viernes 6 de octubre de 2006
Tiranía quinquicrática
Ismael Medina
Y A en lejanos tiempos, aquéllos de Adolfo Suárez y del chalaneo constitucional, usé el neologismo quinquicracia para explicar en términos alegóricos la verdadera naturaleza del sistema partitocrático que amanecía con sobrecarga de incertidumbres y desafueros. El porqué de es aplicación a la realidad política del momento reclama una mínima explicación, aún a sabiendas de que el lector la habrá captado de inmediato. El oficio de quincallero fue ocupación respetable, ocupado en la fabricación y el comercio de objetos metálicos de poco valor. Pero a su sombra compareció el tráfico, no siempre lícito, de residuos metálicos o de qunicallería afanada con engaño o sustraída. Fue la causa de que el instinto popular acuñara el término quinqui a quienes se dedicaban a ese irregular negocio, tantas veces trufado con acciones delictivas de superior gravedad. Un quinqui emblemático sería El Lute al que, y no por causalidad, la progresía constitucionalista liberaría de culpas y lo convertiría en figura de referencia de la nueva democracia. Le concedió la oportunidad para regenerarse y creo encomiable que lo consiguiera. No se ofreció, sin embargo, análoga posibilidad a otros muchos penados sin mayor relieve mediático y con parejo o menos grave biografía culposa. Decisiones políticas de esta naturaleza adquieren explícito valor simbólico. También lo tuvo en grado sumo la exaltación democrática del genocida Santiago Carrillo, traidor a su padre, al PSOE y a tantos que le creyeron. No me parece que sea necesario añadir más para trazar el perfil del quinqui. Pero acaso convenga extraer algún otro dato de la memoria colectiva. El quinqui sólo respeta las rígidas normas no escritas que dan consistencia a su solidaridad tribal, muy similar a las mafiosas. Aprecia exclusivamente lo que le conviene y no para en barras para conseguirlo y disfrutarlo. Vive aferrado a o inmediato y el valor de lo que tiene o apetece radica en lo que en cada momento siente como necesidad imperativa. Recurro a la hipérbole para explicarlo: es capaz de cambiar un lujoso automóvil sustraído por un palto de gallina en pepitoria si el estómago y el capricho se lo reclaman. La constitución de 1978, ilegítima por cuanto las elecciones de las que nacieron las Cortes partitocráticas no fueron convocadas como constituyentes, fue el resultado de una reunión de chamarileros que intercambiaron mercancías políticas averiadas sin atender a otro valor de las mismas que el ocasional de los apetitos de poder que cada uno representaba o decía representar, fuera de manera formal u oculta. Le habría convenido como lema "Todo para los partidos. Nada para el pueblo". ¿Y el supremo interés de España? Lo que conviniera en cada coyuntura. Al amparo de la constitución de 1978 nació algo más allá del despotismo partitocrático en que por doquier ha degenerado la democracia. Se pusieron los cimientos a un sistema que ahora alcanza dimensiones exasperadas de tiranía quinquicrática. Pese a las muchas posibilidades para la excentricidad y el mangoneo que posibilitan las calculadas ambigüedades y contradicciones constitucionales, amén de envilecidos portillos dispuestos para satisfacer las exigencias de los quinquis secesionistas, el acceso de Rodríguez a la presidencia del gobierno, "por accidente", ha convertido a España y al sistema en delirante y tribal paraíso quinquicrático. Y como tal hay que juzgarlo. La quinquicracia política nació y creció también con el adobo de lo que, allá por los tiempos del hambre de postguerra generó un género peculiar de émulos del quinqui a los que el pueblo, siempre certero en definiciones metafóricas, llamó los del "haiga". Gentes de baja estofa que se enriquecían con el estraperlo ( otro vocablo surgido al socaire de un escándalo en tiempos del gobierno de Lerroux) de alimentos y tejidos. Enriquecidos con el dinero sustraído a los hambrientos, aquellos personajillos, tantos de ellos semianalfabetos, se dieron pronto a la ostentación. Se exhibían en aparatosos automóviles norteamericanos, frecuentaban los mejores restaurantes de la época. Y viajaban a Madrid no se hacían presentes en Chicote, El Abra o los cabarés más caros y refocilase con las putas de más tronío. Pero a la hora de hablar comparecía el pelo de la dehesa. Recaían en el haiga por haga. De ahí el mote. No me remontaré a los tiempos, ya distantes, en que la presunta democratización creó los supuestos constitucionales para el actual aquelarre dispersivo, procedió a una procaz amnistía para cerrar la instructoria del asesinato del presidente del gobierno Carrero Blanco que amenazaba con identificar a sus instigadores políticos y liberar a los terroristas etarras en la estúpida presunción de que habían matado por excesivo amor a la democracia y dejarían de asesinar. Ni a los execrables medios utilizados para que la sociedad tragar el caramelo envenenado de la legalización del PCE. Ni los turbios negocios que comenzaron a proliferar a la sombra del poder, como el caso del superpagazo congelador con pollos putrefactos derivado a Guinea Ecuatorial, negocio a medias con el ganster venezolano Carlos Andrés Pérez. Ni a la partida de tahúres partitocráticos en Palma de Mallorca que dinamitó la UCD de Adolfo Suárez, un ocasional amalgama de partidillos, para que, como perseguía el monarca, consolidara el merced a la convivencia con un gobierno socialista. Tampoco, por de sobra conocido y aireado de nuevo ahora, a lo que sucedió en esos y otros ámbitos bajo los mandatos de Felipe González. La quinquicracia política se había instalado en la entera red expansiva de la burocracia clientelista de un Estado de desecho, progresivamente capado por el autonomismo y las continuadas concesiones a los partidos secesionistas. Y al amparo de la bonanzas económica lograda por los gobiernos de Anzar tras la crisis que acabó con el gonzalismo, los antiguos del "haiga" fueron suplantados por los del "pelotazo, los cuales, procedentes en su mayoría de una burguesía ricachona, llegaban con los bolsillos repletos, bien trajeados, educación exquisita adquirida en colegios elitistas, hábiles en el juego a dos o más paños y al frente de sociedades financieras y empresas de relumbre amparadas por carísimos despachos de abogados que también hacían su agosto. Me refiero a los señores de la banca, del suelo, del ladrillo y de los medios. A los caporales de la especulación, al socaire de cuyos favores y contraprestaciones se expandió una quinquicracia políticoburocrática de altos y bajos vuelos, dispuesta al asalto del poder en cualesquiera ámbitos y a cualquier precio. Fueron esa quinquicracia y las disputas internas las que por seis votos viciados entregó la secretaría general del PSOE a Rodríguez Zapatero. Un "haiga" político que, como es común a los mediocres con capacidad de decisión se rodeó de inmediato de una cohorte de advendizos aún menos dotados que él y de algún que otro sumiso de mejor hechura, amén del comisario político del iluminismo, el siempre insidioso y también sin principios Pérez Rubalcaba. Todo se conjuró dentro y fuera de España para que Rodríguez ganara las elecciones del 14 de marzo de 2004 "por accidente". Un trágico "accidente" que costó la muerte a 192 inocentes y ocasiono en torno a los 1.500 heridos. Y que fue sórdida e ilegalmente aprovechado para engañar a una franja de incautos votantes y otorgar la mayoría relativa al PSOE. Así se instaló una descerebrada y atrabiliaria superquinquicracia en el poder de un Estado vocado al desguace. Una superquinquicracia que habría caído a las primeras de cambio de no haber amarrado la mayoría parlaamentaria con suculentas dádivas a las voraces minorías, en particular a las secesinistas de Cataluña y Vascongadas, esta última parapetada tras la amenaza terroristade ETA, la cual había reducido a la inacción el gobierno Aznar con la colaboración de la Francia postgiscardiana. Y si uno de los antiguos quinquis habría cambiado un mercedes por un banquete de gallina en pepitoria para mera satisfacción de un apetito irrefrenable, Rodríquez y su pandilla no han tenido escrúpulos a la hora de decuartizar al cuerpo del Estado y de España para repartir sus piezas entre las ávidas mínorías a cambio de segurarse la continuidad en el disfrute "haiga" del poder . Ni empacho en hacer cama redonda con el terrorismo etarra y sus valedores, asumiendo el trágala de una ficción de tregua que la banda ha aprovechado para armarse y recomponer sus cuadrillas de asesinos, además de entregarse a los deseos de Francia y Marruecos cual moza presa de furor uterino, de refocilarse en el travestimo neomarxista del chavismo y de encubrir con la carpa de la Alianza de Civilizaciones que el fundamentalismo islamistas, dueño del mundo musulmán, nos de a los españoles por la retambufa un día tras otro. La quinquicracia rodriguezca proclama estar persuadida de que la matanza del 11 de marzo que la llevó al poder fue obra de un pandilla de chorizos marroquíes, que ETA estuvo al margen y que no existió conspiración que la beneficiara. ¿Y si está tan segura de su inocencia, por qué su empecinamiento en que no se investigue a fondo y se valga de la Fiscalía General del Estado, transmutada en comisariado político, en jueces ideológicamente afines y compradas minorías parlamentarias para impedir que se indague la veracidad o n de las alarmante revelaciones en las que "El Mundo" se lleva la palma y proliferan en las aéreas de libertad de Internet todavía no doblegadas, silenciadas o aplastadas? La siniestra pantomima de la Comisión de Investigación fue un claro indicio de que el P(SOE) y el gobierno Rodríguez tenían algo ominoso que ocultar. O al menos aventó esa sospecha el empeño desmedido en guillotinar la investigación. Sospecha que se ha acrecentado con el paso del tiempo y a la que también da pábulo el comportamiento judicial de Garzón, consumado actor de melodramas, retornado a toda prisa del suculento paraíso americano tras el encuentro con un enviado de Conde-Pumpido, según ha trascendido. Cuando la matanza del 11 de marzo de 2004 se analiza con minuciosidad, y con el concurso de avezados especialistas en la materia, se llega a la muy razonable conclusión de que se trató de una compleja y perfectamente trabada operación, propia de los más diestros servicios secretos. Una operación con predeterminados objetivos políticos de gran alcance en la que sus diseñadores crearon los supuestos necesarios para no aparecer implicados, antepusieron acciones de distracción para que el gobierno Aznar sintiera en el cuello la inminente amenaza de una nueva oleada de atentados etarras, cayera inicialmente en la trampa de las pruebas falsas que señalaban a ETA, y endosara la autoría a unos propicios chorizos marroquíes a los que fue necesario sacrificar para borrar pistas y favoreciera el sórdido, amén del nada improvisado montaje acusatorio al PP hasta el mismo día de las elecciones en el que tanto protagonismo adquirieron Pérez Rubalcaba y el grupo mediato PRISA. Puede que yerren tales deducciones de los expertos en este tipo de sangrientas conspiraciones, las cuales tienen no pocos precedentes en el mundo. Pero no podrán ser desmentidas mientras desde el poder se utilicen todo tipo de recursos para impedir que una eficiente investigación policial y judicial, libre de trabas, desmonte una por una, con pruebas irrebatibles, las revelaciones de un periodismo no sometido a la tiranía quinquicrática y asaeteado desde todas las esquinas de los confabulados para su cerco y desprestigio. Podemos sostenerlo con plena independencia quienes somos ajenos a cualquier vinculación de partido o de grupo mediático, aún a riesgo de sufrir las consecuencias que ya padecen servidores honestos de los cuerpos de Seguridad del Estado, asediados incluso por amenazas de mayor porte. A la quinquicracia de cualquier índole nada se le pone por delante con tal de satisfacer sus apetitos. La mentira y la "omertá" configuran sus más sólidas defensas. Y al hilo de las anteriores consideraciones, otra pregunta requerida de respuesta: ¿Qué as susceptible de decidir la partida guardan en la manga el terrorismo etarra y sus valedores políticos, capaz de doblegar a Rodríguez y de forzarlo a negociar infamantes concesiones que vulneran la maltrecha constitución de 1978 y atentan frontalmente contra la unidad de España? Los españoles nos encerdamos bajo un Rodríguez convertido en perrillo faldero de la conspiración desintegradota del Estado y de España, en hada madrina del terrorismo etarra y en mendigo de apoyos verbales como el de un Blair acabado, y que también estuvo en la reunión de las Azores, en contrapartida a la entrega de Gibraltar, o nuevo Tratado de Utrech, que escribió con tino Lorenzo Contreras. Un Rodríguez que se humilla ante el sátrapa Mohamed VI y deja la dignidad de España a los pies de los caballos al enviar por barco una partida de jeeps regalados a Marruecos,ante la exigencia de que no se hiciera desde Ceuta, considerada por Rabat como territorio propio. Un Rodríguez que retiró de manera vergonzante nuestras tropas de Iraq, las refuerza en el cada vez más encrespado Afganistán junto a las norteamericanas y las envía a la zona más caliente y peligrosa del Líbano, conflicto en el que tanto se juegan el combinado norteamericanoisraelí y el entero Occidente. Un Rodríguez que hace causa común con el déspota iraní, del que Felipe González dice en privado que nunca se había topado con un loco como Admedineyad. Un Rodríguez que trata de ganarse una fotografía con Bush invitando a que desfile el 12 de octubre la bandera norteamericana a la que, en vísperas de la matanza del 11 de marzo, ofendió, junto al entero pueblo de los Estados Unidos, permaneciendo sentado a su paso. Un Rodríguez emperrado en enfrentarse prematuramente a los vencedores en elecciones europeas. Un Rodríguez que legaliza una imponente marea inmigratoria, perjudicial para España y para Europa, con el único propósito de disponer de una masa de votos agradecidos en las próximas elecciones municipales mediante los que arrebatar ayuntamientos clave al PP. Un Rodríguez que luego, cuando se ve impotente para detener la invasión alentada por la legalización indiscriminada, pide ayuda a una Europa que despreció. Un Rodríguez que se salta a la torera cualesquiera razonables prevenciones en el campo de la energía eléctrica para avenirse a las exigencias de Gas Natural de hacerse con Endesa de baratillo, presionado por la Caixa, la gran banca del secesionismo catalán, haciendo caso omiso de las normas vinculantes de la Unión Europea. Un Rodríguez que tapa groseramente el escándalo de la condonación de la deuda de 6.000 millones contraído por el PSC con la Caixa, precisamente en vísperas de la agiotista OPA de Gas Natural sobre Endesa. Un Rodríguez que ha perdido la confianza internacional de España merced a sus reiterados desplantes y necedades. Un Rodríguez que se esconde tras la intemperancia de la momia de pasarela Fernández de la Vogue, las rupestres y repugnantes invectivas del cara de garbanzo verde Pepiño Blanco, las desvergonzadas mentiras del siempre hipócrita e insidioso Pérez Rubalcaba o la acomodaticia blandenguería de Solbes. Un Rodríguez que se vale del poder del Estado, entendido como propiedad personal, para vengar la memoria de su abuelo frentepopulista excitando entre los españoles un enfrentamiento que la mayoría creíamos superado desde hace muchas décadas. Un Rodríguez que en vez de gobernar cae en el esperpento de hacer la oposición a la oposición; y en vez de mirar al futuro es un obseso del antifranquismo. Un Rodríguez emborrachado de laicismo, dispuesto a erradicar por ley la historia verídica de España y cualesquiera principios morales que sirvan de empaste a la sociedad y sean fundamento de su libertad. Podría aducir aún más comprobaciones acerca del delirante caos en que nos han metido Rodríguez, su patulea de advenedizos, sus compinches mediáticos, los que chupan del ingente bote de la corrupción y de la especulación de alto bordo o una progresía siempre presta a arrimarse al sol que más calienta. Pero creo que son suficientes los enumerados para ratificar mi convicción de que los españoles somos prisionero de una desmesurada y cenagosa tiranía quinquicrática.
viernes, octubre 06, 2006
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