lunes 26 de junio de 2006
La 'Sele'
Miguel Martínez
H AY que ver cómo pasa el tiempo. No hace tanto se veía uno sentado en ese pedazo de Aula Magna, con más miedo que otra cosa, con los dedos cruzados en pagano y supersticioso ritual, esperando que los señores catedráticos le entregasen ese papel en el que uno se jugaba el bachillerato, el COU y hasta la prórroga de la mili. Era, mis queridos reincidentes, la temida Selectividad. La “Sele” como nosotros la llamábamos y la PAU -Prueba de Acceso a la Universidad- que se llama ahora. Y recuerdo cómo ya entonces se rumoreaba que la Selectividad –como la unidad de España- tenía los días contados. Veintitantos años después la una y la otra siguen su marcha a prueba de estudiantes y agoreros. Maldita la gracia que nos hacía a los estudiantes de entonces –como a los de ahora- desenterrar apuntes ya estudiados y rebuscar en los desvanes de nuestra memoria las respuestas a exámenes ya aprobados. Hace un puñado de lustros le tocaba a uno en la “Sele” comentar un plúmbeo texto de Juan de la Cruz y ayer, mi niña, esa adolescente a la que repetidamente me vengo refiriendo en esta columna como consumidora compulsiva de teléfono, música estridente, jerigonzas logarítmicas por SMS y faldas en exceso cortas, se enfrentaba al comentario de texto de un artículo periodístico sobre Frank Rijkaard, excelso entrenador donde los haya, y se veía en el brete de explicar el significado de gongóreas expresiones como -por poner un ejemplo- “hablar por hablar”. Y se dirán mis queridos reincidentes que los estudiantes de ahora lo tienen mucho más sencillo, y yo les diré que no siempre es así, que nuestras autoridades educativas, en un darviniano proceso de pretendida selección natural que propicie que sólo los mejores pasen la criba, urden sórdidos planes y tienden un rosario de obstáculos –cuando no de despropósitos- que ríanse ustedes de los textos de Juan de la Cruz. Si tienen la paciencia de seguir leyendo un inciso que a continuación les apunto, con el fin de situarlos en mejor y más amplia perspectiva, se lo cuento. Si no, pueden saltarse el siguiente párrafo e ir derechitos al grano. Me replicaba una buena amiga, a la que me quejaba yo de los ochenta y tantos euros de derechos de examen de la “Sele” y de los setenta y tantos del Título de Bachiller, que el dinero destinado a la educación no era nunca un desembolso, sino una inversión, comentario que me hizo sentir un ser roñica y despreciable que racaneaba ante la mejor herencia que se le puede dar a un hijo: una buena formación. Intentaba uno defenderse alegando que suficientes sablazos le atiza Hacienda como que para que, encima, le soplen casi quince mil pelas del ala por el derecho a ser examinado, justo después de que le levanten más de diez mil -del otro ala- por el simple hecho de que la señora Ministra de Educación estampe un garabato en una cuartilla que certifique que el bachillerato, pese a los disturbios hormonales de la edad, ha sido cursado con aprovechamiento. No le duró mucho a quien les escribe el sentimiento de culpa, tan sólo hasta el día siguiente cuando le suelta su niña que para el segundo día de examen de Selectividad necesita una madera tamaño DIN A-3, que parece ser que en la Facultad de Bellas Artes, donde a ella le toca examinarse, no siempre hay mesas para todos los examinandos y que los alumnos que excedan al número de mesas necesitarán sentarse en el suelo, procurándose así con la madera el apoyo necesario para llevar a cabo sus PAU con una mínima comodidad. Suerte tienen en esa facultad de que mi niña sea muy vergonzosa y muy poco rebelde, porque si me llega a hacer caso se presenta en el examen con una mesa de cámping, su sillita plegable y su ventilador, que si no les llega el presupuesto para mesas difícilmente les llegue para aires acondicionados. Me recuerda la situación a la de aquel joven guineano al que sus padres mandaron a Madrid a estudiar y que ante la pregunta de que en qué rama quería matricularse respondía lo de “¡Qué coño, rama! Yo en un pupitre, como vosotros”. Si hubiesen advertido al pobre chaval, se hubiese traído un par de troncos de su pueblo. Y ustedes se preguntarán cómo es posible que en un país civilizado ocurran este tipo de cosas y cómo es posible que no haya suficientes mesas para todos. Yo les contesto. Sí las hay. Se trata de un sencillo problema de infraestructura. Les cuento. Los alumnos que provienen del Bachillerato Artístico tienen entre sus materias de selectividad las asignaturas de Dibujo Artístico y Volumen. Una de las pruebas de la asignatura de Dibujo consiste en un ídem que ha de hacerse sobre un papel, llamado natural (no sé si porque ese papelillo crece tal cual en algún árbol o porque lo amasan a mano como si se tratase de una pizza) que mide un metro de alto por setenta centímetros de ancho (a menos que le dé media vuelta, en cuyo caso mide setenta centímetros de alto por un metro de ancho), y a causa -valga la redundancia- de tamaño tamaño y de las dificultades que les supondría el trasladar esos pedazos de cartapacios hasta la Facultad de Bellas Artes si -como sucede con el resto de estudiantes- éstos se examinasen en la facultad más cercana a su domicilio, desde donde remiten luego los exámenes allá donde estos hayan de ser corregidos, han decidido nuestras autoridades educativas que todos los alumnos de Arte se examinen en esa facultad, evitándose así problemas de traslados de enormes pliegos de papel natural desde las facultades de origen, problema que se agrava ante el examen de Volumen, en el que los alumnos han de crear esculturas que complican mucho más su transporte que si se tratara de simples folios escritos. No quieran imaginarse la que se ha montado esta mañana en la estación cuando decenas de estudiantes, todos ellos con su tabla de madera, sus papeles naturales de un metro por setenta, sus mochilas con los apuntes y los libros del resto de materias, intentaban pasar por las puertas mecánicas -ésas que en teoría evitan que la gente se cuele sin billete- y cómo, superada esta primera prueba, hacían equilibrios para entrar dentro de los vagones y, una vez dentro, transitaban por los pasillos proporcionando alegres y simpáticos cocotazos con el pico de la tabla de madera a los pasajeros ya sentados, al tiempo que éstos -a excepción de un soso tiquismiquis que se quejaba de un corte abierto en la ceja- celebraban cada cocotazo con el alborozo natural tan propio de esas cómicas situaciones. Y a uno, que en principio tenía previsto sugerir a las autoridades educativas que, para transportar todos esos cartapacios y esculturas desde las otras facultades hasta la de Bellas Artes, le pidiesen prestadas a Rajoy las nueve furgonetas que le sobraron y de las que les hablaba hace unas semanas (edición 220), desechó tal posibilidad por aquello de no hacer leña del árbol caído, que bastante tiene el pobre con lo que tiene, pero no renuncio a proponer que o bien se destinen 25 euros -de los ochenta y tantos pagados por derechos de examen- a adquirir unas mesitas muy cucas que he visto de oferta en Ikea y que luego podrían regalar a cada alumno como recuerdo de la “Sele”, o bien se desplacen algunos de sus profesores de Arte al resto de facultades para corregir in situ los trabajos. Éstos agradecerían la oportunidad de que les diese un poco más el aire, así como la ocasión de cambiar por unos días su entorno de trabajo, y estoy seguro de que las cabezas de los usuarios de la Línea 3 del metro, especialmente los de la estación de Zona Universitaria, se lo agradecerían enormemente. PD: Mucha suerte a mi reincidente favorita con sus exámenes.
domingo, junio 25, 2006
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