martes, junio 24, 2008

La homosexualidad, el tema de nuestro tiempo

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La homosexualidad, el tema de nuestro tiempo

elmanifiesto.com

25 de junio de 2008


ANTONIO MARTÍNEZ

Durante la última semana, los lectores de El Manifiesto han podido seguir la polémica que varios articulistas de nuestro periódico hemos mantenido en torno a la siempre discutida cuestión de la homosexualidad. Resulta muy significativo que sea precisamente este asunto el que haya provocado tan encendido debate entre nosotros. Decía Ortega que cada época tiene un “tema”, es decir, una misión, una tarea. El de su tiempo consistía, a su modo de ver, en la superación de la subjetividad moderna. El del nuestro tal vez se identifique con lo que hace unos días llamábamos, en estas mismas páginas, la “superación del paradigma homosexual”.

Ahora bien: para explicar debidamente un problema que se presta a tantas malinterpretaciones, es conveniente que distingamos tres significados del término “homosexualidad”. Pues, en efecto, resulta necesario diferenciar una “homosexualidad fáctica” de la “homosexualidad ideológica” y, en último lugar, de lo que vamos a denominar “homosexualidad cultural”.

La homosexualidad fáctica

Cabe definir la homosexualidad fáctica como un fenómeno objetivo y, en principio, neutro: la tendencia homosexual en sí misma, es decir, el hecho de que existe un grupo de personas que se sienten atraídas eróticamente por individuos de su mismo sexo. Tales personas viven esa situación con mayores o menores dificultades, pero en ningún caso pretenden enarbolar la bandera de su inclinación como símbolo de una guerra ideológica. Pueden ser creyentes o no creyentes, de izquierdas o de derechas. No se sienten identificados con el movimiento de liberación gay, ni asisten —huelga decirlo— al desfile del Día del Orgullo. Son, en todo, ciudadanos perfectamente equiparables a cualquier otro. Pues bien: resulta obvio que estas personas merecen el más absoluto de nuestros respetos, independientemente de que, en un sentido antropológico último, su inclinación nos parezca normal o anormal. La ley debe ampararlos en todo aquello que sea justo y razonable (incluida una normativa de uniones civiles, como existe hoy en la mayoría de los países europeos). Sin embargo, sus uniones no deben ser consideradas como matrimonios, ya que, por su esencia, y según ha existido en todas las épocas y culturas, el matrimonio es una institución de naturaleza heterosexual.

La homosexualidad ideológica

Por su parte, la homosexualidad ideológica surge cuando se desprecia la discreción y sentido común de la homosexualidad fáctica y los homosexuales pretenden llevar a cabo una “revancha histórica”. El lobby gay nace hacia 1970 y sus objetivos van mucho más allá de lograr el fin de la discriminación y persecuciones contra los homosexuales. No se trata sólo de que éstos puedan vivir tranquilamente, reconocidos por el Derecho y como miembros legítimos de su sociedad: esto sería “demasiado poco”. El Movimiento de Liberación Gay se propone desarrollar un programa revolucionario que pasa por transformar el completo sistema de valores vigente en el universo social. Se produce, así, un inexorable y progresivo avance, con sucesivas “conquistas” y con una presencia cada vez más intensa de iconos y símbolos homosexuales en el imaginario colectivo. Algunos hitos de tal avance podrían ser los siguientes:

-Se excluye la homosexualidad del catálogo de desórdenes psiquiátricos.
-El lobby gay se envalentona y plantea reivindicaciones cada vez más atrevidas.
-Se persigue y se estigmatiza, en nombre de lo políticamente correcto, a cualquiera que ose discutir en público el dogma de la absoluta normalidad psicológica de la homosexualidad.
-Las películas y revistas de porno gay llegan a los kioscos.
-Se introduce el Día del Orgullo Gay.
-Se aprueba la ley de uniones de hecho. Empieza a reivindicarse el matrimonio gay.
-Comienza a agitarse, cuando la sociedad ya está lo bastante madura, la reclamación del derecho a la adopción, pasándose por el forro el interés de los niños.
-Aparecen personajes y situaciones homosexuales en publicidad y series de televisión (entre nosotros, por ejemplo, en Hospital Central).
-Se exige que la “normalización gay” llegue a los niños (recuerde el lector la boda gay en Los Lunnis, o los cuentos infantiles gays —príncipe se casa con príncipe— entregados a alumnos de Primaria en algunos colegios de Massachussetts).
-En un futuro, tal vez no de ciencia-ficción: se introduce la “paridad gay” en las ilustraciones de libros de texto; se penaliza a las series de televisión que, recalcitrantes, se niegan a incluir la cuota de personajes gays en su reparto; se sanciona a los colegios que no incluyan en su programa educativo temas de propaganda gay; etc. etc. En fin: casi lo mismo que ya existe en España respecto al nacionalismo, pero referido a la ideología del lobby gay.

Como resulta obvio, esta homosexualidad ideológica debe ser combatida en nombre del sentido común y de la libertad. Su objetivo no consiste en el bienestar efectivo de las personas homosexuales. Aquí, en el fondo, las personas dan igual. Lo que realmente importa es la revolución ideológica y la invasión iconológica del espacio público a base de imágenes y mensajes gays. La sociedad heterosexual es “el pasado” y “la tradición”. En cambio, lo homosexual es “el futuro” y “la modernidad”. Igual que Bibiana Aído pretende poner patas arriba —por huevos, porque sí, sin justificación alguna— las bases tradicionales del lenguaje con sus “miembros y miembras”, la homosexualidad ideológica intenta trastocar las bases antropológicas y morales de la sociedad. Como es obvio, frente a tales atropellos se impone oponer la más firme de las resistencias.

La homosexualidad cultural

Finalmente, y aparte de las dos anteriores, existe una tercera homosexualidad: la “homosexualidad cultural”. Incluimos aquí múltiples elementos de la cultura posmoderna, en lo que ésta tiene de fascinación por lo ambiguo, confuso, dispersivo y narcisista. Tales elementos se hallan inmersos en lo que podríamos llamar una “atmósfera homosexual” que caracteriza hoy el asfixiante universo cultural de la izquierda europea, dominado por unos tópicos y dogmas férreos, una censura invisible pero feroz, un imaginario morboso y una insoportable ausencia de libertad para el pensamiento. Algunos ejemplos podrían ser los que siguen:

-La filosofía de Richard Rorty.
-La vacua jerga intelectualoide posmoderna desenmascarada por Alan Sokal.
-Películas como El Piano, de Jane Campion, o Los soñadores, de Bertolucci.
-Las fotografías de Robert Mapplethorpe.
-La insoportable levedad del ser, de Kundera.
-La revista femenina Cosmopolitan.
-El suplemento semanal de El País y, por supuestísimo, Babelia.
-Los mitos de Frida Kahlo y Virginia Woolf, auténticos iconos progre-homosexuales posmodernos para intelectualoides narcisistas.
-El arte contemporáneo en general y el body art en particular.
-El fanatismo nacionalista, cuyo minucioso escrutinio del ombligo propio sintoniza profundamente con el pathos de la homosexualidad cultural (véanse, por ejemplo, los estrechos vínculos de la izquierda abertzale con las plataformas gays).
-Las obsesiones lingüísticas de Bibiana Aído, a las que ya hemos hecho referencia.
-La Unión Europea, carente de principios profundos y hoy ampliamente infiltrada por el lobby gay.
-La editorial Paidós (lo que no impide que publique algunos libros interesantes).
-El universo de la moda y las pasarelas, obviamente homosexual. Dolce & Gabbana y Jean Paul Gaultier serían los más evidentes símbolos.
-Figuras del mundo periodístico, literario e intelectual como Fernando Delgado, Manuel Vicent, Javier Sádaba o Jesús Mosterín.
-Etc. etc. etc.

El verdadero problema que plantea esta “homosexualidad cultural” reside en que fomenta una cierta atmósfera oscura, asfixiante, donde existe una aparente libertad, pero, en realidad, domina una censura insoportable. La verdad, la libre discusión sin prejuicios, la frescura del pensamiento: todo esto allí, sencillamente, brilla por su ausencia. El aborto, la eutanasia y la masturbación reciben el más cerrado aplauso. Por otro lado, campan por doquier el escepticismo, el relativismo y la melancolía. Falta luz, dominan las brumas caliginosas y las sombras. En educación, está prohibido salirse del universo conceptual LOGSE. Los mandarines universitarios de la izquierda académica gobiernan sus taifas con ínfulas de dictador. Los congresos de Filosofía transcurren sobre los raíles de la jerga profesional, sin que digne aparecerse por ellos ni la más mínima idea auténtica. Y lo peor es que una derecha pusilánime ha asumido este discurso incluso donde ella gobierna: así, por ejemplo, en Murcia —comunidad del PP donde resido— se celebra cada año, con puntualidad religiosa y como lo más natural del mundo, un ciclo de cine lésbico y gay. Y, por cierto: la atmósfera malsana de esta homosexualidad cultural se refleja de manera ejemplar en una fotografía de la revista Zero denunciada hace unos meses desde las páginas de El Manifiesto. ¿La recuerda el lector? Un guardia civil de rodillas, practicando a un etarra una felación. Sin comentarios.

Nos parece evidente que esta “tercera homosexualidad” constituye una de las peores lacras de la Europa actual y, por supuesto, también de nuestro país. Debemos combatirla en nombre de la verdad, de la libertad y de todo lo que es sagrado. Editoriales como Áltera, Libros Libres o Ciudadela trabajan precisamente en esa línea. Lo mismo puede decirse de El Manifiesto.

El enigma homosexual ante el alba de una nueva era

La homosexualidad es un fenómeno complejo y, en muchos sentidos, enigmático. Vemos a una persona zurda y, aunque esa característica suya es minoritaria, se encuentra perfectamente en el orden normal del ser. Sin embargo, en el caso de la orientación homosexual, la cuestión sería mucho más dudosa. La polaridad masculino/femenino constituye una estructura básica en el orden simbólico y biológico: sol-luna, fuego-agua, día-noche, cielo-tierra, hombre-mujer. La homosexualidad contraviene este orden: ¿una anomalía, consecuencia de un accidente en el desarrollo de la afectividad? Las biografías de Proust, Mishima y Pasolini parecerían fundamentar esta tesis. ¿Un fenómeno más en la complejidad dionisíaca del mundo? A esta opinión tampoco le faltan defensores. La cuestión está abierta. Sin embargo, el hecho de que hoy se siga discutiendo —incluso en los ambientes de la teoría queer— sobre las causas de la homosexualidad, indica que “algo no está claro”. ¿Por qué más del 98% de la población es heterosexual, y menos del 2%, homosexual? Nadie se pregunta por qué el sol brilla en el cielo cada día: eso pertenece al orden natural del cosmos. En cambio, sí es pertinente inquirir sobre las causas de un eclipse, que suponen una alteración en esa cotidiana regularidad.

Personalmente, estoy convencido de que, atendiendo a la objetividad de las cosas, resulta más difícil defender la total normalidad antropológica de la homosexualidad que la tesis contraria. Y en cuanto a los argumentos de tipo histórico que se apoyan, sobre todo, en la homosexualidad de la Antigua Grecia, ya señalaba hace unos días Rodolfo Vargas Rubio en este mismo periódico que tales afirmaciones deben tomarse con una enorme prudencia. Sencillamente, la realidad concreta de la relación entre erasta y erómeno tiene muy poco que ver con las condiciones —bastante más caóticas— de la homosexualidad occidental contemporánea. Y, por otra parte, fuera de esa estricta reglamentación, los griegos estaban muy lejos de considerar legítima cualquier tipo de atracción o práctica erótica entre personas del mismo sexo.

Sin embargo, y sea como sea, las ideas básicas deben estar claras: completa y tranquila aceptación de los homosexuales como personas –faltaría más—, sin ningún tipo de prevención ni horror, pero, a la vez, combate sistemático contra las campañas del lobby gay y denuncia de los efectos perversos que produce –o, al menos, fomenta- la “homosexualidad cultural”. Y ello como condición necesaria para resolver correctamente el “tema de nuestro tiempo”. La superación del paradigma homosexual es la gran asignatura pendiente para un Occidente sobre cuyo horizonte debe amanecer hoy un nuevo sol. Ojalá que la cordial polémica mantenida desde las páginas de El Manifiesto contribuya, en alguna medida, a que llegue pronto el alba de ese nuevo día.

http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=2432

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