viernes 22 de septiembre de 2006
Palabras del Papa
Ignacio San Miguel
H AN causado cierta conturbación algunas palabras que ha pronunciado Benedicto XVI sobre la ciencia, y escándalo otras sobre el Islam, durante su visita a Alemania. Como siempre, sus palabras han sido sencillas y verdaderas, y por lo mismo muy difíciles de desdeñar con argumentos. Sobre el racionalismo científico, concretamente sobre el evolucionismo, ha venido a expresar que se fundamenta sobre la irracionalidad, a diferencia de la religión cristiana, que tiene a la razón como base. Esto podrá molestar a algunos, pero está claro que es así. ¿Qué es más razonable: pensar que el hombre ha surgido al azar, por casualidad, de un cosmos caótico, o bien que nace por el designio (y el diseño) de una Razón preexistente? Y conste que la pregunta es qué es más razonable, no qué es más verdadero. Ni siquiera el Papa ha planteado explícitamente este problema, aunque ya sabemos lo que él cree. Se ha limitado a decir que es más razonable la segunda hipótesis, y que la primera, la de los científicos, se hunde en la irracionalidad, lo cual en puridad no supone un ataque, sino una simple descripción que no puede ser negada o eludida por los científicos, de no ser que quieran derribar su propia hipótesis. Sin embargo, sus palabras han conseguido irritar a algunos, como era de prever, y no ha faltado quien ha elaborado un inconsecuente razonamiento, achacando el pensamiento del papa a su paso por las juventudes hitlerianas años ha. Extraña e irracional deducción de una mente extraviada por la hostilidad antipapal. Pero las palabras que más alboroto han causado han sido las referentes al Islam y la violencia. El Papa ha definido a ésta como incompatible con la Religión, lo cual por sí mismo es de suponer que no habría provocado reacciones hostiles. Pero ha citado las palabras del emperador bizantino Manuel II Paleólogo a un erudito persa: “Muéstrame aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y sólo encontrarás cosas malvadas e inhumanas, como el derecho a defender con la espada la fe que él predicaba.” Estas palabras han sido extraídas del contexto del discurso de Benedicto XVI, pronunciado en la Universidad de Ratisbona, y han recorrido el mundo, provocando un incendio de manifestaciones condenatorias y amenazantes. Tanto es así que se han tomado medidas de seguridad en Castelgandolfo, durante la estancia del papa, pues se temen actos de violencia. La progresía, como era esperable, o bien ha callado o ha criticado al papa. “El País” ha declarado que las palabras del pontífice fueron inconvenientes, pero que ya se había arrepentido y había pedido perdón, lo cual es rotundamente falso. Ni las palabras fueron inconvenientes, ni ha habido petición de perdón. El Papa ha declarado únicamente que lamentaba el efecto causado por sus palabras, y que han sido malinterpretadas. Pero no las ha retirado, y no ha pedido perdón. Ha sido miserable, como también era de esperar, la reacción general de la Prensa occidental. Porque, al parecer, se trata únicamente de enjuiciar las palabras del Papa. Si fueron convenientes o inconvenientes; si fueron acertadas o desacertadas. Cuando el juicio no debería recaer sobre sus palabras, sino sobre el efecto siniestro, tendente a la criminalidad, que han causado. Como aquella reacción desaforada por unas caricaturas de Mahoma publicadas en un diario holandés. Hubo varios muertos. Uno de ellos, un sacerdote en Turquía. Ahora han sido asesinados una monja y un agente de seguridad, y quemadas varias iglesias. ¿Estas reacciones enloquecidas y brutales de matones no deben ser enjuiciadas? ¿No son estas actitudes las que debemos condenar, en vez de estudiar con lupa las palabras pronunciadas por el Papa? Lo que ocurre es que estamos aterrorizados ante la posibilidad de que nos hagan saltar por los aires, y de ahí vienen nuestros deseos perrunos de conciliación. Así que nos ponemos a enjuiciar las palabras del Papa. Pero el hecho es que una reacción tan amenazante da crudamente la razón a las palabras de Manuel II Paleólogo. Si el Islam es una religión pacífica ¿por qué tenemos miedo? Está claro que todos sabemos que los musulmanes son violentos y nos sobrecoge el pánico. Mejor sería que lo reconociéramos así, en vez de escabullirnos con estúpidas consideraciones sobre si no habría sido conveniente que el Papa hubiese omitido alguna palabra de su discurso. Por otro lado, está el tema recurrente del islamismo moderado. Siempre que se ejecuta algún asesinato (en Irak se están asesinado entre ellos todos los días, asesinatos a docenas todos los días, y no sólo en Irak), nos dedicamos a lanzar nubes de verbalismo moderador, afirmando una y otra vez que una cosa es el islamismo extremista y otra, el moderado. Que los extremistas no representan la auténtica religión musulmana. Que son los moderados los que la representan. Pero, uno se pregunta ¿dónde están los moderados? Porque ni se les ve ni se les oye. ¿Cuándo han condenado firmemente los asesinatos de sus correligionarios extremista? Nunca, que se sepa. ¿Por qué no predican la paz los imanes en las mezquitas, condenando la violencia? ¿Acaso lo hacen? En realidad, con su silencio los presuntos moderados favorecen a los extremistas. Quizá se puedan decir del Papa otras cosas, pero no que sea un atolondrado. Por eso no hay por qué pensar que la cita de Manuel II Paleólogo haya sido un descuido. No. El Papa ha lanzado su dardo, que ha alcanzado de pleno su blanco. Es hombre afable y sencillo y amante de la verdad. Y los hombres amantes de la verdad se ven obligados a lanzar dardos de vez en cuando por muy afables y sencillos que sean. Con sus palabras el Papa ha dejado en entredicho al Islam como religión de paz. De ahora en adelante, cuando se produzca un nuevo asesinato u otro acto de violencia, la reflexión de Manuel II Paleólogo gravitará como un sarcasmo sobre la conciencia pública: “Muéstrame lo que Mahoma nos ha traído de nuevo.” ¿Se enteraría Oriana Fallaci de las palabras del Papa y sus primeras repercusiones? Difícilmente. Fueron pronunciadas el día 12 de Septiembre y la periodista murió el día 14. Pero si llegó a enterarse, tuvo que llenarse de gozo.
jueves, septiembre 21, 2006
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