domingo, enero 06, 2008

Garcia Brera, Para alegrar el Año Nuevo

domingo 6 de enero de 2008
Para alegrar el Año Nuevo

Miguel Ángel García Brera

A UNQUE nací en un año impar, pero de bello final numérico – 33 - soy más adicto a los pares y por ello abro el 2008 con esperanza, pese a que lo lógico sería estar al borde de la desesperación viendo como la España que viví, pasados los horribles momentos de una niñez en que la lucha entre hermanos trajo dolor a todas las familias, fue alegre
-pese a que la posguerra se vivió con hambre por la mayoría-, al entrar después en una recuperación a la que todos aportamos esfuerzo, ilusión y unidad, mientras hoy los separatismos, no sólo regionales, sino corporativos, y hasta individuales, presagian tiempos difíciles. La España, que ahora se deshilacha, tuvo un tiempo en el cual, al margen de unos pocos excombatientes comunistas convertidos en bandoleros, incluso los no afectos, o los impasibles al sistema, arrimaron el hombro, convencidos de que había que salir del túnel del pasado cruento y reconstruir, desarrollar y caminar hacia un futuro más rico, más libre y más justo.

Pero no es mi intención inaugurar mi colaboración, en este año par, con males augurios, sino con esperanza de que recapacitemos y, ahora que constitucionalmente hemos ganado la libertad no la arruinemos estúpidamente a causa de banderías que ya han hechos suficiente daño en el pasado como para que aceptemos entrar otra vez por ese camino de partición y ruptura nacional.

Así que dedicaré mi artículo al placer de la gastronomía, de la que no hace mucho tiempo he tenido un ejemplo singular en La Venta del Jamón, a un paso de Oviedo, donde tuve la satisfacción de degustar una cena espectacular, unido fraternalmente a una excelente amiga cubana, llegada para la boda de su hija, estudiante en España de Psicología, en cuyo enlace civil tuve ocasión de leer unos poemas de corte social, muy del gusto de su esposo, encantador amigo ya, destacado abogado y socialista de esos con los que un cristiano puede tener mucho en común, como es mi caso. Todos ellos, mi esposa y un primo de la pareja, afiliado al PP, asturiano de pura cepa y, por ende, noble y espontáneo, pasamos una velada, luego repetida en Madrid, de esas que nunca se olvidan, porque hay pocas cosas tan gratas como la tertulia cuando cada uno de los participantes tiene ideas propias, las defiende y las contrasta con los demás, procurando imponer las suyas cuando en la conversación parecen las más acertadas y dejándose convencer por las que el resto ofrece convincentemente.

Pero la cosa iba de gastronomía y me voy distrayendo. En La Venta del Jamón, que se inauguró en 1897 y debe su nombre al Príncipe de Asturias de la época, -que la conoció con motivo de pasar por allí antes o después de inaugurar el puerto del Musel en Gijón-, se ofrece una carta titulada “Los sabores de Asturias”, que comienza con el epígrafe de “Primeras Impresiones”, lo que no es para menos, y termina con “Postres de Elaboración Propia”, mientras en el intermedio se agrupan "Las Setas, Caza, Truchas y otros Bocados", "La Tradición de Nuestra Casa" y "Del Mar, Pedreros, Rías, Valles y Montañas". Excedería a mi pretensión de alegrar los primeros días del año a quien me lea, relatar lo que contiene esa carta, pero al menos recordaré, por inefables, las migas de boroña con picadillo del compango y yema de huevo que sólo cuestan nueve euros y, por hacer honor al nombre de la venta, la tostada de jamón con tomate y aceite de oliva que, por menos de 4 euros, recompone y supera ampliamente al “pantomaca” catalán. De las croquetas de “jamón el bueno” se podrían decir maravillas, pero no hay que darse mucho al gusto por ese plato inigualable, si aún se quiere seguir la fiesta con la trufa con su mejor maridaje (huevo, patata y tocino), o a la fabada asturiana para no pasar de lo más tradicional, que se hace al gusto del consumidor con almejas o con lo que se quiera pedir, porque el chef se las sabe todas y no nos va a defraudar por rara que sea nuestra pretensión. El arroz y el bacalao tienen alternativas varias antes de pasar a las almejas finas a la sarten, al bogavante auténtico del Cantábrico, al pixin o a la lubina. Y si hay sitio aún, el chuletón, el entrecot o el solomillo de carne roja de Kobe a la parrilla con guarnición ibérica son manjares de difícil explicación y el pollo de corral o el cabrito asturiano ofrecen los sabores de un tiempo pasado, eliminado en los criaderos artificiales de hoy en día. Al llegar a los postres, once variedades emboban a los que, como yo, son golosos, sin olvidar el afamado queso de Cabrales. El tocinillo de cielo con crema helada de nata, la crema helada de turron con caramelo, la crema de arroz, el soufflé de avellana caliente y los picatostes con helado Gran Marnier, entre otros dulces, levantan el ánimo del más tibio. Por otro lado, La Venta dispone de un buen menú del día que por 20 euros ofrece ensalada verde de gran calidad, una maravillosa fabada “1897”, arroz con leche, pan y agua. Comenzar el año con una visita a este palacio del buen gusto, le hace olvidar a uno todas las incertidumbres, sobre todo si, a la bien elegida carta, hay que añadir el lugar decorado con gusto, el servicio competente y cercano y una carta de vinos que ¡para qué les voy a contar!

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4370

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