domingo, junio 29, 2008

Felix y Wifredo, Allia jacta est (por Felix Arbolí)

lunes 30 de junio de 2008
Allia jacta est (por Félix Arbolí)
Félix Arbolí y Wifredo Espina


S Í señores, “la suerte está echada” y esta noche, D.m., sabremos el resultado de este nuevo milagro del “ángel” Aragonés, no por nacimiento, ya que es madrileño, sino por apellido. Cuando se pierde un partido de importancia y trascendencia echamos “sapos” contra el entrenador que, desde su banquillo o rozando los límites permitidos, se desgañita y exaspera, animando o abroncando a sus jugadores. De él depende la alineación y selección de los jugadores intervinientes, pero no podemos hacerle responsable de que el seleccionado en cuestión se amodorre, corra alocadamente ajeno al balón o se ausente del campo mentalmente. Eso es culpa exclusiva del que luce la camiseta y calza las botas con tacos y de su estado de ánimo en esos momentos y de su rendimiento físico.

Ahora bien, hay ocasiones en las que una mala alineación, la colocación de un jugador en sitio inadecuado o la ausencia del que pueda ser el motor de ese conjunto causan el descalabro que en este caso, posiblemente, sea culpa mayoritaria del hombre que dirige desde el banquillo. Pocas veces, ésa es la verdad, aunque haya momentos y cambios que el espectador aficionado no comprenda y entienda y que en muchas ocasiones demuestran la sabiduría y experiencia del “mister” .

El fútbol es un espectáculo de multitudes, no digo deporte multitudinario, porque no siempre se le puede calificar como tal, desgraciadamente, ni lo practicamos todos. Es como llamar noble deporte al boxeo, del que soy espectador televisivo en sus grandes eventos, que deja grillado a los que lo han practicado a lo largo de los años y consiste en golpear con saña y coraje al adversario en el cuadrilátero, ante el griterío y las provocaciones de unos espectadores que a veces se transforman en masa ávida de sangre y de dolor. En esos instantes me acuerdo de lo que debieron ser los antiguos circos romanos donde el populacho con el dedo pulgar hacia abajo y las gargantas enronquecidas pedían insistentes la muerte del vencido. Porque el ser humano, aunque me pese reconocerlo, es un lobo para sus semejantes y el único animal que mata por simple placer, sin necesitarlo para nada.

Cuando se gana el encuentro, los futbolistas como los antiguos generales y emperadores romanos recorren las calles principales de la ciudad ante una muchedumbre enardecida y loca que los aclaman como si acabaran de protagonizar y salir airosos en una difícil y trascendental batalla. Son los héroes indiscutibles del momento y la multitud les sigue y aclama como a si a ellos debiera su propia vida. Me parece estupendo que se premie el esfuerzo y el coraje de una serie de individuos por haber logrado un objetivo que a todos nos agradaba y entusiasmaba. Es lo menos que podemos ofrecerles en compensación a su lucha y, por qué no, sacrificios. Pero no estoy muy de acuerdo con esa hinchada fanática y poco solidaria que está “vocinando” con sus coches a toda carrera, toda la noche y por toda la ciudad, sin tener en cuenta que son horas que muchos necesitan para descansar, otros para amagar el dolor de una enfermedad o muerte acaecida o simplemente para recuperar las fuerzas necesarias e incorporarse a su trabajo habitual. Todo debe tener cierto límite y ha de haber tiempo para la celebración y la diversión y también el necesario para que el prójimo descanse.

Tampoco debemos olvidar que junto a los aclamados y vitoreados jugadores que batieron el cobre sobre el campo, está la sensatez, experiencia, atinado método y sabias disposiciones de ese entrenador a los que inexplicablemente pocos vitorean, como si su intervención hubiera sido innecesaria para que el aclamado capitán del equipo pueda alzar la copa de la felicidad. Si el resultado hubiera sido negativo, los aficionados pedirían insistentes e inclementes su cabeza como único culpable de esa debacle y la “irresponsable” directiva lo echaría a los leones para aplacar a esa hinchada enfurecida. Los jugadores, que se dejaron dominar sobre el césped, esos seguirán con sus sueldos, bagatelas y aureolas, como si fueran víctimas inocentes de ese malvado entrenador. Son los únicos héroes de la jornada cuando hay triunfos y los que no pierden nada si todo resulta un desastre.

¿En qué quedamos es el entrenador único culpable cuando se fracasa y pasa inadvertido cuando se triunfa?. Algo falla en estas apreciaciones de críticos, comentaristas y público en general.

Esta noche, cuando España sea una ciudad desierta y los domicilios se hallen a tope ante la televisión, estaremos pendientes de ese trasiego de jugadores sobre el campo y de un hombre canoso y setentón, pero con más marcha que las que puedan interpretar todas las bandas militares, que nervioso y serio, sereno a veces, airado otras, pero siempre atento a sus muchachos y a la eficacia de sus jugadas, intentará hacer un nuevo milagro y conseguir esa ansiada Copa para el fútbol español y regusto de los millones de aficionados.

¡Ah, por cierto, a quien se le ha ocurrido llamar “roja” a nuestra selección?. Creo que definirla con ese color, es intentar provocar y confundir la buena fe de los aficionados en general. También puede ser la negra por el color de sus pantalones o, mejor y simplemente, la española, que es la que realmente debe prevalecer para satisfacción y normalidad entre todos. Tampoco me gusta llamar “plaza roja” a la madrileña de Colón, porque a una emisora que retransmite los encuentros en exclusiva quiera “bautizar” a selección y plaza con el color que debe gustarle mucho o hacerles sentir viejas añoranzas. Ya no existe “plaza roja” ni en Moscú y estos señores quieren ahora implantárnosla. Siempre a remolque de las desfasadas tendencias ajenas. No confundamos el atún con el betún, porque ambos vengan dentro de una lata. Ni selección roja, ni “la roja” en general, ni “plaza roja”, sino selección española, plaza de Colón y banderas españolas. Como debe ser.

Y suerte para nuestra selección en esta noche, aunque ya la proeza la han realizado y el mérito no hay quien se lo quite. ¡Aupa España! ¡A por ellos!.

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EUROCOPA Y LOS NACIONALISMOS (por WIFREDO ESPINA)


POLITIZAR un partido de fútbol, por importante que sea y emociones que levante, constituye un craso error. Antes y después de jugarse. Es sacar las cosas de quicio, del marco deportivo en que deben moverse. Así en el caso de la apasionante Eurocopa.

Son comprensibles las naturales explosiones populares ante un acontecimiento como este. Pero trasladarlas al plano de la política es desnaturalizarlas. Entonces, de legítimas emociones sanas pasan a convertirse en insanas confrontaciones. El franquismo las explotó como ‘opio del pueblo’ para adormecer conciencias y en provecho de un régimen totalitario.

Ahora, contrariamente a los que cabía esperar, está ocurriendo algo parecido. Las victorias y las derrotas deportivas, de unos y de otros, son abusivamente utilizadas por movimientos políticos y sentimientos nacionalistas de toda índole.

Se entiende que un triunfo o una derrota deportiva, especialmente de trascendencia internacional, sacuda los sentimientos de los seguidores y partidarios del equipo. También los sentimientos cívicos de los ciudadanos del lugar o país a que pertenece o representa, deportivamente, el equipo. Una victoria desata grandes entusiasmos, una derrota un profundo desengaño colectivo.

Pero darle a esto trascendencia política –como hacia el franquismo- es signo de inmadurez, de complejo de debilidad, cuando no de mala intención. Un triunfo del equipo o selección española, en este caso, es natural que produzca una explosión de españolidad, ya no lo es tanto que esa explosión sea de españolismo. Esto último comporta, inexorablemente, respuestas de otro signo contrario. Al nacionalismo españolista se le contesta con los nacionalismos periféricos. La espiral de la confrontación política se pone en marcha.

En sentido deportivo del acontecimiento queda desfigurado, contaminado y traicionado. Que muchos catalanes y vascos, por ejemplo, apuesten o se alegren por una derrota de la selección española, resulta tan absurdo como una muestra de un sentimiento insano. Estos triunfos y derrotas no debieran desbordar el marco de la españolidad; nunca caer en el del españolismo. Son satisfacciones o decepciones sociales, no políticas.

En un país en que estos excesos son frecuentes, no es extraño que nos encontremos con deplorables expresiones como la de Puigcercós, presidente de ERC : “no tengo más remedio que estar a favor de Alemania; muchos catalanes no nos identificamos con la selección española”.

Más sensato, por el contrario, ha sido Urkullu, presidente del Partido Nacionalista Vasco, al afirmar que “ya está bien de utilizar el deporte sacando las cosas de su propio contexto (...); dejémonos de tonterías”. Y tras precisar que el no ha dicho que estaba en contra de la selección española, y que “cada cual es libre de tener las aficiones futbolísticas que quiera”, ha añadido que se están “manipulando” , por unos y otros, unas “aficiones sanas, elevándolos a categorías ideológicas de confrontación entre sentimientos de identidad” .

Es el Puigcercós quien propugna desobedecer la sentencia que dicte el Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Y es el Urkullo quien afirma que acatará la decisión del Alto tribunal sobre el propuesto Referéndum vasco.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=1692

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