lunes 16 de junio de 2008
El fracaso de Europa
Germán Yanke
El resultado del referéndum en Irlanda sobre el Tratado de Lisboa —que era el compendio resumido y recortado de la fallida Constitución europea— sitúa la construcción política del continente en una verdadera crisis. Podrá disimularse manteniendo el proceso de ratificación en otros países de la Unión o mediante la búsqueda de fórmulas un tanto sorprendentes para que sea precisamente Irlanda la que busque una fórmula en el futuro —incluso un nuevo referéndum en condiciones que ahora es imposible concretar— para que la construcción europea elaborada por los gobiernos siga adelante.
Lo que no puede disimularse de ningún modo es que la distancia (o, más exactamente, la desafección) entre los ciudadanos y las instituciones europeas se agranda. La Constitución fue también rechazada —significativamente por los franceses, cuyo país ostentará desde julio la presidencia de una Unión en crisis— y otros gobiernos anularon los procesos de ratificación para evitar nuevos reveses. Si ahora no ocurre así es porque esos gobiernos han optado por evitar las consultas populares y optar por ratificaciones parlamentarias, lo que demuestra de otro modo que la “cercanía” o la simple aceptación de la clase política no se corresponde con la percepción de los ciudadanos.
En Francia antes, en otros países siempre, en Irlanda ahora, falla, es decir, no termina de tomar carta de naturaleza, la concepción de Europa a través de estos textos (“constitucionales” o tratados) como una realidad política que nos engloba y nos compromete a todos. Se ve, más bien, como una estructura basada en criterios ideológicos particulares y dominada por los gobiernos y no en una realidad ciudadana, o en proyecto de esa naturaleza, propia de ciudadanos que consensúan en un ámbito más amplio que las naciones los elementos comunes, la arquitectura en la que juegan, como en las constituciones democráticas, las ideas contradictorias de unos y otros.
Si uno de los problemas de la construcción europea es la ausencia por el momento de una opinión pública común, que es la base de los estados democráticos, en este caso se acentúan las dificultades al faltar también la sintonía de los ciudadanos con las instituciones europeas. Los irlandeses temen, al parecer, perder en beneficio de Bruselas capacidad fiscal, y los activistas de izquierda a favor del no han tenido éxito al presentar la Europa que el tratado perfila como una estructura “neoliberal”. Algo parecido ocurrió, por cierto, en Francia cuando triunfó el no al proyecto de Constitución. Ciertamente, es un debate interesante el que estos puntos de vista plantean, pero, al mismo tiempo, se entiende que si el debate sobre las cartas magnas de los países miembros se plantearan en esos términos —o tuviera éxito plantearlo de esa manera— la conclusión no podría ser otra que el fracaso de la misma desde el punto de vista de la percepción ciudadana.
Ahora, la insistencia en que es “lo mejor” para Europa, la repetición de que es incluso lo mejor para Irlanda, etc., pierde su sentido. No se trata de imponer una visión “profesional” de Europa, sino de construir una Europa de ciudadanos que los ciudadanos entiendan y acepten. Repito: la renuncia a las consultas populares para evitar los reveses es la más definitiva prueba de que las cosas, ni el en fondo ni el la velocidad, no se han hecho bien.
Desgraciadamente, la “Europa de dos velocidades” (o de varias) no es la que contrapone unos y otros países miembros, sino la que representan los políticos implicados y los ciudadanos. Quizá por ello sería más útil que poner ahora parches para disimular la realidad, detenerse un momento y replantearse un proyecto de unidad que debía ser ilusionante y eficaz y, como tal, sentido y apoyado por los ciudadanos.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=16/06/2008&name=german
domingo, junio 15, 2008
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