada Cumbre de los No Alineados celebrada en La Habana y los gestos de amistad hacia gobiernos populistas como el de Hugo Chávez o Evo Morales, denotan que se está produciendo sin decirlo un cambio en la orientación estratégica de nuestro país.
Desde la llegada al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores de Miguel Ángel Moratinos y del nombramiento de Bernardino León como secretario de Estado, nuestro país ha experimentado un distanciamiento de los ejes tradicionales de su acción exterior. De hecho, hay quien habla de una paulatina politización o, si se prefiere, de una ideologización de la proyección internacional de España y del funcionamiento de nuestra diplomacia. Quizá por ello comienzan a ser habituales los comentarios críticos de algunas cancillerías europeas hacia nuestra política exterior, ya que el Gobierno socialista parece empeñado en emitir con relativa frecuencia una imagen que no resulta del todo homologable con la que trata de proyectar, a su vez, la Unión Europea.
Estrechamente relacionado con lo anterior es el giro político que sufre el nombramiento de nuestros embajadores. Si se confirmara la designación de Rafael Estrella -portavoz de Exteriores socialista en el Congreso de los Diputados- como embajador en Argentina, serían ya seis los puestos cubiertos mediante elección política. Y así, a los nombres de Luis Planas en Marruecos, Francisco Vázquez en la Santa Sede, Fernando Ballestero en la OCDE, Germán Bejarano en Malasia y Raúl Morodo en Caracas habría que sumar -por el momento- otro embajador ajeno a la carrera diplomática. Nadie cuestiona el uso de esta facultad por el Gobierno siempre que se ajuste a criterios razonables y de oportunidad, tal y como sucedió con Felipe González y José María Aznar. Sin embargo, resulta discutible la profusión que empieza a ser habitual bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Sobre todo porque la elevación del nivel de significación política de algunas de nuestras embajadas compromete el normal funcionamiento de la carrera, al tiempo que desliza una voluntad no declarada de alterar lo que ha sido una constante histórica desde que, a finales del siglo XIX, Vega de Armijo fijó un modelo de profesionalidad en el cuerpo diplomático ajustado a criterios de mérito y capacidad.
domingo, septiembre 24, 2006
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