lunes, enero 12, 2009

Ignacio Camacho, El pacifista

El pacifista

IGNACIO CAMACHO

Lunes, 12-01-09
LA justicia intrínseca de una causa está al margen de las intenciones de quienes la apoyan o combaten, pero si yo coincidiese en una manifestación con un terrorista me sentiría como mínimo inquieto; por muy seguro que estuviese de mis motivos, no dejaría de preguntarme en qué se pueden parecer a los suyos. Por supuesto que la presencia de Iñaki de Juana en una marcha por la paz para Gaza no invalida en absoluto la buena fe de quienes han asistido a ésa o a otras concentraciones similares; sin embargo, de algún modo debería interpelar la conciencia de los manifestantes la posibilidad de que a sus objetivos pueda sumarse un personaje tan poco recomendable. Porque hay gente con la que no se puede ir ni a coger duros antiguos, y cuando se producen esta clase de coincidencias es que, como diría Gila, alguien está manipulando a alguien. O alguien se está dejando manipular por alguien, y además es posible que ni siquiera le importe.
Claro que a lo mejor ocurre que, como apunta el lúcido colega Santiago González, el carnicero del comando Madrid es en efecto un pacifista de corazón tierno al que tan sólo Zapatero supo leer en el fondo de su alma blindada de acero. Acaso el presidente estaba en lo cierto cuando lo definió como un hombre favorable al «proceso de paz» -pronúnciese pazzzzzzz, ya saben-, y era nuestro cerrado encono justiciero el que nos impedía entender la certidumbre de su pronóstico visionario. Algunas mentes retorcidas sugerirán que se trata de un pacifismo sobrevenido y selectivo, pero por algo se empieza. Ha bastado que la ley española permitiese al torvo matarife disfrutar de una merecida libertad para que aflore en él toda la conmovedora pasión de un activista comprometido y generoso. No en vano le acompañaron en la marcha de Belfast otros espíritus no menos compasivos y humanitarios como Patrick Magee, autor de un puñado de crímenes políticos por los que, al igual que al mirífico De Juana, jamás se le ha escuchado atisbo de contrición alguna. Pero, qué demonios, tampoco los judíos se arrepienten de sus bombardeos y algunos de sus dirigentes hasta reciben el Premio Nobel. Quién sabe si algún día...
Otra cosa es que esos hombres pacíficos ya nunca puedan, como los aficionados del Liverpool, caminar solos. Allá donde vayan les acompañan los espectros de sus víctimas, doloridos fantasmas con los que nunca han querido ajustar cuentas siquiera en forma de vago y formal arrepentimiento. Fantasmas que pesan tanto en la conciencia moral como los de los muertos en Gaza, aunque tengan un poco menos de resonancia propagandística y su pena silenciosa no goce del mismo eco mediático. Su presencia incorpórea no se contabiliza en los cálculos de manifestantes, pero sin duda sus sombras estaban allí, junto a sus verdugos, entre las pancartas, arrastradas a una causa que nadie ha podido preguntarles si suscribían. Seguramente sí: quién puede estar a favor de una masacre. Salvo los que son capaces de cometerla... y después conmoverse, en apacible compañía, por las que otros perpetran en la lejanía del ancho mundo. Hombres de paz, qué duda cabe. Almas en flor. Corazones de seda.

http://www.abc.es/20090112/opinion-firmas/pacifista-20090112.html

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