viernes 22 de septiembre de 2006
Un nuevo 98
Miguel Ángel García Brera
E L desastre de fines del siglo XIX, con la pérdida de los últimos territorios españoles en el Nuevo Mundo, provocó en el alma de los españoles una crisis espiritual que, paradójicamente, dio brillantes frutos intelectuales en la llamada generación del 98; sin parangón, a mi modo de ver, con ninguna de las posteriores, al menos en lo que a literatura se refiere. El pueblo español se encontró de pronto sorprendido y amilanado. Desde una Corona en cuyos territorios no se ponía el sol, se acabó en un enredo de monarcas sin fuste, de políticos cuyo mayor mérito, en el mejor de los casos, era la vibrante oratoria, y de atraso y pobreza popular. Hasta casi un siglo después, España sentía en su alma, el dolor de la derrota. Recuerdo el acontecimiento, a la vista de ese Tratado - si se puede llamar así a un convenio firmado por el Gobierno español con el británico y un tercer interlocutor, hasta ahora considerado de escaso rango y siempre provisional, representante indefinido de Gibraltar – por el cual el de Utrech, siempre considerado en entredicho, amplia sus términos, en contra de la inveterada defensa de la soberanía española sobre el Peñón. Hasta hoy, Gibraltar, para tirios y troyanos – léase derecha o izquierda, UCD y PP o antiguo PSOE – era un agravio histórico a nuestra nación y una reivindicación permanente, en la que, con dificultad se iban consiguiendo hitos pequeños hacia la anhelada devolución de un territorio siempre español. La brillante gestión del ministro Castiella o de Piniés en la ONU, o la menos decisiva de otros, siempre importante porque jamás contuvo un ápice de renuncia española, dejaba abierta una esperanza en la que Gran Bretaña actuó siempre ladinamente, pero donde, ni sus gobernantes ni los españoles, concedieron soberanía alguna a la voz de quienes acolitaban el gobierno del enclave colonial. Pero, ahora, tras ese convenio a tres bandas, que, en principio, me parece dudoso que tenga algún valor, sin pasar por el Parlamento, cuando tanto deja en entredicho y compromete la reivindicación sostenida a la largo del tiempo por España, podríamos estar viviendo otro 98, con la tragedia de que esta vez la voladura del Maine no se ha hecho desde el interés foráneo, sino desde el Gobierno español, cuyo partido titular, el PSOE de Zapatero, ha roto, incluso, con la línea opuesta, mantenida por el PSOE de González. Situar a un representante gibraltareño en rango de igualdad con España y el Reino Unido es tanto como olvidar el contencioso residenciado en la ONU, y dar por buena la ocupación, incluso ampliándola al istmo. Lo doloroso, desde el punto de vista del amor patrio, es que en esta ocasión la decisión de ZP no parece tener otro reflejo que algunas interesantes reflexiones de unos pocos comentaristas, sin que el pueblo parezca haberse enterado del amplio alcance, negativo para nuestro país, del trato aceptado desde la posición generalmente equívoca de ese Ministro de apellido Moratinos, al que muchos se lo cambian a la vista de su gestión, por el de Desatinos. Es doloroso ver que el pueblo, ni se ha manifestado frente a esa insólita noticia, ofrecida de repente en los medios, ni posiblemente la gran mayoría haya advertido las enormes consecuencias del pacto que comento. Me temo que esta vez, no surgirá una generación del 2006, agobiada por el trágico abandono de una reivindicación histórica de gran importancia y que posiblemente tampoco quede impresionada cuando, sin pasar mucho tiempo, la blanda catadura de nuestros gobernantes no sepa hacer frente, de mejor modo, a otras pretensiones de cercenar nuestra soberanía histórica, indudable, en Ceuta y Melilla. A este paso, cualquier día, pactamos con Senegal la entrega de Canarias. Delenda est, España.
jueves, septiembre 21, 2006
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