miercoles 20 de septiembre de 2006
Plagiar
JUAN Bas
Hace unos años, Fernando Marías y yo ganamos en juicio una demanda por plagio. En la revista 'Enigmas', dirigida por el doctor Jiménez del Oso, publicaron un reportaje, que presentaban como de investigación y real, firmado por un colaborador suyo -cuyo nombre nunca se me quedó-, que fusilaba de pe a pa un capítulo y relato de ficción de nuestra serie de televisión y libro 'Páginas ocultas de la historia' titulado 'La otra muerte de Federico García Lorca', que para colmo se basaba en 'La luz prodigiosa', reconocida novela de Fernando Marías.Recuerdo que fue agradable pagarnos las vacaciones con el dinero de la indemnización -la talla de la revista 'Enigmas' no daba para producir grandes daños morales de mayor cuantificación- y la inconsistencia y alarde de caradura de los débiles argumentos de defensa por parte de los demandados para intentar colar que no habían obrado con mala voluntad.Para los romanos, plagiar era comprar a un hombre libre, sabiendo que lo era, y retenerlo como esclavo. Por lo menos, el plagiario pagaba una cantidad al tratante o secuestrador por la injusta apropiación, le costaba algo. En el plagio literario, sencillamente se copia parte de la obra de otro, con la esperanza de que no se descubra la rapiña, y se publica como propia. Me asombra la desfachatez y el alarde de morro -y lo cutre y lo barato- de quien esto hace y el que no se le caiga la cara de vergüenza cuando queda demostrado por un tribunal de justicia la existencia del plagio. Y sobre todo, que cuando se hace público que ha quedado probado que ese escritor o escritora ha plagiado, continúe con 'su' obra literaria y publicando como si no hubiera pasado nada. Pero aún me sorprende más que los lectores del condenado por plagio sigan confiando en su autor y compren y lean sus nuevos libros, cuando ha quedado demostrado que no tiene talento, es un fraudulento, un impostor y que por simple regla de tres tiene el mismo respeto por sus lectores que por los autores a los que roba sus ideas y palabras. ¿Cómo puede uno, cuando se mete en esos barros con toda premeditación y ánimo de apropiarse de lo ajeno, exculpar o justificar su evidente mala voluntad y mala fe?Últimamente al plagio, en consonancia con la moda de los eufemismos, se le llama intertextualidad. El 'Diccionario del español actual' de Seco, Andrés y Ramos, define la intertextualidad como el «conjunto de las relaciones que guarda un texto respecto a otro u otros, tanto en el plano del creador como en el del lector.» Claro, lo peliagudo y ambiguo está en lo de «conjunto de las relaciones». Al fin y al cabo, el robo y la estafa son también formas de relacionarse con los demás.
martes, septiembre 19, 2006
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