viernes 15 de septiembre de 2006
BOADELLA & CIA.
Un libro para escarmentar a los no nacionalistas
Por Daniel Tercero García
Escarmentar: 1. tr. Corregir con rigor, de obra o de palabra, a quien ha errado, para que se enmiende. "El comando de Terra Lliure ha marcado este día [20 de mayo de 1981] para escarmentarlo [a Federico Jiménez Losantos]". Así empieza Albert Balanzà el libro titulado Boadella & cia. Els intents de crear un partit espanyolista a Catalunya.
El libro pretende explicar el origen de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, el nuevo partido político liderado por Albert Rivera y Antonio Robles y cuyas caras públicas más conocidas son Albert Boadella, Arcadi Espada y Francesc de Carreras. Pretende el autor –periodista del diario semipúblico regional Avui– realizar un análisis riguroso y periodístico a la hora de explicar la evolución de un supuesto origen común del movimiento ciudadano que ha plantado cara, con mejor o peor resultado, al asfixiante nacionalismo que ha dominado la escena pública catalana durante más de 25 años –y que empieza ahora también a inmiscuirse en el ámbito privado con toda impunidad–. Pero las apenas 200 páginas (146, si apeamos el apéndice documental, el índice onomástico y la bibliografía) no pasan de ser un resumen de otros libros ya publicados sobre el nacionalismo en Cataluña, añadiéndole algo de actualidad.
Algunos catalanes –de nacimiento o adscripción voluntaria– hemos decidido plantar cara al nacionalismo de la mejor manera posible, y la única que sabemos: bajando al ruedo con la muleta de la palabra y la pluma. Los más valientes –que todavía hay que serlo para presentarse en público como no nacionalista en esta Cataluña del siglo XXI– se han atrevido (¡qué osadía!) a configurar un partido político y presentarse a la sociedad catalana. Ésta decidirá. Pero otros, normalmente los subvencionados por el dinero que derrocha la Generalidad de todos, han decidido, una vez más, que al ruedo político sólo tienen derecho a saltar los considerados auténticamente catalanes. Es decir, los que comulgan con las ideas del nacionalismo catalán.
Balanzà, como ya es norma y tradición, confunde Cataluña con nacionalismo catalán. Nada nuevo. El pan de cada día. Contrapone, como buen periodista catalán, los términos Cataluña y España –cuando lo cita, ya que lo correcto es eso de Estado español–, para dejar claro que la primera no es parte de la segunda y que la segunda no tiene nada que ver con la primera. Nada nuevo.
Todo tiene un principio, y Balanzà lo sitúa el 20 de mayo de 1981, el día en que Pere Bascompte y Jaume Fernández Calvet escarmentaron –corrigen con rigor al que ha errado para que se enmiende–, es decir, dispararon en la pierna a Federico Jiménez Losantos, por aquel entonces profesor de Literatura de un instituto de Santa Coloma de Gramamet. Su error: firmar y dar a conocer el Manifiesto de los 2.300, que denunciaba "la situación cultural y lingüística de Cataluña" y pedía que se restaurase el "ambiente de libertad, tolerancia y respeto entre todos los ciudadanos de Cataluña".
A partir de esta fecha vinieron Acción Cultural Miguel de Cervantes, Coordinadora de Afectados en Defensa del Castellano (Cadeca), el diario Abc –y, antes, Diario 16–, Asociación por la Tolerancia, el diario El Mundo, el libro Extranjeros en su país –coescrito por Antonio Robles bajo pseudónimo–, Profesores por el Bilingüismo, Izquierda por la Tolerancia Lingüística, Foro Babel, Convivencia Cívica Catalana (CCC), Iniciativa No Nacionalista (INN)... y una larga lista de nombres propios, y más asociaciones y partidos políticos, que han dado lugar a Ciudadanos de Cataluña.
Estamos en 1993. Como si de quintacolumnistas se tratase, los que denuncian las atrocidades lingüísticas del nacionalismo en Cataluña forman parte de "una campaña que duró un mínimo de dieciséis meses y un máximo de dos años largos". Con un objetivo común: la victoria del PP en 1996. El periodista se refiere a la portada del diario Abc (12 de septiembre de 1993) en la que se denunciaba el acoso lingüístico que sufrían los castellanoparlantes catalanes en la escuela. Y que siguen sufriendo a día de hoy. Hay cosas que, aunque no las publiquen los diarios locales catalanes, siguen sucediendo. Pero Balanzà mantiene la idea, en todo el libro, de que detrás de todos estos movimientos asociativos y políticos –con el único común denominador de no ser nacionalistas– está el PP, el anticatalanismo o el españolismo (definido este último como la toma de partido por el uniformismo político dentro de España. Es decir, sin término medio). Resolución típica y habitual en Cataluña cuando uno no comulga con el establishment institucional nacionalista.
Con ese aire de superioridad que caracteriza al nacionalista ortodoxo, Balanzà deja caer constantemente, y en forma de coletillas, su opinión durante el relato de los acontecimientos. "Fue bonito mientras duró", para los seguidores de la guerra de la lengua, antes de que el "Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) avalase la exigencia del catalán para acceder a la función pública docente de Cataluña". "Bonito mientras duró", dice. Pero no dice nada de las casi diez mil familias que tuvieron que emigrar a otro lugar de España para que los maestros y profesores que había en ellas pudieran seguir ejerciendo su profesión.
El libro tiene, además del sesgo nacionalista ya esperado, una gran cantidad de errores de bulto típicos del que o bien desconoce la materia o ha copiado mal de otro. De esta manera se entiende que Balanzà confunda, y mezcle, los hechos ocurridos en los centros educativos Reyes Católicos y Príncipe de Gerona, ambos de Barcelona pero que nada tienen que ver uno con el otro. Otro dato ficticio: por el hecho de participar en el cierre de campaña de Pasqual Maragall en 1999, Albert Boadella se convierte en militante con carné del PSC. Y algo similar le ocurre a José Ávila con el PP. Confunde Balanzà el apellido de Carmelo González, el padre que pide a las Administraciones que su hija sea escolarizada en castellano y que ha llevado a cabo incluso una huelga de hambre.
Eso sí, acierta cuando recuerda que Oriol Malló –compañero de Balanzà en el diario Avui y autor del polémico artículo 'Falangistes taxidermistes'– mantuvo buenas relaciones con el grupo de Asociación por la Tolerancia, después de pasar por Terra Lliure y antes de volver al redil nacionalista. Lo cual demuestra la inestabilidad y poca personalidad de un escritor y periodista –o al menos eso dice– como Malló.
Lo que el libro vierte, en general, no es más que un me río de estos intelectuales por el hecho –¡así de simple y así de bonito!– de creer en la democracia. Eso quiere demostrar el periodista en los dos últimos capítulos: 'La gran decisió' y 'Més enllà del pentapartit'. Nunca, viene a decir Balanzà, exceptuando las elecciones de 1980, cuando el Partido Socialista de Andalucía obtuvo dos escaños, ha conseguido unos resultados medianamente razonables un partido ajeno al actual arco parlamentario autonómico catalán. Es decir, un partido que no sea nacionalista, o catalanista en su defecto, si consideramos algo exagerado calificar de nacionalista al partido que preside Josep Piqué. Y tiene razón Albert Balanzà. Pero no es menos cierto que nunca como ahora la situación lo requiere, que el PSC se ha perdido en la deriva del nacionalismo y que el PP de Piqué sueña con formar un gobierno regional con Artur Mas (CiU). ¿Qué nos queda?
Albert Balanzà intenta explicar el pasado –sin conocerlo– de un posible futuro fracaso en las urnas. Y lo hace de cara a la galería; a la galería nacionalista. Pero también a la de los posibles votantes de ese Partido de la Ciudadanía, de los indecisos de última hora. He ahí el porqué de frases tan falsas como, verbigracia, la que resulta de su comentario en cuanto al bilingüismo que propugna Ciudadanos de Cataluña (página 124): "En cuanto al bilingüismo, la propuesta de reforma educativa para que el castellano sea lengua vehicular de la enseñanza tampoco es ninguna novedad".
Es la diferencia entre defender la igualdad entre personas y defender los supuestos derechos históricos de un trozo de tierra. Los primeros defendemos la libertad de los padres para escoger la lengua oficial –español o catalán– de escolarización de nuestros hijos. Los segundos obligan a todos los hijos a escolarizarse en una única lengua: el catalán. Situación que recuerda mucho a las escuelas franquistas. Es más de lo mismo, confundir Cataluña con nacionalismo.
Lo dicho, un libro para escarmentar y señalar a las ovejas que se salen, todavía hoy (¡qué osadía!), del redil nacionalista. Al autor tan sólo le ha faltado anotar las direcciones particulares de los protagonistas.
ALBERT BALANZÀ: BOADELLA & CIA. ELS INTENTS DE CREAR UN PARTIT ESPANYOLISTA A CATALUNYA. ARA LLIBRES, 2006; 202 PÁGINAS.
Gentileza de LD
jueves, septiembre 14, 2006
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