lunes 2 de agosto de 2010
En el nombre del topoderoso mercado: así nos la cuelan
Eduardo Arroyo (Elsemanaldigital.com)
E STOS días ha trascendido la noticia de que ERC ha concedido, valiéndose de sus peones, una millonaria subvención a una asociación cultural con objeto de "integrar" a los inmigrantes.
La idea tácita, en absoluto escrita pero que se da por supuesta por doquier, es que, mientras hablen catalán, da lo mismo si se trata de etíopes o de esquimales. Para los próceres de ERC, la "catalanidad" es como un abrigo de quita y pon y, por consiguiente, se lo puede poner cualquiera. Basta con pasar por una academia de idiomas y ya se es catalán. Esta idea abracadabrante, que es compartida por todo el arco parlamentario -desde el PP y su "nación cívica" hasta el PSOE-, los "republicanos" la hacen compatible con su "nacionalismo catalán" sin explicar la razón por la que, en una hipotética sociedad en la que Cataluña fuera una especie de Haarlem multiétnico, tendría que conservarse pura y diáfana la lengua catalana.
Si supieran algo de historia conocerían que semejante fenómeno está aún por ver bajo el sol. Cabe deducir, en consecuencia, que ellos, en realidad, lo que odia es a España, por identificarla con todos sus "tics" y fobias absolutamente ajenos a la realidad, y prefieren una Cataluña compuesta de kazajos, manchúes, bantúes y libios, antes que admitir el hecho incuestionable de que en Cataluña siempre se ha hablado castellano.
No es de extrañar que el pasado 20 de mayo, se anunciara públicamente en Cataluña un "Pacto Nacional por la Inmigración" vertebrado en torno a tres ejes, a saber: "gestión de los flujos migratorios dentro de la regularidad y de acuerdo con las previsiones y necesidades del mercado de trabajo", "adaptación de los servicios públicos a una sociedad diversa con el fin de evitar la sensación de competencia por unos recursos escasos" e "integración en una cultura pública común donde la lengua y la cultura catalanas sean el eje vertebrador y el punto de encuentro entre personas originarias de diversas culturas que viven en el país".
Pero nada de esto tiene un interés general para el mundo entero salvo por el hecho de que lo que hacen políticos como los que nos ocupan está en plena consonancia con los deseos del mercado y del capital globales. En esta misma columna hemos sostenido en múltiples ocasiones que la inmigración es un fenómeno impuesto desde arriba, lejos de ser, como pretenden políticos, periodistas y la inmensa mayoría del sector académico, un suceso "natural" como las lluvias otoñales.
Así, ha caído en nuestras manos un artículo publicado el 21 de febrero de 2005 en The Sant Petersburg Times, titulado "la diversidad en los anuncios no refleja la vida real". Su relativa antigüedad no lo quita un ápice de interés. El texto se refiere a la realidad norteamericana, por supuesto, pero podría servir para cualquier otro país occidental. Según dice el artículo, "los anuncios [televisivos] sugieren que las comunidades étnicas en los Estados Unidos se mezclan sin recato, unidas por su amor al yogurt, el lápiz de labios y la ropa atlética". Según Charles Gallagher, un sociólogo de la Universidad Estatal de Georgia, en Atlanta, los anuncios están creando una "utopía racial cuidadosamente manufacturada, una narrativa de la ceguera ante el color". Gallagher añade que "las anteojeras con las que la gente conoce a otras razas es absolutamente a través de la TV, y no por interacción humana o contacto… tenemos unas gafas para la interacción racial que nos sitúan muy lejos de la realidad". De acuerdo con Gallagher, según los datos del censo de 2000, solo el 7 por ciento de los matrimonios en EEUU son interétnicos y más del 80 por ciento de los estadounidenses viven en barrios donde el 95 por ciento de sus vecinos son de su misma etnia. Al mismo tiempo, muy pocos tienen amigos íntimos de otros colectivos del país.
Pero pese a que la inmigración masiva conduce a la balcanización multiétnica, las grandes multinacionales y las empresas publicitarias a su servicio van por un lado totalmente diferente de las tendencias naturales de la gente. Son, en términos políticos, profundamente antidemocráticas. Para Dana Wadew, presidente de "Spike DDB", una empresa de publicidad neoyorquina que abunda en los temas gráficos interraciales, "durante mucho tiempo, hablar a los consumidores sobre el color ha ido excluido del panorama y es importante corregir eso". Wadew, por supuesto, no dice por qué "es importante".
Igualmente, la multinacional de las telecomunicaciones "Verizon" ha empleado abundante publicidad en la que aparecen familias multiétnicas para "describir algo que es contemporáneo y realista", mientras que "Yoplait", "Olimpus" o el fabricante de cerveza "Anheuser-Busch" hacen lo propio en sus respectivos ámbitos comerciales. En todos estos casos, por mencionar algunos ejemplos, la realidad va por un lado y el modelo de los medios de comunicación va por otro. Cabría preguntarse por qué es así, pero el hecho es que para Sonya Grier, profesora de "marketing" en la elitista Universidad de Standford, aunque "los anuncios a menudo no reflejan la realidad –todo el mundo es guapo y delgado- y mucha publicidad no es realista. Siempre ha sido lo que reflejan nuestras aspiraciones, lo que podemos ser". Grier concluye que "el multiculturalismo es socialmente deseable".
Nos preguntamos ¿para quién? No, desde luego, a juzgar por los datos, para las personas, independientemente de su étnica de pertenencia. Quizás más bien para las grandes transnacionales, tal y como ejemplifica el portavoz de la ya mencionada multinacional Verizon, John Bonomo, que considera que el empleo de familias multiétnicas en su publicidad está pensado para "apelar al consumidor del mercado mundial". Así las cosas, los pueblos se resisten a la balcanización multiétnica, pese a políticos como los de ERC, PP o PSOE, y así lo revela también hechos como el amplísimo apoyo popular a la Ley de Inmigración del Estado de Arizona, que el presidente Obama quiere suprimir, o cuando, allá por octubre de 2007, se hizo público el informe del "Pew Research Center", realizado en 47 países y que llevaba por título World wellcomes international trade but not immigration (El mundo acepta el comercio internacional pero no la inmigración). Este estudio constituye un hito hasta la fecha por ser la única vez que se ha intentado preguntar directamente a los pueblos por lo que piensan de la inmigración, tal y como comentamos en nuestro artículo del 30 de mayo de 2008 en esta misma columna.
La brecha entre los pueblos y sus políticos, entre los que detentan el poder y los que son citados cada cuatro años, se abre más y más de día en día. Es necesaria, por tanto, una intensa labor de esclarecimiento popular para que las cosas puedan ser llamadas por su nombre.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2465
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