jueves, mayo 04, 2006

Voluntad de degradacion

viernes 5 de mayo de 2006
Voluntad de degradación
Ignacio San Miguel
L A propuesta socialista de conferir a los monos los mismos derechos que tenemos los hombres, ha sido acogida por lo general con chanzas; y puede que esta fuera la posición correcta si es que viviésemos en un tiempo normal. Pero no es así. Porque esta propuesta ha sido precedida por otras ya aprobadas y convertidas en leyes, las cuales tienen un denominador común: que rebajan la condición humana. Las leyes referentes al matrimonio trivializan esta institución y, al hacerlo así, menoscaban la dignidad humana. El divorcio exprés convierte al matrimonio en un simple acoplamiento de macho y hembra que puede disolverse a voluntad, según la libre decisión de cualquiera de las partes. El contrato matrimonial pierde por completo su solidez, su compromiso de permanencia. Tal ley consagra, institucionaliza, el amor libre. Hombre y mujer se convierten en seres irresponsables que siguen sus pulsiones sexuales convertidas en única ley. Esto, naturalmente, degrada su condición, se mire como se mire. El “matrimonio” de homosexuales constituye una grotesca burla del verdadero matrimonio. Se da curso legal a las uniones contra natura, y al equipararlas con el matrimonio, convierten a éste, ya deteriorado por el divorcio exprés, en una más de las diversas fórmulas de desahogo sexual. La manipulación de embriones es otro mazazo a la dignidad humana, al convertir al embrión, que es un ser humano, en un simple material que puede ser utilizado con fines terapéuticos. La clonación de embriones con estos fines ha sido la consecuencia fatal. Y esta clonación terapéutica, no seamos ingenuos, llegará el día que dará paso a la clonación reproductiva. Y qué decir del aborto… Dentro de un par de años, habremos llegado a los cien mil anuales. Se trata de un negocio muy importante, pues no sólo se saca dinero del aborto en sí mismo, sino de los materiales aprovechables del feto destruido. Todas estas realidades rebajan al hombre y si hemos llegado a esta situación ha sido debido a un deseo maligno de degradación que existe en lo íntimo del ser humano. La tradicional moral cristiana, que es acertadísima al mantener que el hombre tiende al mal, coarta sus tendencias y las encauza correctamente. Pero esta moral ha sido desechada por represiva en los tiempos modernos. El resultado es que vamos descendiendo fatalmente en un pozo de negrura perversa. Se trata de la ley del mínimo esfuerzo. Resulta mucho más cómodo desechar leyes que exigen esfuerzo, que seguirlas. Es mucho más fácil descender, degradarse, que elevarse, ennoblecerse. El éxito del “progresismo” ha consistido en eso: en declarar que la represión es mala por sí misma, y que las tendencias humanas son buenas y que hay que darles libre curso. Al hacerlo así, era fatal que tuviera grandes masas de gente a su favor. La propuesta de conceder derechos humanos a los simios, idea del filósofo judío australiano Peter Singer, quien ha intentado una resolución de la ONU al respecto, ha sido, como era de esperar, bien acogida por los socialistas españoles. No se trata de que estén preocupados por la suerte de los monos, para los cuales guardan la más absoluta indiferencia, sino de asestar un nuevo golpe a la idea de dignidad humana del hombre enseñada tradicionalmente por la civilización cristiana. No se trata de dignificar al mono, sino de rebajar al hombre. Esta propuesta puede que sea olvidada y no se vuelva a hablar de ella; pero si, por el contrario, se plasmase en ley, podemos prever lo que llegaría con el tiempo. Si los monos habían de tener los mismo derechos que los hombres, no pasaría mucho tiempo sin que se celebraran matrimonios entre simios. Se conseguiría con esto dar el último revolcón a la institución matrimonial. El presidente Rodríguez contempla con plácida satisfacción este rebajamiento moral. Ha declarado recientemente a una publicación extranjera que la ley natural no existe. La única ley, según él, es la que surge de la voluntad mayoritaria del pueblo. No ha dicho, pero sabemos que lo piensa, que la religión católica y la Iglesia católica son expresiones de la derecha, a la que quiere dar su merecido. De ahí su satisfacción con estas medidas que sabe que hieren a sus enemigos. También la patria, y más aún la unidad de la patria, son conceptos indisolublemente unidos a la derecha, bajo su punto de vista. De ahí que su dependencia de los partidos nacionalistas para mantenerse en el poder, no le preocupe ni poco ni mucho. Las concesiones que tiene que hacer, las hace gustosamente, pues son bofetadas asestadas a la derecha. Él mismo animó a los nacionalistas catalanes a que no renunciasen a definirse como nación cuando esto era algo que ya tenían abandonado. Hay, pues, voluntad de disolución tanto en el campo moral como en el político. Se perdió una guerra, pero sus consecuencias pueden ser subsanadas mediante la derrota de los ideales de los vencedores; mediante el socavamiento y destrucción de todo lo construido en base a esos valores. No es extraño que con estas ideas el presidente Rodríguez simpatice y converja en intereses con mandatarios desacreditados internacionalmente por su radicalismo izquierdista, y que, por la misma razón, le resulte más fácil que a otro político cualquiera el llegar a acuerdos con los terroristas.

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