viernes, mayo 05, 2006

Alternativa de poder

Alternativa de poder (blando)
Por IGNACIO CAMACHO

LE ocurre a este Barcelona campeón lo que al Madrid de Di Stéfano: le ayudan los árbitros, lo protege la Federación y cuenta con la simpatía del poder (Zapatero es culé perdido, como tantos leoneses seducidos por la estela de su paisano César, aquel interior de la época de Kubala), pero su devastadora autoridad futbolera hace que la gente se olvide de tan manifiesto favoritismo. Su refulgente andadura coincide, además, con la crisis del Real Madrid, según esa teoría de los vasos comunicantes que conectan los ciclos de las dos grandes instituciones del fútbol español, plataformas de influencia social, económica y hasta política que oscilan, con algún «outsider» ocasional, en una especie de alternancia bipolar hegemónica.El Barça fue el primer club que planteó abiertamente, en pleno franquismo, su condición de «soft power», de poder blando, aunque entonces no se llamara así. El eslogan de «más que un club» apuntaba de manera directa a la pretensión de erigirse en imaginario simbólico de la identidad catalana, abierto desafío al aparato del Estado que venía a encarnar el Madrid. Ese rango de representatividad social lo ha imbuido del típico victimismo nacionalista, llorón incluso cuando, como ahora, el catalanismo boga a favor de corriente y el centralismo se ha desarticulado en medio de una pulverización de la estructura nacional. Por eso este equipo deslumbrante, mejor incluso que el Dream Team de Cruyff, no acaba de cosechar toda la simpatía que merece su arrollador despliegue futbolístico, un poco solapado por el recelo que la deriva política catalana despierta en la mayoría del territorio español.A ello ha contribuido el empeño de Joan Laporta, un dirigente que coquetea con ERC, por significar al club como estandarte del conglomerado nacionalista, proactivo en el frente estatutario y permisivo con un folklore independentista que incomoda incluso a amplios sectores de su afición. Ello no ha sido óbice para que haya que reconocerle el mérito de fichar a Ronaldinho -a regañadientes: él quería a Beckham- y de promover la cantera catalana -Valdés, Xavi, Iniesta- a través de un grupo técnico solvente, además de abordar sin paliativos la batalla contra los ultras, en la que demostró que se les puede ganar el pulso si hay voluntad de hacerlo sin excusas. Pero las pancartas de «Catalonia is not Spain» han mellado sensiblemente el arraigo sentimental de este magnífico Barcelona que, paradójicamente, necesita a España para medirse en ella como proyecto hegemónico.Porque para consolidarse como alternativa global de poder, al Barça le queda una cita pendiente. La tiene el día 17 en París: o se trae la Copa de las orejas grandes, la verdadera corona del fútbol internacional, o se quedará como una excelente referencia a escala española, mal que le pese a Laporta. Mal que le pese lo de española, quiero decir. La excelencia la han mostrado de sobra unos jugadores que quizá no sean más que un club, pero forman un verdadero equipazo.

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