jueves 22 de mayo de 2008
Sobre el antifranquismo
Antonio Castro Villacañas
C OMO es lógico, el 18 de julio de 1936 había muy pocos antifranquistas en España. Me atrevo a pensar que la inmensa mayoría, la práctica totalidad de los españoles, no tenía ni la más mínima idea de que entre ellos existía un general que se llamaba Francisco Franco. La pequeña minoría que sí tenía noticias de su existencia estaba compuesta, a su vez, en su mayor parte, por hombres que lo habían conocido por medio de sus contactos o relaciones con el Ejército o los medios militares, y en mucha menor porción en virtud de relaciones familiares o vecinales; por último, era una ínfima fracción la que relacionaba al general Franco con el mundo de la política y por ello lo veía como amigo o como adversario... Muchos más, pero tampoco demasiados, franquistas o antifranquistas había en la España de 1936 en razón de las actividades políticas de los dos hermanos del general, Nicolás y Ramón, sobre todo por las del último de ellos, que se había dado a conocer en escala mundial por su protagonismo en el vuelo trasatlántico del "Plus Ultra"... Vale la pena recordar que estos Francos politizados fueron, con diferente intensidad y distinto matiz, siempre esencialmente republicanos. A partir del 18 de julio se fue intensificando, para bien o para mal, la popularidad del general Franco, pero exclusivamente unida a su condición militar hasta que sus compañeros de armas y de alzamiento le nombraron el 1 de octubre de 1936 Jefe del Estado que se estaba instalando en la zona de España dominada por los alzados en armas contra la forma de República que desde febrero de ese mismo año iban construyendo los vencedores en las últimas elecciones celebradas... Desde ese recién estrenado otoño los españoles hemos venido siendo más o menos franquistas y más o menos anti-franquistas en virtud de razones y sentimientos de carácter fundamentalmente político. Resulta fácil de comprender que el número de españoles -y extranjeros, fundamentalmente ibero-americanos- seguidores del general Franco, o de él simpatizantes e incluso partidarios, creció mucho a medida que sus victorias militares iban resolviendo en su favor la guerra de España. Algo parecido, en menor proporción, sucedió durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, porque su afortunada o hábil manera de sortear las presiones de las partes beligerantes hizo que España no participara en esa contienda y dedicara todos sus esfuerzos a restañar las graves consecuencias de la propia. En proceso paralelo, de signo contrario pero con el mismo fundamento, los antifranquistas -que habían ido disminuyendo en número creciente a lo largo de nuestra guerra- aumentaron fuera de España entre quienes por lógicas razones deseaban vernos a su lado en la que ellos disputaban. El final de la Segunda Gran Guerra supuso un nuevo planteamiento del tema. A los antifranquistas de siempre -es decir, a cuantos combatieron a Franco desde el 18 de julio de 1936- se unieron muchos de los vencedores de la última contienda mundial por entender -de buena o mala fe- que el franquismo había sido derrotado en ella, aunque no hubiera tomado parte en la misma, dado su emparentamiento ideológico e histórico con los perdedores. A estos antifranquistas, de siempre o de reciente cuño, se fueron uniendo o de algún modo "ajuntando", poco a poco, algunos de quienes estuvieron al lado de Franco desde que le nombraron Jefe del Estado y algunos otros franquistas de posteriores camadas. La mayor parte de estas deserciones o "cambios de chaqueta" estuvieron motivadas por un erróneo cálculo de probabilidades, pues las protagonizaron quienes pensaban que la victoria de los aliados suponía el derribo -pronto o tarde- de Franco y la consiguiente postergación de sus afines. El máximo ejemplo de este "antifranquismo" lo dió don Juan de Borbón y Battemberg, que con el título de Conde de Barcelona pretendía recuperar para él y su familia el trono de España. Durante toda nuestra guerra buscó diferentes maneras de combatir a las órdenes de Franco para con ello hacer méritos de cara a la restauración de una Monarquía semejante a la que su abuelo Alfonso XIII encabezó en 1923 con el general Primo de Rivera... Desde 1939 hasta 1945 se fue dando cuenta de que Franco no era partidario de esa forma de gobernar España y de que en España había muy pocos monárquicos, por lo que se mantuvo calladito y quieto a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, esperando que sus vencedores -fueran los que fuesen- le ayudaran a resolver su personal y familiar causa. Por eso, en cuanto se dió cuenta de que la guerra mundial estaba a punto de terminar en Europa con el triunfo de las democracias aliadas, se apresuró a hacer pública su demanda del trono. El 19 de marzo de 1945 dió a luz el documento político que se conoce como "Manifiesto de Lausana" por ser esta ciudad suiza el lugar de su residencia y de su divulgación a la prensa. Don Juan acusaba en él a Franco de tener "una concepción totalitaria del Estado" -con lo que le ponía a los pies de los caballos vencedores de la contienda mundial- y le requería de forma solemne a que abandonase el Poder y diera paso a la restauración "del tradicional régimen de España"... Pero de ésta y de otras peculiares formas de lo que suele llamarse "antifranquismo" hablaremos en otras nuevas apuntaciones.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4632
miércoles, mayo 21, 2008
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