lunes 25 de septiembre de 2006
El deportista ejemplar
POR MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍNESCRITOR POR JOSÉ IGNACIO CALLEJAPROFESOR DE ÉTICA CRISTIANA
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Hace unos días, en la sección de deportes de un periódico de mucho éxito, me topaba con la noticia de que un joven futbolista, de 24 años, jugador antes del Sevilla y ahora del Real Madrid, disponía de varios coches deportivos. Para ser exactos, el joven deportista tendría nueve deportivos que, al parecer, los lleva de aquí para allá, según se encuentre en Londres, en Sevilla o en Madrid. Desde luego este chico puede hacer con su dinero 'lo que quiera', pero si lo piensas como modelo de triunfo personal, la noticia es deprimente. Si el éxito consiste en poder realizar semejante 'antojo', ¿quién podrá hacer creer a muchos jóvenes que hay otros modos de vida más sensatos y sostenibles?Yo creo que los deportistas en general, y los más destacados en particular, deberían tener en cuenta el efecto social que tiene su vida entre muchos jóvenes y, en este sentido, devolver a la sociedad, en sensatez y normalidad, lo que la sociedad les da en admiración y dinero. No me parece mucho pedir. Yo he sido muy aficionado a la práctica del deporte y más tarde a su disfrute como espectador, pero estoy bastante decepcionado de lo poco que el deporte de élite, y el fútbol en particular, devuelve a la sociedad. No me refiero ahora al pago de impuestos. Cuando muchos deportistas dicen, 'a nadie le debo nada', o 'en el tiempo libre, sólo escucho música', o 'no sigo la política, no me interesa', o 'no leo más que revistas deportivas', me desazona pensar quién convencerá a otros jóvenes para que valoren el esfuerzo en su preparación profesional, para que se sientan corresponsables de la sociedad en sus problemas más acuciantes, o para que calculen el uso y abuso del medio ambiente común en sus modos de vida. He leído a menudo que el deporte, y el fútbol en particular, es un fenómeno cultural de primer orden. Que no es cosa superficial y bruta. No lo dudo. Lo mismo pienso de otras actividades humanas como la política, la religión, la información, la enseñanza o las artes en general. Todas ellas son expresiones culturales de primer orden. Ahora bien, que sirvan mejor o peor a una vida feliz y justa para 'todos', es algo que depende también de las personas concretas que desarrollan esas actividades. Todas las actividades humanas pueden ser geniales, pero en manos de insensatos son ridículas. Ya se sabe, la corrupción de lo mejor, siempre da lugar a lo peor. Por eso hay que mirar dentro de uno mismo, y con sentido común y sencillez revisar si somos malos operarios de una actividad en sí misma hermosa. Lo digo del deporte, y lo pienso de la religión, la política, la información o la enseñanza. Estar en una hermosa actividad no nos libra de cometer torpezas privadas que la desacreditan. El caso del futbolista con nueve coches deportivos es, así, una disculpa para pensar más allá de la anécdota. Los deportistas son los héroes de ahora, y siempre se esperó de los héroes que fueran ejemplares. Son portaestandartes de quienes tuvieron sueños similares pero no les quedó más remedio que dejarlos, con pesar, por el camino. Los espectadores nunca lo son en sentido estricto, no es la suya una dedicación contemplativa, no son pacientes estetas sino que disfrutan, o sufren, las jugadas como propias. Si alientan a los deportistas es para que intenten proezas en su nombre, con la esperanza de que se acerquen, por ellos, al ideal que tienen en sus cabezas, que bulle en primera persona y en tiempo presente durante los partidos, proezas que, en el mejor de los casos, sólo se aproximan a las imaginadas en las gradas. Los espectadores acaban los partidos agotados por el esfuerzo de dirigir a los deportistas por telepatía.Los deportistas deben prepararse concienzudamente no sólo para mejorar sus marcas, sino también para ser dignos de quienes se alegran o entristecen con ellos. Deben tener el mismo estilo para saludar a los muchachos del barrio, dar la mano a un rey o firmar a un niño, con toda la atención que merece, un autógrafo indeleble. No han de ser arrogantes ni obsequiosos, sino modestos como los sabios. Se equivocan si se vuelven interesados o cínicos. La inocencia forma parte del sueño. El éxito no se mide en dinero, fama, vanidades o caprichos. Cuando eran niños aspiraban a mucho más, no se hubieran conformado con menos que la gloria. Deben ser ejemplares. Nunca han de hacer trampa ni perder la dignidad. No se trata de ganar de cualquier forma, sino de luchar con tenacidad y retirarse del estadio fatigados y satisfechos, aunque se pierda. No han de ser egoístas, sino solidarios. Han de ser buenos compañeros. El deporte debe ser, sobre todas las cosas, una escuela de camaradería y honor. De esa manera, se gane o se pierda, lo fundamental se habrá salvado. Escribió Albert Camus: «Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». El deporte proporciona abruptas y repentinas emociones. Según Nick Hornby, quien no conoce las tristezas deportivas no conoce nada de la tristeza. Pero, a fin de cuentas, el deporte no es más que un juego. Antes de fichar a un futbolista, Cruyff observaba si sonreía o apretaba los puños durante los partidos, si se divertía o estaba atormentado, si se sentía en el recreo o en la oficina. Elegía a quienes se lo tomaban tan en serio que sabían disfrutar sobre el césped. El deporte es una escuela para la vida. Sería un gran aprendizaje que nos tomáramos las cosas de la vida con deportividad.
domingo, septiembre 24, 2006
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