viernes, octubre 06, 2006

No agitar, señor President

viernes 6 de octubre de 2006
No agitar, señor President
Wifredo Espina
N O parecen coincidir los dos Presidents catalanes. El de la Generalitat y el del Parlament. Mientras Pasqual Maragall opina que el paso del Estatut por el Tribunal Constitucional, a raíz de los recursos presentados, puede hacer que dicho Estatut “salga reforzado” pues despejará –o quizás subsanará- cualquier duda de inconstitucionalidad, Ernest Benach “espera” que el Constitucional “no pase de la admisión a trámite” y “no vaya más allá, porque “lo contrario abriría una crisis de Estado (...) de consecuencias incalculables”. La loable serenidad de Maragall, seguramente fruto de su legítima convicción de la constitucionalidad de la nueva norma estatutaria, contrasta con la “rasgadura de vestiduras” y puesta del “grito en el cielo” de Benach, quizás a causa de alguna posible duda, también legítima, sobre su rigurosa constitucionalidad. Dudas que parece que igualmente albergan cuantos, con reacciones de todo tipo, se han escandalizado por esos recursos, olvidando que quien debe dictaminar es nuestro más alto Tribunal de garantías constituicionales y no los que interponen recursos en uso de un derecho establecido en la ley. Es cierto que no parece muy lógico que los recursos puedan interponerse precisamente después de que una ley de la importancia de un estatuto de autonomía haya sido ya sometida y aprobada en referéndum popular y no antes. Pero así está establecido en la Constitución, aunque no nos guste y pueda parecer una desconsideración al veredicto de las urnas de una autonomía. Questión que quizás algún dia el legislador debería reconsiderar. Mientras, legalmente las cosas son así. Y esto, que no ignora el president Maragall, da la impresión de que sí que es ignorado por el president Benach cuando se lanza a augurar públicamente tremendos males al país si el Tribunal Constitucional , en uso de sus funciones, emite una sentencia de disconformidad con el nuevo Estatut. Se crearía una situación política muy comprometida si llegara a declarar inconstitucional todo el Estatut, cosa totalmente improbable e indeseable, pero alguna modificación o aclaración interpretativa puntual de su texto, aunque fuera importante, además de enojosa para no pocos, no legitima a un president del Parlament a crear alarma, a precalentar el ambiente o a empezar a agitar las masas. Es más razonable, y democráticamente saludable, la serenidad y congénito optimismo de Maragall, que la crispación preventiva de Benach.

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