viernees 15 de septiembre de 2006
Comulgar con ruedas de molino
Miguel Martínez
L A expresión coloquial “comulgar con ruedas de molino” es una frase hecha que se utiliza para expresar que alguien nos quiere hacer creer algo imposible o que pretende montar un silogismo basado en premisas erróneas. Buscando equivalencias etimológicas más actuales, y en atención a mis queridos reincidentes más jóvenes, encontraríamos frases equivalentes del estilo “nos la han querido meter doblada” o “ vendernos la moto”. Y es que, a causa de diversos motivos, los humanos podemos llegar a caer en lo que se ha venido en llamar “negación de la realidad”. Este proceso psicológico de defensa acostumbra a ser el resultado de un shock post traumático, que determina que la persona se niegue a aceptar un hecho acontecido, protegiéndose así de sus efectos. Este mecanismo, descrito por Freud como “dení realité”, aparece frecuentemente en el caso de familiares de personas desaparecidas, y presuntamente fallecidas, a las que todo el mundo, menos la familia, da por muertas. Se ha constatado estadísticamente que aquellos que tienen un ser querido dado por desaparecido, suelen experimentar este proceso de negación, y vinculan su traumática ausencia a una presencia posible que les permita una percepción más asumible de la realidad, realidad que ha resultado traumáticamente distorsionada a causa de la desaparición. Esta negación de lo evidente también aparece en colectivos que tienen motivos para avergonzarse de su pasado. Así tenemos a las nuevas generaciones de nazis que han escrito centenares de libros negando el holocausto judío, atribuyéndolo a artimañas de los propios judíos para crear mala prensa al nazismo. Insinúan que los campos de exterminio no existieron como tales y que las angustiosas imágenes que todos hemos visto, o que los testimonios de los supervivientes de Austwich, Mauthausen o Dachau no son más que un montaje. Y en éstas aparece Benedicto XVI reprendiendo a la ciencia por excluir a Dios de las teorías de la evolución, relegándolo a una posición superflua: “Una parte de la ciencia se empeña con tenacidad en buscar una explicación del mundo en la que Dios sea algo superfluo” proclamaba ayer, ante decenas de miles de personas, Su Santidad, en Baviera, reclamando en exclusiva para Dios lo que el libro del Génesis llama la Creación y lo que los científicos han definido como Teorías de la Evolución. Y a uno se le encoge la neurona al leer esto, pues tenía entendido que no era el objetivo de la ciencia buscar la relación de Dios con la Creación, sino procesar datos empíricos y, con éstos, intentar llegar a la verdad. ¿O es que pretende Su Santidad que la ciencia moldee sus datos y la historia a gusto del Vaticano? No le basta al Pontífice la postura de su antecesor, ni las filigranas que tuvo que hacer Juan Pablo II para conjugar el axioma “Creación - Teoría de la Evolución” mediante las que el anterior Pontífice consideraba las teorías de Darwin como consolidadas, aunque mantenía que Dios había creado las condiciones necesarias para que -por poner un ejemplo- todas esas las células que iban pululando por el agua a su libre albedrío, se conchabaran entre ellas para crear bichitos más grandes que a la larga acabaran evolucionando en peces, aves, dinosaurios y, más tarde, en monos y homínidos. Porque si Su Santidad se empeña en hacernos comulgar con ruedas de molino y se posiciona en posturas contrarias a la ciencia y al conocimiento, y si pretende que los científicos obvien datos para que los sustituyan por dogmas, se está aún alejando más de la realidad y, por tanto, de la sociedad. A estas alturas la mayoría de cristianos tienen asumidísimo que el Génesis no es más que una metáfora que refleja que lo divino, de una u otra manera, ha estado siempre presente en la humanidad hasta llegar adonde se encuentra en la actualidad; pero si se pretende que los científicos obvien sus estudios, los sustituyan por fe, y atribuyan a Dios, de forma preeminente y casi exclusiva, el paso –por poner otro ejemplo- del Australopithecus al Homo Sapiens, se está pidiendo a la ciencia, como se hiciera en tiempos de Galileo, que busque la manera de cuadrar los datos empíricos con las Sagradas Escrituras, y eso, mis queridos reincidentes, es un episodio flagrante de negación de la realidad protagonizado por Ratziger. A saber si es a causa de un shock post traumático o –Dios no lo quiera- que le reverberan a Su Santidad en las meninges lejanas reminiscencias de su paso por las juventudes hitlerianas.
jueves, septiembre 14, 2006
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