domingo, junio 25, 2006

Hacer memoria

lunes 26 de junio de 2006
Hacer memoria
José A. Baonza
E L Congreso de los Diputados ha declarado, por mayoría simple, “año de la memoria histórica” al que conmemora el 75 aniversario de la proclamación de la II Republica y el 70 de la consumación de la guerra civil que se mantenía larvada en el seno de la sociedad española desde, aproximadamente, un siglo antes. Todo ello con el objetivo previsto y proclamado de declarar finiquito el ultimo parte de guerra firmado por el general Franco (“la guerra ha terminado”), perpetuar en el tiempo la lacerante división de las “dos Españas”, mantener en plena vigencia la ruptura de hostilidades que la Constitución del 78 parecía haber cancelado y permitir a los hijos –o nietos— de los vencidos la revancha de la ruptura, concebida ahora ya como imposición de parte frente a los principios de pacto generados en la transición con el que se pudo hacer realidad la celebración de elecciones generales, el 12 de junio de 1977. La fecha elegida no es casual y su significado histórico se hunde en la raiz oportunista del actual presente axiomático: el año 2006 ha supuesto en la agenda del presidente del Gobierno de España la liquidación por derribo del edificio constitucional construido laboriosamente para dejar en suspenso la confrontación y diseñar el futuro con expresa renuncia de todos los españoles a sus específicas valoraciones partidarias. La declaración institucional sobre la memoria histórica de la republica y la guerra civil, puesta en paralelo con el escenario rupturista que supone el nuevo estatuto catalán y la liquidación del Estado de Derecho prefijado en la marcha operativa del “proceso de paz” mediante el subterfugio del diálogo con una banda terrorista, no es simple coincidencia. Puestas las cosas en sus justo términos de interpretación, el itinerario fijado por el presidente Zapatero, a partir de su lanzamiento hacia la presidencia por los clanes del partido, tiene una lógica conceptual perfectamente definida en el tiempo, aunque demasiado rudimentaria en su progresión: ha necesitado discurrir por senderos de vileza poco frecuentes en las áreas del occidente europeo –y americano— que caracterizan nuestro entorno; ha proporcionado el periodo más álgido de inestabilidad política, conflictos institucionales, adulteraciones programáticas, promesas incumplidas y depredaciones orgánicas que se recuerda en cualquier otro periodo de gestión pública; ha roto todas las garantías de seguridad individual y colectiva en el tratamiento de la gestión pública y ha dilapidado el magro abanico de expectativas ilusionadas con el que la sociedad española suponía haberse instalado en los luminosos recintos de la paz perpetua. A los dos años escasos de entronizar el principio del talante como ejercicio del poder y diseñar las líneas clarividentes del dialogo como práctica política de validez universal, ni en el interior ni en las relaciones externas se advierte el menor indicio de su aplicación, pero tampoco es posible descubrir –salvo por los imperturbables cocineros del Centro de Investigaciones Sociológicas— un respaldo sólido de los ciudadanos a las pretensiones constructivitas emanadas de lo Alto. Sirva como último botón de muestra de las “adhesiones inquebrantables” el propio referéndum catalán, con una participación a duras penas legitimadora del empeño; sirva, también, el desconcierto de la ciudadanía ante los innumerables meandros por los que discurre el “proceso” con ETA y los sucesivos meandros del Ejecutivo para negar la evidencia de sus compromisos; sirva, por último, la crisis edulcorada del “tripartito” y las pestilentes cloacas de oportunismo que se adivinan tras la fuga de Maragall, las malversaciones de Montilla y los enredos con Convergencia. Ahora, eso sí; los españoles tendremos la imperecedera ocasión de contemplar este año dedicado a la memoria histórica en el vértice mismo nuestra dimisión como proyecto comunitario, arropados por los acordes del himno de Riego y envueltos en la bandera tricolor, para visualizar con el mayor énfasis histriónico nuestro largo muestrario de limitaciones democráticas y el déficit crónico de nuestros fracasos mas hirientes. Hacer coincidir en el mismo año ambos procesos –la recuperación de la memoria y la demolición del edificio colectivo— corrobora al aspecto freudiano que impulsa la actuación de nuestros preclaros y risueños gobernantes.

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