martes, septiembre 12, 2006

Para que quede claro

LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Para que quede claro

Por Horacio Vázquez-Rial

No había por qué esperar que las muchedumbres, heridas en su corazón y en su razón, se manifestaran ruidosamente contra quien amenazara de muerte a mi muy respetado y admirado Gustavo de Arístegui. Pero de ahí al enorme silencio que concitó la noticia hay un abismo.
Un silencio, para colmo, subrayado por la burla oficial a todos aquellos que consideramos que la expansión del islamismo entraña serios riesgos para el mundo: me refiero a la mofa perpetrada por Felipe González en Teherán, con su disfraz de iraní de a pie, con camisa de cuadros abotonada hasta el cuello y sin corbata, con los puños fuera de las mangas de la chaqueta de un traje de bedel muy usado y unos mocasines acartonados y gastados; todo ello para no ser más que su anfitrión Ahmadineyad, quien a su vez sigue las recomendaciones estéticas de los ayatolás más radicales. Es de esperar que visite a Evo Morales con jerséis de rayas gordas, aunque se resistiera con heroísmo a ponerse una kipá ante el Muro de los Lamentos hace veinte años.
González salió de la reunión como de un congreso de partido organizado por un viejo aparatchik: con el resultado amañado y previsto desde antes de la cita. Igual que salió de Suresnes, pero con menos mentiras: entonces necesitaba más que ahora la falacia y la ambigüedad. Esta vez ha dicho lo que piensa: que Irán tiene derecho a disponer de armas nucleares. Lo mismo que piensa el muñidor de la alianza de civilizaciones, Máximo Cajal. Y que, por supuesto, piensa el presidente de la sonrisa y la kefiá, y seguramente su ministro de Exteriores, aunque, por razón de su cargo, no puedan decirlo de la misma brutal manera. Esto ya no es mozarabismo ingenuo ni, mucho menos, política de apaciguamiento: ni siquiera al señor Chamberlain se le hubiese pasado por la cabeza ofrecer a Hitler los últimos avances técnicos del ejército británico. Esto, realmente, no se había visto nunca.
Pero eso es lo esencial: el gran empeño de la alianza de civilizaciones radica en lograr que todos los países tengan los mismos posibles bélicos, pero empezando, como es de cortesía, por el enemigo. Una vez convenientemente armado el enemigo, veremos qué hacer con los amigos.
Gustavo de Arístegui.¿Por qué esperar, pues, ante las concretas amenazas recibidas por Gustavo de Arístegui, una reacción que al menos recordara las hipócritas condenas de la fatwa contra Salman Rushdie? Esos tiempos ya han pasado. Ahora no se habla de Arístegui, ni de la Fallaci, ni de Ayaan Hirsi Ali. Los tiempos nuevos reclaman energía nuclear para Irán. Energía nuclear para unos gobernantes que, amén de alimentar a Hezbolá, tienen en programa la aniquilación del Estado de Israel.
Para que quede claro: éste es el momento más terrible de la historia desde 1939, y, como entonces, el exterminio de los judíos es la primera cuenta del rosario de exterminios que sobrevengan; la segunda, según Ben Laden, es la liquidación de los cristianos; la tercera, la de los cruzados, es decir, los occidentales que nos tomamos esto en serio, profesemos o no alguna religión.
Para que quede claro: lo que aquí digo no es síntoma de un delirio apocalíptico, sino algo que está ocurriendo. Y no allá lejos, sino aquí mismo. Allá lejos se leen con idéntica unción el Corán y Los protocolos de los sabios de Sión, el único libro occidental que se edita profusa y constantemente en el mundo árabe musulmán. Aquí, a los que de entre ellos leen, les basta con el Corán: han conseguido que uno pase por estaciones y aeropuertos asegurándose de que no haya mochilas ni maletas sin propietario y, encima, que el Gobierno que ha obstaculizado de todas las maneras posibles la investigación del 11-M diga que esos chicos se merecen tener energía nuclear.
Para que quede claro: el desenlace bárbaro puede sobrevenir en cualquier momento. Hoy mismo, por ejemplo. Nada impide que un arma atómica arrase Israel mientras escribo estas líneas. Nada, absolutamente nada lo impide. Puede dispararse desde cualquier sitio, incluidos los zulos de Hezbolá.
Para que quede claro: si eso sucede, y tenemos todos los números para ese premio a la política exterior del zapaterismo y del ministro de Exteriores in pectore González, no será el principio del fin, sino el fin mismo. Adiós a las polémicas sobre la educación católica: habrá escuelas coránicas y sólo para varones. Adiós a los divorcios de las entusiastas señoras que salen en la tele promoviendo el multiculturalismo y la judeofobia (tampoco habrá judíos a los que odiar). Adiós al trabajoso derecho legado por Roma, la Revolución Francesa y Bonaparte: habrá sharia.
Para que quede claro: el exterminio de los judíos es el exterminio de Occidente; dejar a Israel librado a su suerte es dejar nuestro destino en manos ajenas. La defensa de Israel y de los judíos de la diáspora (con todas sus contradicciones, entre ellas las de quienes parecen odiarse a sí mismos) es un compromiso con nosotros mismos, con nuestros antepasados y con nuestros hijos.
Mahmud Ahmadineyad.Para que quede claro: el legado del cristianismo, y de manera muy especial el del catolicismo, es, con todas sus contradicciones, parte esencial de nuestra relación con el mundo, y defenderlo es también un compromiso con nosotros mismos, con nuestros antepasados y con nuestros hijos.
Para que quede claro: el Irán de Ahmadineyad y de los ayatolás que lo pusieron en la presidencia, vistos sus proyectos explícitos y su apoyo financiero e ideológico a grupos terroristas como Hezbolá, no tiene derecho a disponer de energía nuclear, y hay que luchar para impedir que la alcance. Ello sin olvidar el problema que representan la bomba paquistaní (los talibanes ocupan gran parte de los servicios de inteligencia, y Musarraf sólo los ha contenido hasta ahora), la bomba india (con crecimiento económico o sin él, el enfrentamiento de los musulmanes con hindúes y cristianos hace del país un polvorín), la bomba china (ni siquiera sabemos quién decide sobre ella) y otras bombas descontroladas. Y sin olvidar las generosidades nucleares de Francia con sus amigos de Oriente. Ya sé que ahora saldrá quien diga que los Estados Unidos y Gran Bretaña deberían desarmarse unilateralmente: que Dios se apiade de sus almas.
Para que quede claro: la alianza de civilizaciones no es una propuesta política, sino una traición a Occidente, una garantía para la expansión del islamismo totalitario en el mundo judeocristiano, racional y democrático.
Para que quede claro: si Europa no es capaz de salir de su miseria política, de librarse de sus dirigentes corruptos y traidores, lo que estamos viviendo hoy no será sino el capítulo final del suicidio lento iniciado en 1914.
Para que quede claro: después de eso, sólo quedará la quema de libros y de hombres, y la humanidad en su conjunto retrocederá siglos. No será Mad Max, será Darfur.
www.vazquezrial.com

MITOS Y DOBLES RASEROS
La guerra en los medios
Por Marcelo Birmajer
En una importante proporción, los periodistas e intelectuales de las democracias occidentales están viviendo una tortuosa paradoja: por un lado no están asumiendo un bando determinado en la guerra entre el terrorismo y las democracias liberales, pero, al mismo tiempo, el ejercicio de su función requiere de la victoria de las democracias.
Las investigaciones, el libre ejercicio de la crítica, el abanico de medios de comunicación, que abarca desde el oficialismo hasta la oposición en todas sus vertientes, el acceso libre a internet y a los medios de todo el mundo no son prerrogativas aseguradas para todos los habitantes del planeta, sino sólo para aquellos que viven en las democracias occidentales. Ni en Siria ni en Irán, por dar dos ejemplos, existe el libre acceso a internet, ni la posibilidad de leer cualquier prensa extranjera que uno quiera, ni la libertad de investigación y expresión. De modo que, en esta guerra entre el terrorismo fundamentalista islámico y las democracias occidentales, el ejercicio del periodismo sería una de las primeras víctimas conceptuales en caso de que los fundamentalistas resultaran vencedores.

A lo largo de estos sobrecargados días que han transcurrido desde el ataque de Hezbolá, el 12 de julio, contra la existencia del Estado de Israel he ido tomando nota de mitos e interpretaciones amañadas que de algún modo grafican, bien la neutralidad, bien la franca simpatía con el terrorismo de una buena parte de la prensa occidental.

Aunque resulte pueril, no está de más aclarar que la toma de partido en estos casos no es opuesta a la transparencia y la verdad. Al menos el 90% de la prensa española define a ETA como "banda terrorista", y enfoca todos sus artículos, ya sean informativos o de opinión, en función de acabar con la violencia; esto no incide ni positiva ni negativamente en la transparencia y en la fidelidad a la noticia de cada uno de los medios. Otro ejemplo: la mitad más de uno de los medios argentinos, desde el retorno de la democracia en el 83, han denunciado como nefasta la corrupción estatal. Cada medio pone mayor o menor hincapié en tal o cual caso, pero sería muy difícil encontrar uno que sea neutral ante el concepto de corrupción estatal. Sin embargo, respecto al terrorismo priva la medianía, el distanciamiento, la relativización, la minimización.

Pasemos, entonces, a aquellos mitos e interpretaciones.

La historia la escriben los que ganan – EEUU domina los medios de comunicación

Tal vez la Segunda Guerra Mundial haya sido la última ocasión en que el Gobierno norteamericano gozó de cierto consenso favorable dentro de sus fronteras y de buena parte de los medios independientes del mundo, ya fuera de la prensa clandestina antinazi en los países ocupados o de la prensa libre de Inglaterra. Paradójicamente, en el medio de aquella contienda Norteamérica era una potencia, por lejos, menos poderosa de lo que hoy la conocemos: no mostraba con claridad haber superado el pasado dominio mundial de Inglaterra y Francia, y, aun en ese caso, se hallaba, en lo que hace a hegemonía, emparejada con la Rusia soviética.

Pero no acababa de suicidarse Hitler en las ruinas de Berlín cuando ya los países recién liberados por los propios americanos comenzaban a hacer oír sus voces críticas respecto de sus liberadores. De Gaulle y buena parte de la prensa francesa se cuidaban mucho más de no ser hegemonizados por los americanos de lo que se habían cuidado de no ser invadidos por los nazis. La izquierda del resto de Europa occidental, que le debía a los americanos tanto el haberse desembarazado de los nazis como no haber sido ocupados por los rusos, apuntó sus cañones teóricos –y en ocasiones también físicos– contra EEUU y sus intereses en el mundo.

En definitiva, desde el papel jugado por la prensa independiente en la derrota norteamericana en Vietnam hasta la actual candente hostilidad contra la Administración Bush, que incluye a los principales diarios, a los principales canales televisivos y hasta éxitos de taquilla a nivel mundial, como es el caso de los films de Michael Moore, podemos decir con certeza que si bien los estadounidenses ganaron la Segunda Guerra Mundial, su victoria permitió, precisamente, que la historia la escribiera cada uno que se le antojara.

Sería necio, miope o tendencioso suponer que la prensa internacional resulta hoy, hegemónicamente, favorable a la Administración Bush. Seguramente George W. Bush ha ganado un lugar en el podio, junto a Nixon y Bush Sr., como uno de los tres presidentes más maltratados por la prensa, los intelectuales y los artistas desde la segunda mitad del siglo XX.

Interpretación tendenciosa: ¿Por qué Israel no quiso negociar?

La pregunta es en sí misma tendenciosa. Aun cuando la efectividad de las negociaciones es siempre discutible en los secuestros extorsivos por dinero, éste no era en absoluto el caso. En primer lugar, la muerte de los ocho soldados israelíes no podía ser respondida por negociación alguna: no hay concesión que reciba como contrapartida la resucitación de los soldados asesinados. Tampoco podía considerarse parte de una batalla preexistente: Hezbolá invadió Israel y asesinó a los soldados israelíes sin que mediaran conflictos ni declaraciones de guerra de ningún tipo. En segundo pero no menos importante lugar, cualquier país en estado de amenaza, no reconocido por su vecino, consideraría el secuestro de sus soldados, el cautiverio de los mismos en un país enemigo y la complicidad del Gobierno de dicho país con los secuestradores como una declaración directa de guerra.

Por el contrario, Israel se mostró mucho más concesivo respecto al Estado libanés y su ejército, y mucho más cuidadoso respecto a los civiles libaneses, de lo que cualquier democracia occidental ha demostrado comportarse en el pasado o se comportaría en el presente frente a situaciones similares.

La pregunta que buena parte del periodismo occidental eludió formular con insistencia fue: ¿por qué Hezbolá no libera a los soldados para que esto se termine? ¿Por qué a Hezbolá le interesa más matar israelíes que proteger a los civiles libaneses? ¿Por qué la ONU no exige que Hezbolá libere de inmediato a los soldados israelíes? ¿Por qué la ONU no organiza un conjunto de fuerzas de paz que libere a los dos soldados israelíes?

Esto nos lleva a una tercera interpretación tendenciosa.

Interpretación tendenciosa: Desarmar a Hezbolá derivaría en una guerra civil libanesa

En primer lugar, el Líbano ha vivido en estado de guerra, dentro de sus fronteras y contra Israel, desde el año 48 hasta la fecha. En 1948 fue uno de los seis países cuyos ejércitos invadieron, sin que mediaran amenazas de ningún tipo contra sus fronteras, el recién creado Estado judío, cuando aún no existía ninguna clase de conflicto territorial. En esa guerra injustificada, Israel perdió el 1% de su población judía, entre civiles y soldados.

Fundado el Estado de Israel, también desde el Líbano, que continuaba sin tener ningún tipo de conflicto territorial con el Estado judío, se filtraban los fedayines, que entre 1948 y 1956 se cobraron la cifra de mil civiles judíos muertos por el único motivo de vivir dentro de las fronteras de Israel.

En los años 70, la guerra civil libanesa, árabes cristianos contra árabes musulmanes, e izquierdistas contra falangistas, se cobró la vida de más de 90.000 seres humanos. En un breve lustro de los 70 murieron más palestinos masacrados por los sirios y las falanges cristianas en el Líbano que todos los que han caído hasta nuestros días luchando contra la existencia de Israel. Hasta la incursión de Israel en el Líbano, en el año 82, la OLP se había adueñado de la frontera sur del país, y desde allí disparaba katiushas contra los civiles israelíes.

De modo que un intento de desarme del Estado libanés contra Hezbolá, de haber sucedido, no habría inaugurado una guerra civil en el Líbano, sino que posiblemente hubiera iniciado el proceso, por primera vez, para concluirla.

Pero el segundo término de esta interpretación tendenciosa nunca fue explicitado, posiblemente por su mal gusto: para que no haya una guerra civil entre los libaneses, dejemos que Hezbolá mate israelíes. Los israelíes, dice esta prensa tácitamente, después de todo, no se matarán entre ellos. Como mucho, escribirán en la prensa, harán marchas y votarán a otro Gobierno. Pero debemos cuidar la armonía entre Hezbolá y el Gobierno libanés: porque esos no se andan con chiquitas: se matan entre ellos y, en una de esas, te matan a vos también. De modo que dejemos que Hezbolá masacre a un par de israelíes, y todos en paz. No sea cosa que se arme la gorda. Los judíos ya están acostumbrados a dejarse matar.

Interpretación tendenciosa: Hezbolá ganó la guerra

Desde el inicio del conflicto, buena parte de la prensa occidental auspiciaba una victoria de Hezbolá. Israel, según estas interpretaciones, se había metido en un berenjenal como el de Vietnam (sin aclarar que jamás un integrante del Vietcong llegó siquiera a 1.000 kilómetros de la frontera norteamericana ni se le ocurrió poner en duda un ápice de la soberanía de este país). Pero detrás de estos análisis supuestamente neutrales había una tendencia, una voluntad, un deseo. No era sólo una descripción neutral de los hechos, había una decisión de, fuera cual fuera el resultado militar y político de la contienda, leerlo como una derrota de Israel y EEUU y como una victoria de Hezbolá e Irán.

Estamos condenados al fracaso, suelen decir los periodistas de las democracias occidentales, nuestras sociedades son decadentes, injustas, corruptas. Hezbollah e Irán, continúan, son poderes jóvenes, con convicciones firmes. A lo máximo que podemos aspirar es a que no nos ataquen. Pero si nos atacan, debemos hacer todas las concesiones que nos exijan. Desde vestirnos como ellos digan hasta permitir que conviertan a nuestros ciudadanos al Islam, como ocurrió recientemente en Gaza con dos periodistas, como condición para salvar sus vidas.

O nos convertimos, o nos matan, repite buena parte de los periodistas occidentales. Y en esta tesitura, ocurriera lo que ocurriera, le levantarían la mano del vencedor a Hezbolá. Por una causa o por la otra. Mientras que dentro de Israel, como ocurriría en cualquier democracia, continúan los debates acerca de si la guerra estuvo bien o mal llevada. No huelga decir que lo mismo ocurrió en Israel con cada una de las guerras que este Estado se vio obligado librar por su subsistencia. Ya fueran las que se consideraron resonantes triunfos militares (la de los Seis días, en el 67) como las más onerosas (la de Yom Kippur, en el 73). Siempre hubo críticas, cambios de ministros, incluso cambios diametrales de la cultura política. Pero siempre, también, persistió la democracia, la libertad de expresión y las garantías públicas: antes, durante y después de cada una de estas guerras por la supervivencia.

Mientras que a los judíos la guerra les repugna e irrita, a sus enemigos les pone eufóricos y triunfalistas.

Resulta penoso, en el mismo sentido, leer las coberturas de las masacres diarias realizadas por los terroristas en Irak: contra mercados, mezquitas y edificios públicos. Buena parte del periodismo o bien minimiza estas matanzas diarias, que habitualmente alcanzan la centena de víctimas, y, repito, diariamente, nunca bajan de la cincuentena, o bien responsabiliza a los norteamericanos.

Hay que decirlo con todas las letras: los norteamericanos están tratando de impedir que los terroristas iraquíes masacren a los civiles iraquíes. No son los norteamericanos los que ponen las bombas: son los terroristas iraquíes los que todos los días, todos los días, desde hace ya prácticamente seis meses, masacran a su propia gente: niños, mujeres, ancianos y cualquier criatura viva que se les cruce, sin ton ni son, sin propósito ni medida. ¿Es que alguien cree que estas pandillas de asesinos inclementes están luchando por la independencia, por la libertad, por la paz? ¿No se va a alzar ninguna pluma de importancia mundial para denunciar a estos criminales? ¿Seguiremos usando a Bush para justificar cada uno de los crímenes de estos ubicuos grupos de terroristas?

Conclusión
Bajo ningún concepto creo que debiéramos reducir nuestro nivel crítico y nuestros afanes investigativos respecto a gobiernos democráticamente electos y respetuosos de la libertad de expresión, como los de EEUU, Inglaterra o Israel; pero sugiero que si pusiéramos el mismo empeño en investigar, denunciar y criticar a países como Irán, Siria y sus organizaciones terroristas aliadas, seguramente estaríamos prestando un gran servicio para que las generaciones venideras pudieran gozar de los limitados espacios de libertad que nuestros padres y nosotros pudimos llegar a disfrutar luego de la caída del nazismo.

QUINTO ANIVERSARIO DEL 11-S
El enemigo sigue ahí, oculto en nuestras mismas narices
Por Mark Steyn
Supongo que mis recuerdos del tipo nunca olvidaré dónde me encontraba en ese momento son bastante típicos: alcé las orejas como un perro cuando en la radio interrumpieron el programa de la mañana para informar de que un avión –un bimotor o un aerotaxi– había impactado contra el World Trade Center, y después, con el segundo avión, vino la lenta comprensión de que estaba pasando algo bastante más grave. Pocos segundos después me llamó mi editor, desde Londres, y puse la televisión.
No obstante, incluso en medio de una matanza sin precedentes, para el resto de nosotros proseguía la monótona rutina: esa mañana me entregaban unos muebles, y el mozo que me los trajo me interrumpió para preguntarme dónde quería colocar uno de ellos; cuando volví a fijarme en la pantalla ya sólo quedaba ahí una de las torres humeantes. "¿Qué ha pasado?", dije. "Que se ha venido abajo", me contestó el mozo, encogiéndose de hombros, antes de volver a su trabajo.

En parte tenía razón. Se vino abajo, pero ardió durante otros 100 días, al igual que la rabia de América; en algunos casos. En otros ya se estaba desvaneciendo, y "el día que cambió todo" asumía la débil consistencia de una de esas raras "tragedias" excepcionales que sólo se producen una vez y tras las cuales todo vuelve a ser como antes.

Lo que estaba sucediendo la mañana de ese martes era, como decía un montón de gente, "inimaginable". Pero cuando sucedió, cuando ya no precisábamos imaginarlo, mi recuerdo principal de aquel día es lo rápido que se puso a trabajar la mente para abordar la nueva realidad. Cuando se produjo el impacto del segundo avión no sólo era obvio que no se trataba de un accidente, también que sería imposible encontrar dos pilotos comerciales dispuestos, ni siquiera a punta de pistola, a dirigir sus aparatos contra un rascacielos.

Y eso significaba que cuando se produjo la colisión los aviones tenían que haber estado en manos de unos terroristas que se habrían entrenado como pilotos, presumiblemente, para llevar a efecto esa misión: habían adquirido conocimientos básicos, por lo menos, de una profesión que en cualquier parte del planeta garantiza la buena vida. Podrían estar fundiéndose sueldos de seis cifras en lugar de rascacielos de Manhattan, pero no: en vez de hacerlo, tomaron clases de vuelo para hacer uno sólo, una sola vez, y sólo de ida, contra un edificio bien alto.

En la otra punta del mundo, en las calles de Ramala, la gente llenaba las calles, festejaba y repartía caramelos. También hubo celebraciones en la Universidad Concordia de Montreal, en el norte de Inglaterra y en Escandinavia, pero no lo supe hasta que no empecé a recibir correos electrónicos de mis lectores, según avanzaba el día. En Afganistán, Osama ben Laden y sus secuaces seguían los acontecimientos a través del Servicio Árabe de la BBC. (No toda la producción de la BBC está en árabe, solamente suena como si lo estuviera).

A medida que pasan los años, son estos curiosos ejemplos de interconectividad cultural los que siguen conmigo. "Interconectividad" es la palabra utilizada por el difunto Edward Said, ese traficante de agravios palestinos y notorio despreciador de Estados Unidos radicado por entonces en Nueva York. Un par de semanas antes del 11 de Septiembre, el profesor deploraba la tendencia de los comentaristas a separar las culturas en lo que llamaba "entidades selladas", cuando en realidad la civilización occidental y el mundo musulmán están tan "entrelazados" que es imposible "trazar una frontera entre ambos".

A Rich Lowry, de la National Review, no le impresionó: "La frontera parece muy clara. Desarrollar la aviación comercial y erigir fastuosos rascacielos es cosa de Occidente; degollar azafatas y empotrar aviones contra rascacielos es cosa del islam radical".

Muy cierto. Pero puede que esa sea la única "interconectividad" en que esté interesada buena parte del mundo: la tecnología punta al servicio de unos odios anacrónicos. Edward Said estaba en lo cierto: ya no hay más "entidades selladas". El "mundo moderno" y el "mundo primitivo" son como esos prefijos telefónicos a los que son tan dadas las compañías telefónicas. Así que un hombre puede berrear "¡Alá Ajbar!" mientras incrusta un avión contra un edificio de oficinas. Ni siquiera las zonas más primitivas del mapa están bien "selladas" hoy en día.

Después de todo, ¿por qué escuchaban el Servicio Árabe de la BBC en Afganistán? En Afganistán no se habla árabe. Allí hablan el viejo pastún y el dari y el turcomano y lo que sea. Pero el 11 de septiembre de 2001 el país estaba en la práctica bajo ocupación colonial de miles de árabes y yihadistas extranjeros.

Pensamos en los parajes de la frontera afgano-paquistaní como en una región remota de gentes aisladas cuyos rituales no han cambiado desde hace siglos. Pero lo cierto es que las culturas tribales de esas gentes han sido completamente sometidas por el dinero y la ideología saudíes. El tóxico reino de la casa de Saúd, esa tierra en que el registro de decapitaciones está digitalizado, bien pudiera ser un símbolo más adecuado de lo que pensamos sobre el rumbo que ha tomado el mundo "interconectado".

Debió haberlo entendido uno de los hombres que estaban en las Torres Gemelas la mañana de ese martes. John O'Neill, un tipo del contraterrorismo tenaz y con cierto aroma a escuela militar de las de antes, acababa de dejar el FBI y empezado a trabajar como director de seguridad del World Trade Center. Llegó a bajar las escaleras en que los grupos de evacuados y de rescate recibían el bombardeo de los cadáveres de los primeros suicidas que aterrizaban en el tejado del vestíbulo. Fuera, en la plaza, sobre las sillas instaladas para el concierto previsto para la hora de comer, caían a discreción trozos de cuerpos humanos.

En los últimos momentos de su vida O'Neill tuvo que sentir cómo su mundo se mordía la cola. Seis años antes (como se recuerda vivamente en The Looming Tower, de Lawrence Wright) había organizado la captura en Pakistán de Ramzi Yousef, el sujeto que estaba detrás del primer atentado contra el WTC y que había planeado empotrar un avión contra el cuartel general de la CIA.

En el New York Times, Thomas Friedman escribía: "El fallo a la hora de evitar el 11 de Septiembre no fue de Inteligencia o de coordinación; fue de imaginación". En realidad, eso no es cierto. Los terroristas islamistas habían mostrado su interés por edificios norteamericanos, y se sabía que tenían planes para secuestrar aviones con el fin de pilotarlos y empotrarlos contra alguno de ellos. Pero los hombres como John O'Neill nunca lograron llamar la atención de la somnolienta burocracia federal.

Los terroristas tuvieron que contar con eso: después de todo, siguieron sus clases de vuelo en Estados Unidos, confiando aparentemente en que, incluso en el caso de que alguien notase el súbito incremento de matriculaciones de árabes en las escuelas de pilotaje, una cultura fofa sometida a la corrección política garantizaría que no se hiciera nada al respecto.

Cinco años después, la mitad de América se ha retirado a sus viejas costumbres y filtrado la nueva lucha a través de los prismas más aburridamente intrincados: todos los sucesos nacionales dramáticos son conspiraciones tipo JFK, todas las guerras son cenagales tipo Vietnam. Mientras tanto, los sucesores de Ramzi Yousef dejan sus intenciones tan claras como las dejó él: quieren adquirir tecnología nuclear con el fin de matarnos. Y, teniendo en cuenta que las sociedades libres tienden de manera natural hacia una mentalidad Katrina de no hacer nada hasta que sucede algo, una mañana nos despertaremos con otro día como "el día que cambió todo".

El 11 de Septiembre no fue tanto "un fallo de imaginación" como la incapacidad para observar que los enemigos de Estados Unidos se estaban escondiendo a plena luz del día.

Y ahí siguen.


© MARK STEYN, 2006.

CASO RUBIANES
Las censuras que vos defendéis
Por Juan Ramón Rallo
Que los mismos que apoyan el CAC y piden sistemáticamente la amonestación de la COPE en nombre de la convivencia se quejen ahora por que Rubianes no pueda representar sus numeritos en un teatro público desprende un hedor a siniestra doblez. Si, siguiendo su represora lógica, la soberana Generalitat catalana tenía derecho a censurar a la COPE, tanto derecho tendría el soberano Ayuntamiento de Madrid para censurar a Rubianes. Entonces la izquierda calló o defendió de manera entusiasta la censura; ahora pone el grito en su particular cielo laico.
En realidad, sin embargo, las dos situaciones no son en absoluto comparables, y su simple contraposición otorgaría una importante victoria a la demagogia socialista. La COPE sí es víctima de un programado ataque censor; a Rubianes sólo se le impidió que se apropiara del dinero robado a los ciudadanos.

Tengamos presente la diferencia esencial: la COPE es una emisora privada que el Estado pretende acallar porque sus palabras le resultan incómodas; Rubianes es un individuo que pretende lucrarse de unas instalaciones pagadas coactivamente por todos los ciudadanos. O dicho de otro modo: la COPE hacía uso de su propiedad privada; Rubianes quería hacer uso de la propiedad privada ajena.

Es curioso cómo los izquierdistas identifican censura con el rechazo a que los contraten. Cuando recientemente el diario El Mundo se negó a publicar una carta de Rodríguez Ibarra, el PSOE y sus mamporreros dijeron que El Mundo había censurado al presidente extremeño. En teoría, parece ser, El Mundo tiene la obligación de publicar todo lo que recibe, no un derecho a gestionar su propiedad privada como le parezca más oportuno.

Así, cuando decimos que Ibarra fue censurado estamos admitiendo implícitamente la necesidad de que Ibarra haga prevalecer su derecho a la libertad de expresión, forzando a El Mundo a que publique su carta. Justificamos el uso de la violencia para que una de las partes –el presidente extremeño– imponga su voluntad unilateral sobre la otra.

El caso de Rubianes es similar pero, si cabe, más estrafalario. El otrora Makinavaja se define como "de izquierdas", esto es, como carterista elevado a la enésima potencia bajo la sanción de la legitimidad regia. Rubianes, por consiguiente, defiende el robo, el expolio y la coacción masificada contra los ciudadanos; una forma de subrepticia censura en el uso de nuestro dinero contra la que ningún conmilitón ha levantado la voz, salvo para defenderla.

En esto que el actor reclama una parte de su botín en forma de instalaciones donde representar su obra de teatro, y el Ayuntamiento, por la razón que sea –al fin y al cabo es un arbitrario organismo estatista de los que le gustan a los intervensionistas–, ha rechazado su petición. En lugar de censura deberíamos decir que el buitre de Rubianes no ha podido tener acceso a la carroña, y que ello ha irritado a sus compañeros socialistas. El destino de todos los teatros públicos debería ser su inmediata privatización, y no su existencia para el latrocinio particular de cuatro amiguetes titiriteros a costa del sufrido contribuyente.

Lo más gracioso del tema es que Rubianes representará finalmente su obra en el Auditorio de Comisiones Obreras, esto es, una propiedad privada. Si de verdad estuviéramos en presencia de censura, el Ayuntamiento de Madrid impediría a CCOO ceder su local a Rubianes, del mismo modo que el CAC y el PSOE pretenden impedir que Losantos exprese sus opiniones en la emisora de la Conferencia Episcopal.

La jugada está clara: cuando un socialista no puede hablar donde y cuando quiera, hay que reprimir a los propietarios en nombre de la "libertad de expresión"; cuando un individuo expresa opiniones antisocialistas, hay que reprimir al propietario en nombre de la "convivencia". Ellos se lo guisan y se lo comen, el arbitrismo estatal al servicio del poder y del cercenamiento de la libertad.

Lo cierto es que a Rubianes le ha pasado lo que a los asesinos de Viriato, que Roma no paga a traidores, y nuestro Estado moderno mucho menos. Si el descaro y la hipocresía no corrieran por sus venas, dejaría de defender con altivo orgullo una ideología cuyo objetivo último es nacionalizar todas las propiedades privadas para condenar al ostracismo a todos aquellos que no sean afines al régimen.
Rubianes ha experimentado en su persona qué le ocurriría si todos los teatros españoles fueran públicos. El problema es que su perversa ideología sólo lamenta que los afectados no sean otros; Rubianes nunca defenderá la reducción y deconstrucción del Estado. En realidad no es más que una correa de transmisión del estatismo, del dirigismo y del intervencionismo; una víctima de sus propios demonios.

ECONOMÍA Y LIBERTAD
Convergencia en la prosperidad
Por Porfirio Cristaldo Ayala
El mundo está prosperando como nunca. El auge económico surge del formidable avance del libre comercio, con la ampliación de los mercados y la división internacional del trabajo, así como de las reformas de mercado en China y la India, considerados hoy "paraísos capitalistas", libres de sindicatos y con interminables ofertas de mano de obra.
Los impuestos cayeron en el mundo. En China los aranceles medios bajaron del 40 al 6% en poco más de diez años. Los países pobres crecieron en promedio un 5,6% en el año 2003, un 7,1% en 2004 y un 6,4% en 2005. Y el año 2006 promete ser mejor. China crecerá un 11,3% y la India un 8%. Incluso América Latina, que se estancó en los años 90, creció un 6% en 2004 y un 4,4% en 2005, y crecerá un 5% en 2006. Los países desarrollados, como es normal, tienen un crecimiento bastante menor. Así, los miembros de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (ODCE) crecieron, en promedio, un 3,2% en 2004 y un 2,7% en 2005. Esta diferencia de crecimiento conduce lentamente a la convergencia en la prosperidad.

Algunos países latinoamericanos, sin embargo, se están quedando muy rezagados. ¿Qué les impide crecer y salir adelante como otros países? El estatismo de sus gobernantes. Buena voluntad no les falta, pero el estatismo y populismo exacerbados han cerrado en esos países las puertas del progreso. No todos se percatan de ello. Los más jóvenes, especialmente, creen las estupideces que repiten Chávez, Kirchner y Morales sobre el neoliberalismo, el capitalismo salvaje y el Estado como redentor de la pobreza y apoyan sus políticas con grandes esperanzas, como si nunca antes se hubiesen aplicado en el Hemisferio y como si todas ellas, sin excepción, no hubieran terminado en rotundos fracasos.

¿Qué deben hacer los países para salir del atraso? Por increíble que parezca, no necesitan recurrir al BID o al Banco Mundial en busca de créditos para el desarrollo, ni aliarse con Irán, ni contratar al economista Jeffrey Sachs. Lo único que deben hacer es dejar de hacer casi todo lo que hacen hoy, sacar el pie del freno, liberar la producción y el comercio de las pesadas cadenas estatistas y hacer lo que han hecho la izquierda y derecha más esclarecidas, desde Santiago de Chile a Pekín: crear las condiciones indispensables para atraer la inversión, exportar y crecer a una tasa del 9% anual o más.

Los estatistas se preguntan, ¿quién planificará el desarrollo, qué sectores productivos deben protegerse o favorecerse y de dónde saldrán los recursos? La planificación central ha fracasado siempre, y el Estado nunca pudo financiar el desarrollo. Para lograr un alto crecimiento es necesario atraer al país ingentes inversiones privadas, y éstas solo fluyen hacia donde hay estabilidad económica, protección a la propiedad, justicia independiente, bajos impuestos y mínimas regulaciones. El país que quiera atraer negocios y crear empleos debe convertirse en un "faro de libertad", eliminando las mil y una trabas absurdas que existen para fundar empresas, producir, contratar empleados y exportar. Es esencial ofrecer a la inversión un ambiente muy favorable para los negocios, con bajos impuestos y cero trámites y coimas.

No hay milagros. Las inversiones van allí donde se goza de libertad económica, sólidos derechos de propiedad, bajos impuestos y leyes previsibles. Los estatistas deberían despedirse de sus amados monopolios, abrir todos sus mercados al capital privado y a la libre competencia, terminando con el favoritismo y el clientelismo que arruinan a sus países, liberar el mercado laboral para facilitar la creación de empleos y reformar la seguridad social para destrabar el ahorro. Todo el esfuerzo estatal debería concentrarse casi exclusivamente en mejorar la educación, la salud y la seguridad del ciudadano.

Los países rezagados avanzarán hacia la convergencia únicamente cuando sus gobernantes muestren el suficiente coraje, integridad y liderazgo para relegar viejos dogmas e intereses sectarios y comiencen a liberar la economía de sus cadenas. Con la liberalización, la prosperidad vendrá por sí sola, sin planificación central, ni subsidios, ni proteccionismos ni ayuda externa.


© AIPE
PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de la agencia AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.

¿CONTRA QUÉ? ¿PARA QUÉ?
¿Se rebelará la mujer musulmana?
Por José Luis Mota Garay
Hace unos meses se publicó una información sobre la actitud de unas mujeres musulmanas. Unas jóvenes afganas habían organizado una modesta liguilla de fútbol femenino; poco tardaron los talibanes en obligarles a jugar con las tradicionales túnicas negras puestas. Parece que la iniciativa no prosperó.
Leo un reportaje sobre el comportamiento de las mujeres de un cierto nivel profesional en Omán: tienen sus tiendas de modas y visten como las occidentales; pero en los lugares públicos –la universidad, el trabajo, la calle– siempre se colocan encima las tradicionales abayas y se cubren la cabeza con el pañuelo (hiyab o hijab), prendas que se quitan cuando están en su casa o en la discoteca, las pocas que van (un 1%).

Un grupo de diseñadoras británicas de religión islámica impulsan una moda halal (permitida) que satisface a las mujeres que quieren vestir con más elegancia sin ignorar los preceptos de su fe, que les exige no llevar ropas ajustadas y poder mostrar en público sólo las manos y la cara.

De los resultados de la encuesta Escuchando las voces de las mujeres musulmanas: lo que ellas quieren, realizada por el Instituto Gallup a 8.000 mujeres (1.000 en cada uno de estos ocho países de mayoría musulmana: Egipto, Irán, Jordania, Líbano, Marruecos, Pakistán, Arabia Saudita y Turquía), se deduce que una gran mayoría de musulmanas creen que deben tener derecho "a votar y adoptar las propias decisiones de voto", " a trabajar fuera de casa, a conducir y a tener responsabilidades en el gobierno de sus países".

El asunto del velo islámico, el hiyab, nunca es mencionado en las respuestas, en preguntas abiertas, sobre los problemas a los que dan importancia. "Lo que más les preocupa de sus sociedades es la violencia extremista, la corrupción política y económica y la falta de unidad entre los países musulmanes". La igualdad de los sexos es un aspecto que las musulmanas asocian con Occidente. Así lo dicen el 78% de las marroquíes, el 71% de las libanesas y el 48% de las saudíes.

La valoración occidental de la mujer musulmana como víctima en esos países no se corresponde con la percepción que tienen de sí mismas. Manifiestan, a la vez, el rechazo que les suscita la imagen de "la mujer de Hollywood", que se identifica con la liberación de la mujer y que en los países musulmanes se percibe como falta de respeto a ésta. Lo que menos admiran de Occidente es la decadencia moral, la promiscuidad y la pornografía.

Por contraste, la mayoría considera que lo mejor de sus sociedades es "su compromiso con los valores morales y espirituales". El 59% de las egipcias y el 53% de las paquistaníes citan "el aprecio a las creencias religiosas" como el aspecto más valioso de su país. Por tanto, como parece que la mujer musulmana sabe apreciar lo que está bien, Occidente no debería estar tan preocupado en remover los valores religiosos, viéndolos como un obstáculo para la promoción de la mujer en esos países. Lo más eficaz sería impulsar y ayudar en aquellos aspectos que son positivos para la mujer, como la promoción en su trabajo, y su protagonismo en la familia y en la sociedad política.

Todo lo que se escucha y lee me ha traído no sé si la idea o el deseo de que la evolución de la cultura islámica –hacia formas de vida más democráticas y de más libertad para la mujer– va a venir desde dentro de su mismo mundo; y el protagonista de esos cambios, que tendrán un cierto carácter revolucionario, va a ser la mujer. Pienso que, en un momento dado, la mujer se puede hartar y decir: "¡Se acabó! No llevo el velo, o llevo si lo considero oportuno; es un complemento que me gusta o no me gusta... es decir: ¡me lo pongo si me da la gana!".

Me decía un inspector de policía de inmigración que ese cambio sería posible en las mujeres emigrantes, pero difícilmente en los países de origen. No se trata de que la mujer musulmana acepte sin espíritu crítico todos los rasgos culturales de la occidental, sino de que luche por conseguir aquellos logros que han supuesto un paso adelante en el progreso y condición de la mujer, como pueden ser la elección de pareja para el matrimonio, la monogamia (un hombre con una sola mujer) o la participación democrática en la vida social. Eso no les obliga a aceptar aspectos que atentan contra normas morales irrevocables y han supuesto un paso atrás en la historia de la civilización, como la legalización del aborto o la indiferencia ante la prostitución.

JOSÉ LUIS MOTA GARAY, pedagogo.

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