viernes 27 de junio de 2008
COSES QUE ET PASSEN A BARCELONA QUAN TENS 30 ANYS
Cómo escribir en Matrix
Por Ana Nuño
Fue Federico Jiménez Losantos, me parece, quien puso al oasis catalán su nombre de pila: Matrix. Como en la película de los hermanos Wachofski, el Matrix catalán es un universo de diseño, construido en paralelo al mundo real y concebido con la expresa finalidad de negar su existencia. Una versión aggiornata de aquel viejo invento del príncipe Grigori Potemkin para que Catalina la Grande regresara al Kremlin convencida de que lo que había visto en su gira por la recién conquistada y pobrísima Crimea era un oasis sembrado de idílicos pueblitos.
Es un poco raro, lo sé, mencionar a Jiménez Losantos en la reseña de un libro en el que este periodista ni corta ni cose. Si traigo a colación aquí al director de La Mañana de la COPE y cofundador de Libertad Digital es por dos razones. En primer lugar, porque Llucia Ramis, la autora del libro reseñado, comparte con FJL el ejercicio profesional del periodismo (es lo único, por lo demás, que tienen en común), y resulta que el periodismo está viviendo horas bajas en España, por decirlo con suave eufemismo: cuando un político sienta en el banquillo a un periodista por haber cumplido con su deber profesional, al comentar unas declaraciones del querellante, y la mayoría del gremio y la casi totalidad de la clase política, en lugar de denunciar este abuso de poder, entiende que se ha levantado la veda y alegremente se suma a la partida de caza, no hace falta ser un arúspice para comprender que corre peligro una de nuestras libertades fundamentales, la de informar y opinar.
Por otro lado, de la Barcelona que hoy Llucia Ramis retrata con inteligencia y buenas dosis de humor FJL nos ha dejado, tejida con sus recuerdos de veinteañero, una rica semblanza en La ciudad que fue: Barcelona, años 70. Por cierto, Ramis cumplió 30 años escribiendo ésta su primera novela: la misma edad que tenía FJL cuando fue secuestrado por miembros del grupo terrorista Terra Lliure, atado a un árbol en un descampado de Esplugues, tiroteado en la pierna derecha con un nueve largo (según el viejo método del IRA conocido como knee-capping) y allí abandonado, de noche, a ver si con un poco de suerte se desangraba. De esa probable muerte lo salvó una compañera del instituto de Santa Coloma de Gramanet donde daba clases, secuestrada junto con él, tras desatarlo y hacerle un torniquete. Todo esto es de sobras conocido, pero conviene recordar, una vez más, que el atentado contra este periodista fue debido a su participación en la redacción y difusión del llamado Manifiesto de los 2.300, de nombre completo Manifiesto por la Igualdad de los Derechos Lingüísticos en Cataluña.
Ha pasado la friolera de 27 años desde aquella primera denuncia del totalitarismo rampante del nacionalismo catalán, pero a pesar de que los disidentes de Matrix no se desmontaron y han seguido manifestando públicamente su apego a una sociedad abierta y denunciando a sus más tenaces enemigos (al punto de que algunos aun se tomaron la molestia de fundar cosa tan engorrosa y generalmente inútil como un partido político), no puede decirse que el enfermo haya mejorado. Prueba reciente de ello es la aparición de otro manifiesto, el Manifiesto por la Lengua Común, promovido por un grupo de prestigiosos intelectuales y auspiciado por Unión, Progreso y Democracia. Y es que, entre tanto, los síntomas de la enfermedad han brotado más allá de las fronteras del Matrix catalán, donde la agresiva patología en la que Cataluña es pionera –negar desde el Gobierno y las instituciones, entre otros derechos, el de que los padres puedan escolarizar a sus hijos también en castellano– ha pasado también a manifestarse, con virulencia e intensidad variables, en Baleares, el País Vasco, Galicia y la Comunidad Valenciana.
El básico derecho y deber, inscrito en la Constitución de 1978, de conocer y usar la koiné castellana, la lengua común de los españoles (y, conviene recordarlo, de los casi dos millones de hispanoamericanos que actualmente viven en este país), es uno de esos principios fundamentales y prepolíticos que, en cualquier democracia establecida, quedan por definición y principio fuera del debate público y que el poder político no se dedica a manosear a su electoral antojo. Pero esto es lo que hay, esto es lo que tenemos los españoles, en cualquiera de nuestras declinaciones regionales: un país donde la clase política, en lugar de gobernar para el bien común de todos los ciudadanos, lleva tres décadas trajinando para beneficio propio los valores fundamentales, reducidos hoy a poco más que falsa monea, "que de mano en mano va y ninguno se la quea".
Afortunadamente, en este enfermizo país perviven más maneras que la redacción de manifiestos, la participación activa en la política o el libre ejercicio de la crítica periodística (incluso que la publicación de reseñas destempladas como ésta) de luchar contra la fiebre inducida por los adulterados fármacos de nuestros Matrix locales. Una de las más interesantes, a mi entender, sin embargo no suele llamar la atención de comentaristas o críticos: la dedicación con que un número creciente de escritores cultiva las formas del realismo literario que o dan abiertamente la espalda a la ficción –diarios, memorias, semblanzas autobiográficas– o bien utilizan el registro de la ficción en primera persona para arropar comentarios y observaciones propios del género memorialista y el ensayo. La primera novela de Llucia Ramis, cuyo título traducido al castellano dice Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años, se inscribe en esta segunda forma –la oblicua, digamos– de exaltación del realismo.
Antes de decir lo que me parece más notable de esta interesante y, además, lograda primera novela, conviene destacar un par de datos sobre la autora y la recepción que ha tenido aquélla. Ramis nació en Palma de Mallorca, en 1977, y tiene raíces familiares en Felanitx, pueblo de poetas (Miquel Bauçà, Arnau Pons) y del pintor Miquel Barceló. Se trasladó adolescente a Barcelona, donde estudió y ejerce el periodismo. Ojo: en su variante más desatendida, me atrevería a decir que degradada, y no sólo en el oasis periodístico catalán: el periodismo cultural. (Oasis, en efecto, y sólo eso: el periodismo que se ejerce en este rincón de España se muestra tan sumiso con la clase política y empresarial que le da de comer, subvenciones y ayudas mediante, y tan encantado de servirle de correa de transmisión, que ni siquiera ha hecho falta que se esforzara en levantar a su alrededor, para despistar, una de esas lisas arquitecturas matrixianas que abundan en el paisaje local: es un oasis a secas, si se me perdona el oxímoron, un poco pobre, la verdad, con media docena de datileras macilentas dando cobijo a los pocos camellos que se acercan a abrevar en las aguas estancadas de su charca). Pues bien, Ramis se ha ilustrado en ese periodismo cultural que por lo general es tratado, aquí y en cualquier otra latitud española, con escasa consideración por directores de periódicos y responsables de la correspondiente sección, que suelen ver en su ejercicio una excusa para congraciarse con tal editor o director de eventos culturales (o para ningunear o fustigar a los que sea conveniente). Y lo ha hecho tanto desde la periferia de una revista literaria como Quimera, de la que fue jefa de redacción durante unos años, como desde uno de los centros del periodismo local: la sección cultural de El Mundo-Catalunya, donde actualmente trabaja.
Hay que leer las crónicas que cada semana publica Ramis, porque no tienen desperdicio. Por la aguda mirada que pasea por la vida literaria local, inmune a los espejismos del Oasis y a menudo vitriólica en su retrato de las costumbres de plumíferos y editores, especie endémica y siempre abundante en la Ciudad Condal. También por una novedad, que le añade interés a su rescate y rejuvenecimiento de ese género, la crónica cultural, tan viejo y apolillado: Ramis escribe siempre, no ya en catalán, sino en mallorquín. (Me niego a entrar en el delirio febril de considerar a éste más o menos lengua o dialecto que aquél, o a llamar al de las Islas "catalán-mallorquín" y abundar así en la paranoia favorita de los pancatalanistas). Hay que reconocer a El Mundo-Catalunya la originalidad de ser el único diario del Oasis que practica normalmente en sus espacios de opinión lo que todos los habitantes de esta región hacen a diario: utilizar indistintamente una de las dos lenguas catalanas, el catalán y el castellano, e incluso mezclarlas, barrejarlas alegremente, registro éste, el de la barreja lingüística, que ilustra brillantemente en sus páginas Ivan Tubau, su introductor en la prensa local.
Así pues, Llucia Ramis no sólo retrata sin afeites a sus modelos, sino que además se niega a utilizar otra norma lingüística que la aprendida en casa. Para horror de los puristas de la lengua catalana, y no digamos de los nacionalistas, guardianes de esa esencia supuestamente inalterable casi desde Guifré el Pilós y embalsamada por Pompeu Fabra. Peor aún: ha escrito su primera novela sin renunciar a mallorquinismos y coloquialismos (el familiar "na" en vez del artículo personal femenino la, "almanco" por "almenys", "em deman" y no "em demano", "mumpare" por "el meu pare", y un largo etcétera), y al mismo tiempo en un catalán real, el que se escucha en las calles y plazas y bares de Barcelona, modulado por una voz joven, como conviene a su narradora de 30 años.
Quien quiera hacerse una idea de cómo hablan realmente hoy en esta ciudad los ciudadanos contemporáneos de Ramis, asómese a las páginas de esta novela. Descubrirá, además, si aún no ha leído a Ramis, una voz fresca (en todos los sentidos de la palabra, que todos son apreciables), sin impostación en ninguno de los registros (diálogos, descripciones, cartas, comentarios) con los que traza, alrededor de un improbable y a la vez verosímil macguffin, el retrato de una generación de catalanes que vive de espaldas a Matrix, aunque de vez en cuando alguno se deje deslumbrar por su reflejo en la Barcelona de diseño e incurra en perogrulladas políticamente correctas, y de cara a su propia vida. Que a los 30 años suele ser una vida llena de amigos y amantes, lecturas desordenadas y horror a no parecer fashion en los gustos musicales o artísticos, deseos de transgredir las normas de la tribu de los mayores e incipiente conciencia de que al hacerlo se está refrendando la pertenencia a otra tribu, sólo que joven y con más aguante para todo: la vida nocturna, la incertidumbre laboral, los desencantos amorosos.
Típicamente en el Matrix literario barcelonés, que invariablemente se desliza por la cuesta más fácil, el libro de Ramis fue lanzado al mercado con el imposible título que ostenta, una foto inane en portada (un grupo de tres chicas bebiendo cerveza y haciendo el imbécil en la barra de un bar) y una promoción descerebrada que abundaba en lo juvenil de tot plegat. Por fortuna, el libro es tan bueno que ha logrado sobrevivir a las peores intenciones de sus editores, que, por lo demás, se habrán quedado tranquilos después del pasado Sant Jordi, donde fue una de las novedades más vendidas. Influyentes críticos literarios locales (Sergi Pàmies, Sam Abrams, Julià Guillamón) han estado a la altura y saludado la aparición de una voz nueva y original en las letras catalanas. El también mallorquín José Carlos Llop, con su fino olfato literario, le ha dedicado la más certera e instructiva reseña. Pero, más allá de su interés como obra de ficción, me importa situar este libro en lo ya apuntado: ésta es una novela que también es una crónica y un ejercicio memorialista, y que se inscribe, con apenas la justa dosis ficcional, en una tradición que, por sólo ceñirnos a obras publicadas recientemente que toman como centro la realidad barcelonesa y sus aledaños, nos ha dejado ejemplares tan espléndidos como Filologia catalana, de Xavier Pericay, Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets, el potente alegato contra el nacionalismo, escrito desde el más estricto respeto a la realidad y experiencias de su autor, que es el Adiós Cataluña de Albert Boadella y la valiosa incursión de Adolescencia en Barcelona hacia 1970 en la juventud de Laura Freixas.
Hay más de una manera, ya lo creo, de no vivir en Matrix, a pesar de padecerlo. Sin duda la más personal, quizás la más inteligente y generosa, es esa forma de resistencia a la impostura y el fraude desde la reivindicación de la realidad vivida.
LLUCIA RAMIS: COSES QUE ET PASSEN A BARCELONA QUAN TENS 30 ANYS. Columna (Barcelona), 2008, 227 páginas.
http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276235011
jueves, junio 26, 2008
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