martes, septiembre 26, 2006

¿Que ha pasado en Tailandia

martes 26 de septiembre de 2006
ASIA
¿Qué ha pasado en Tailandia?
Por Gerardo del Caz Esteso
El golpe de estado del pasado martes acabó con la corta vida de la democracia tailandesa. Los tanques del Ejército, dirigidos por el general Sonthi Boonyaratklin, marcharon sobre las calles de Bangkok, poniendo fin a la situación de desgobierno que se vivía desde mayo, cuando el primer ministro, el ahora depuesto Thaksin Shinawatra, dejó el país en un limbo constitucional y se negó a convocar elecciones.
Tailandia ha sido para sus vecinos del sudeste asiático un modelo en muchos aspectos. Además de ser el único país de la zona que jamás fue colonizado, y de los pocos que no cayeron bajo el yugo comunista, posee unos niveles de desarrollo muy superiores a los registrados en otros de la zona, y desde hacía 15 años podía presumir de una estabilidad institucional envidiable, con una democracia parlamentaria que se consolidaba poco a poco, bajo la tutela del rey.

Fue esta estabilidad, un cierto orden social –ambas cosas, basadas en gran parte en la devoción histórica del pueblo por su rey–, unos gobiernos prooccidentales, así como la alianza con EEUU durante la Guerra Fría, lo que posibilitó que Tailandia se desarrollara mucho más que los países de alrededor y se convirtiera en una economía emergente, casi a las puertas de los cuatro tigres asiáticos. A pesar de la dura crisis económica que sufrió en 1997, Tailandia ha registrado desde los 80 unos elevados índices de crecimiento, y ha servido a Washington como ejemplo de democracia y florecimiento económico en la región.

La situación varió en buena medida en 1997. A instancias del rey, se acordó modificar la Constitución y, con el fin de superar la crisis económica y social, se ampliaron los poderes del primer ministro. Lo que se entendió en su momento como una serie de medidas para fortalecer la democracia y reforzar la autoridad del premier devino pronto en un foco de problemas que ha terminado por desestabilizar el país.

En 2001 Thaksin Shinawatra, uno de los hombres más ricos de Tailandia, dueño de la mayor empresa de telecomunicaciones, así como de constructoras, y con negocios en toda Asia, se presentó a las elecciones con un programa populista que buscaba atraerse a las clases rurales más desfavorecidas. Su partido, creado en torno a su persona, se llamó Thai rak Thai, algo así como "los tailandeses aman Tailandia".

Con la promesa de subir los impuestos a los más ricos, perdonar las deudas a las familias más pobres, otorgar costosas subvenciones de servicios sanitarios a las zonas rurales y, como decía su lema, "dar la voz a los que nunca la tuvieron", Thaksin ganó los comicios. Los de 2001 y los de 2005. Y, con toda probabilidad, los de 2006, de haberse celebrado normalmente.

En un país con un 80% de campesinos y unas zonas rurales deprimidas que nada tienen que ver con la cosmopolita y occidentalizada Bangkok, se produjo una profunda fractura social entre la elite económica, que odiaba a su primer ministro, y el campo, donde Thaksin era considerado un héroe y conseguía más del 80% de los votos.

Thaksin buscó gobernar para ellos desde el primer día. Ejecutó presupuestos expansivos que elevaron la deuda pública (se calcula que más del 60% de los tailandeses recibían algún tipo de subvención); sus empresas creaban comedores, daban subvenciones a campesinos y hasta hacían publicidad de Thaksin con los alimentos que regalaban. Con los nuevos poderes de la Constitución de 1997, Thaksin tenía además a la policía bajo su control, y llevaba a cabo una gestión patrimonialista del país, dominando la justicia y las actividades económicas.

Desde las elecciones de 2005 Thaksin era acusado por los principales periódicos de corrupción, compra de votos, fraude masivo y nepotismo; incluso de incompetencia para acabar con el terrorismo islamista que azota el sur del país. La millonaria venta de la mayor empresa de telefonía celular, que era de su propiedad, a un consorcio de Singapur, por la que no pagó impuestos, desembocó en una ola de protestas en Bangkok que hizo literalmente imposible la gobernabilidad. A esto añadamos su nefasta gestión de la catástrofe del tsunami y las críticas de quienes le acusan de pretender controlar los medios mediante la coacción y el chantaje.

Thaksin, a instancias del rey, convocó a elecciones anticipadas para el 2 de abril, seguro de que las ganaría. Igualmente seguros de perderlas, los partidos de la oposición se negaron a presentarse a las mismas; pero se celebraron, y con un 61% de los votos (y una participación del 65%) Thaksin siguió siendo primer ministro, aunque por razones técnicas no pudo formar Gobierno. El primer ministro presentó su dimisión ante el rey y quedó a la espera de una resolución de la corte constitucional, que, hoy abolida, jamás se pronunció, dejando el país en manos de Thaksin.

Las manifestaciones contra el ahora depuesto primer ministro se han sucedido desde abril, en Bangkok y otras ciudades del país. En este tiempo Thaksin ha ejercido sus responsabilidades con suma dureza, intentando cerrar la prensa independiente y profundizando es sus políticas populistas.

Coincidiendo con la presencia de Thaksin en Nueva York para hablar ante la ONU, y justo cuando en Bangkok se preparaba la mayor manifestación contra él, que con toda seguridad hubiera atraído también a miles de sus seguidores y habría causado enfrentamientos y violencia, el Ejército decidió acabar con la situación de división social y tomar el control del país mediante un golpe pacífico, que se vio refrendado por la reacción favorable del rey.

La irrupción del Ejército debido a "políticos irresponsables", como declaró el general Sonthi Boonyaratklin, devuelve Tailandia a los años 70 y 80, donde la toma del poder por parte de los militares no era ninguna novedad. De hecho, para la mayor parte de los habitantes de Bangkok o Chiang Mai, la segunda ciudad del país, ésta era la única salida posible: un golpe de estado, posiblemente amparado por el rey, con el que se pudiera acabar con la situación de caos y desorden institucional, y que se concentrara el poder durante un tiempo, hasta que entre en vigor otra Constitución.

Anand Panyarachun, primer ministro en 1991 y 1992, ha declarado: "La democracia en Tailandia no es como en EEUU, siempre dará dos pasos adelante y uno atrás. Es una democracia al estilo tailandés, en la que la autoridad del rey prevalece siempre. Así será el único sistema que funcione".

Es muy difícil buscar un único culpable a esta situación, puesto que la irresponsabilidad e ignorancia de un pueblo en su conjunto pueden llevar al poder a aquellos que menos lo merecen, lo cual nos recuerda que la democracia es un sistema que precisa unos requisitos básicos, como la educación y la información.

Lo que nos demuestra Thaksin es el peligro de que plataformas populistas construidas en torno a candidatos "fuertes", con carisma, deriven en corrupción y en una usurpación de los poderes públicos. Y eso no es un "problema tailandés", sino la prueba de la fragilidad de un sistema que en Tailandia, como en Marbella, Italia, Venezuela, Argelia u otros sitios, tiene sus imperfecciones.
Lo triste es que Tailandia estaría mucho mejor resolviendo sus problemas políticos con un Tribunal Constitucional, una justicia y unas instituciones fuertes, y no con militares golpistas, con o sin apoyo real. Aunque el golpe garantice una estabilidad institucional a medio plazo, es difícil que se vaya a solucionar el problema de fondo, la gran división de la sociedad tailandesa y la omnipresente corrupción. Además, ¿cómo se garantizará que en un año, si se convocan elecciones libres, como ha prometido la junta militar, no volverán a aflorar los mismos problemas, quizá encarnados en otras caras?

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