miercoles 25 de junio de 2008
Del PP y sus congresos
POR XAVIER PERICAY
CIEN días dan para mucho. Para muchos análisis y para muchos pronósticos -sobre todo si el patio anda revuelto-. Aun así, de cuanto ha sucedido en el universo popular en el periodo que va de las últimas elecciones generales al último congreso nacional del partido, nada hay, a mi modo de ver, tan significativo, tan trascendente, como la consolidación de una divisa. No me refiero, claro está, al lema del congreso, a este «Crecemos juntos» que lo mismo podía remitir a la niña televisiva de Rajoy que al eslogan de la campaña electoral de 2004 («Juntos vamos a más») y que sirvió, entre otras cosas, para arrumbar la palabra «España», protagonista desde 1999 de todos los lemas congresuales. No, me refiero a una fórmula más difusa, que apenas habremos oído o leído a lo largo de estos cien días y que encarna, sin duda alguna, el rumbo tomado desde el 10 de marzo por el Partido Popular. Me refiero a «saber estar».
Aunque seguramente hallaríamos algún indicio en jornadas anteriores, yo diría que la primera manifestación explícita -y autorizada- de este «saber estar» la hizo Mariano Rajoy el pasado 18 de junio ante los micrófonos de Radio Nacional. Quizá lo recuerden: fue cuando afirmó aquello de que «el centro no es propiamente una ideología, es una actitud». Tres días más tarde, en Valencia, en su discurso como candidato a presidente, insistió en su defensa del centrismo como algo ajeno al campo ideológico o doctrinal, si bien en este caso no lo definió como una actitud, sino como una voluntad: «El centrismo es una voluntad. La voluntad de evitar cualquier exageración. La voluntad de sacar el mejor partido de las cosas sin prejuicios doctrinarios. La voluntad de sintonizar con los deseos y las necesidades reales del pueblo español, que es fundamentalmente moderado y rechaza todo extremismo porque lo entiende como una mezcla de insensatez y de ineficacia».
Sea como sea, actitud o voluntad, esa reivindicación del centrismo al margen de toda ideología -lo que no significa, a juzgar por la propia intervención del candidato, que el PP vaya a renunciar en adelante a sus principios- introduce en el discurso político una novedad sustancial. En fin, más que una novedad, una adaptación a los tiempos. Que yo recuerde, nunca hasta la fecha se había postulado con tal claridad que la política no sólo consiste en la defensa de un ideario y de los métodos más idóneos para llevarlo a la práctica, sino también en una suerte de acomodación al medio -y aquí el medio tanto vale para el cuerpo social y, en consecuencia, electoral, como para la ansiada centralidad-. O, si alguna vez se había postulado, siempre se había hecho desde la convicción de que, entre esas tres facetas, existía una gradación y de que, en todo caso, nunca la acomodación al medio podría equipararse en importancia al ideario o a la forma de aplicarlo.
Bien mirado, el nuevo modelo responde con bastante justedad al acuñado por la pedagogía moderna, cuya máxima concreción en España ha sido la LOGSE -y su reencarnación, la actual LOE- y cuyo trazo puede observarse asimismo, ya en el campo universitario, en el llamado «proceso de Bolonia». Esos pedagogos modernos distinguen, en el aprendizaje, tres saberes: el «saber» a secas; el «saber hacer», y el «saber ser o estar». El primero corresponde a los conocimientos; el segundo, a las habilidades, y el tercero, a las actitudes. Por descontado, tan importantes son, para ellos, unos saberes como otros, lo que ha conducido, en nuestro sistema de enseñanza, a que el primero de los tres, el «saber» a secas, se haya ido ajustando -eso es, rebajando- conforme las actitudes y las habilidades así lo han requerido. Y en esas estamos.
No pretendo afirmar con semejante paralelismo que el PP deba seguir por fuerza la misma senda -por no decir la misma pendiente- que la educación española. Sólo quiero dejar constancia de que el peligro existe, de que puede darse el caso, no sería la primera vez, de que algunos principios queden como mínimo en cuarentena -o, si lo prefieren, afectados de una cierta flojera-, a expensas de como vaya evolucionando la coyuntura. Y el problema es que la coyuntura en España, y especialmente para un partido que aspira a gobernar, pasa tarde o temprano por la negociación con el nacionalismo. Al fin y al cabo, el reciente éxito electoral de Rodríguez Zapatero resulta indisociable, más incluso que de sus acuerdos con formaciones independentistas, de la percepción, por parte de muchos simpatizantes del nacionalismo, de que votarle a él constituía, si no una apuesta segura, sí un mal menor. En otras palabras: la acomodación al medio de los socialistas, su «saber estar», su apuesta -al margen de cuantos principios fundacionales pudiera o no acarrear el propio partido- por lo que más les convenía en cada momento, es lo que, a fin de cuentas, terminó otorgándoles la victoria y permitiéndoles gobernar otra legislatura.
Así pues, habrá que ver qué nos depara el futuro más inmediato. Por de pronto, los próximos 5 y 6 de julio el PP tiene una nueva cita congresual. Mejor dicho, tiene dos, una en Cataluña y otra en Baleares. Y esa coincidencia en el tiempo no es la única coincidencia. En ambos casos, el congreso cuenta con más de un candidato a la presidencia: tres en Cataluña -hasta nueva orden, al menos- y dos en Baleares. En ambos casos, el partido se halla sumido en una crisis considerable: el PP catalán, porque la diferencia obtenida por el PSC en las pasadas legislativas le ha señalado a menudo como el culpable de la derrota popular a escala nacional; y el PP balear, porque sus resultados en las autonómicas y locales de 2007, unidos a los pactos consiguientes entre el resto de las fuerzas políticas, le hicieron perder, de una tacada, el gobierno autonómico, las diputaciones insulares y la alcaldía de la capital. Y en ambos casos, aún, el debate se produce con un telón de fondo en el que sobresale un mismo nacionalismo, el catalán, y sus imposiciones identitarias, con el dichoso asunto de la lengua en primer plano.
Pese a todo, no parece que en uno u otro cónclave pueda saltar la sorpresa. La línea oficial, encarnada en Cataluña lo mismo por Daniel Sirera que por Alberto Fernández Díaz, y en Baleares por Rosa Estarás, tiene todas las trazas de llevarse el gato al agua. El aparato pesa mucho. Y más después de un congreso nacional en el que, descontados incluso los votos en blanco o nulos y las abstenciones, el apoyo al presidente saliente fue ampliamente mayoritario. Aun así, los próximos 5 y 6 de julio va a escenificarse en Barcelona y en Palma de Mallorca, en forma de debate de ideas, la discrepancia que la ausencia de un candidato alternativo -por cálculo, impotencia o cobardía, o todo a la vez- hizo casi imposible en Valencia. Y los debates de ideas, qué quieren, siempre tonifican. Incluso si se trata de partidos políticos. Incluso si lo que se impone y se lleva en esos partidos es el «saber estar».
XAVIER PERICAY
http://www.abc.es/20080625/opinion-la-tercera/congresos_200806250345.html
miércoles, junio 25, 2008
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