domingo, junio 25, 2006

Txapote

lunes 26 de junio de 2006
Txapote
Juan Urrutia
R ECUERDO el Julio del noventa y siete, imagino que, como cualquier persona de mente no enferma, con gran amargura. España entera salió a la calle para exigir a los asesinos que no cumplieran sus amenazas, pero todo fue en vano. Estando concentrados frente al ayuntamiento de Bilbao, un grupo de proetarras nos increpó. Por primera vez fueron ellos los que sintieron terror: la concentración se partió en dos y cientos de personas corrieron tras ellos con el fin de lincharlos. Se refugiaron en los servicios de un bar hasta que la Ertzaintza llegó con varias furgonetas y se los llevó en una de ellas entre gritos de asesinos y abucheos. En el momento de producirse todo aquello, di dos o tres pasos en dirección a la muchedumbre furiosa, después paré. Intentaba buscar en mi cabeza motivos para no unirme a la masa que tenía la sana intención de colgar de una farola a aquellos desgraciados. En ese momento reconozco que no los encontré, sólo me frenaba la intuición, el sentimiento profundo de que eso estaba mal. Así que haciendo caso omiso a los instintos abertzalicidas que sentía en ese instante, simplemente me quedé donde estaba. Con la cabeza más fría, me alegré de no haber corrido tras ellos e incluso de que no les ocurriese nada. Pensé que ya había suficiente odio en este fastidioso país. Poco después Javier García Gaztelu, alias Txapote, apretaba el gatillo de un arma del calibre veintidós cercenando la vida de Miguel Ángel Blanco. Una vez más, las víctimas demuestran ser un paradigma de dignidad, tesón y firmeza. Como en aquel Julio del noventa y siete no encuentro motivos para no, permítanme la expresión, pegarles dos hostias a esos desgraciados que sen ríen mientras una madre cuenta el sufrimiento inhumano al que ellos la condenaron de por vida, matando a su hijo. Sin embargo ella mantuvo la compostura, que en este caso es mucho mantener. Una vez más, con los nervios calmados, pensamos en lo que esta bien, en la democracia, en lo inmoral de nuestro exabrupto, inmoral pero humano. Sin embargo hay algo más obsceno que la natural reacción de querer hacer morcillas a quien se comporta de manera tan atroz, y es olvidar. El olvido es dejar a las familias destrozadas por el terrorismo a solas con su dolor. Se preguntarán si existe algo peor, rotundamente sí: La difamación. Cuando un gobierno trata de hacer creer que un colectivo como víctimas del terrorismo está integrado por un grupúsculo de fascistones reaccionarios porque se opone a sus proyectos y es necesario desacreditar a quien resulta incómodo para la realización de sus fines, en este caso hacer de la Moncloa su residencia vitalicia, se pone a la altura de esos dos sacos de heces que están siendo juzgados por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Tan sólo me queda decir que tanto es el respeto que siento por las víctimas como la náusea que me provocan los asesinos y quienes les dan la oportunidad de seguir siéndolo.

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