lunes 26 de mayo de 2008
PP, el único futuro posible
POR BENIGNO PENDÁS, PROFESOR DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS
AUNQUE nos gusta pensar lo contrario, la política es el espejo de la vida. Amores y odios, convicciones firmes, intereses siniestros, filias y fobias, grandezas y miserias, ideas brillantes y tópicos absurdos. Por eso hay políticos excelentes, muy pocos; valiosos, unos cuantos; mediocres, la gran mayoría; infames, más de lo deseable. La proporción es similar en una comunidad de vecinos, la junta general de una sociedad mercantil o el claustro de docentes en una universidad. Sin duda, podríamos elegir mejor a nuestra clase política. Aunque tampoco conviene exagerar, es frecuente que los profesionales españoles tengan un nivel medio superior a los cuadros de los partidos. Lo cierto es que la gente suele aceptar las servidumbres de la vida cotidiana, no siempre apasionantes, pero es muy rigurosa con la confianza depositada en sus líderes. Es lógico. Muchos poderosos en el terreno social o económico son inmunes a las emociones colectivas. En cambio, los políticos están a nuestro alcance: les ponemos muy difícil ganar un cariño que se alimenta de sentimientos primarios y opiniones inducidas. En un momento dado, el desamor de los votantes puede ser una losa insuperable. Cosas de la democracia.
Deben tener cuidado los líderes del PP, presentes y futuros, incluso los pretéritos. Si cuaja la especie de que aquí sólo existe una lucha por el poder, costará recuperar la sintonía con mucha gente honorable. Siempre a la contra en la batalla de las ideas, la derecha tiende a jugar -incluso cuando gobierna- en el campo de minas que siembran sus adversarios. Si nos atenemos al número de votos y de escaños, la política de exclusión contra los populares fracasó en la pasada legislatura. Sin embargo, dejó una carga de profundidad en el plano psicológico: el espíritu de minoría acosada y su secuela natural, la resistencia voluntarista. Es un fenómeno muy conocido: cuanto más exageran, más solos están. A algunos no les importa: siempre van a lo suyo. Es triste, porque -con buena o con mala voluntad- causan un daño objetivo. El PP debe ser una fuerza política con vocación de mayoría, porque los principios se defienden mejor ganando las elecciones y no cuando se alimentan querellas internas sin que importe el riesgo, tal vez la certeza, de perder en las urnas. A día de hoy, el patriotismo de la España constitucional está más cerca de la globalización racional que de las emociones localistas. Una lectura inteligente de la realidad es prueba de madurez intelectual. Ha llegado la hora de que el PP demuestre su capacidad para entender las virtudes y los defectos de una sociedad que piensa seguir su propio rumbo, para bien y para mal.
Por fortuna, casi todos queremos ser españoles, pero con naturalidad y sin aspavientos. Es cierto que circulamos por la historia con un «handicap» llamado nacionalismo, que enturbia la claridad del debate ideológico. A pesar de todo, hemos llegado muy lejos y quizá tenemos que dar otro paso al frente: si ellos siguen anclados en la tenebrosa fragua de las esencias románticas, nosotros queremos ver a España en la primera fila de la nueva era global. Para lanzar este mensaje positivo no hace falta gritar, sino convencer. En estos tiempos -y en todos, no nos engañemos- una victoria pragmática es mucho más eficaz que una derrota heroica. Incluso, insisto, para defender mejor la propia causa. No es más patriota el que más se agita, aunque entre nosotros los ecuánimes y los moderados son especies poco apreciadas. Tal vez el PP salga reforzado de esta crisis destructiva, artificial y mal gestionada. No hay mal que cien años dure, y a veces hace falta mirar al fondo del abismo. Con las acciones a la baja, los inversores más avezados saben que es el momento de comprar. Que hablen y se digan las verdades hasta el congreso de Valencia. Luego, procede acatar la regla democrática de las mayorías y no buscar nuevos pretextos.
¿Por qué no aparecen candidatos alternativos? Mariano Rajoy está en la carrera. Es notorio qué pretende y a quién representa. Ayer habló alto y claro en ABC: «yo no he cambiado...». Conviene recordar a Boris Vian, en «La espuma de los días»: en efecto, «la gente no cambia; lo que cambian son las cosas». Es curioso: el famoso complejo de los centristas, que tanto les reprochan los críticos más feroces, se proyecta menos hacia su izquierda que hacia su derecha. Conozco a muchos que llevan años con ganas de explotar contra esos guardianes de las esencias que nunca se privan de lanzar su desafío. También está el tema de las generaciones, eterna lucha por un puesto en el escalafón. Otra vez la vida misma: unos actúan con buen estilo y otros con modales zafios. Pero eso, como es notorio, sucede también en la oficina, en la fábrica y en el supermercado. La hipocresía no sirve a medio plazo en las relaciones humanas, tampoco en el ágora política. Se destapó la caja de los truenos. Es mejor evitar heridas incurables, aunque a estas alturas hay cosas que tienen difícil remedio.
Opciones excluyentes. Si el PP sigue su camino natural hacia el centro, no faltarán padrinos que bauticen una escisión o un trasvase de votos para conseguir que pierda varias veces seguidas. Algunos, ya se nota, van a por todas. Si toma la línea intransigente, habrá sangría de votos moderados. En uno y otro caso, el gran vencedor de la crisis popular podría ser Rodríguez Zapatero. ¿Qué piensa el último votante popular, el menos convencido entre los diez millones largos del 9-M? No tema el lector. Se trata sólo de una ficción estadística. Imito a Francis Fukuyama cuando quiso anunciar un tiempo nuevo y escribió sobre el supuesto fin de la historia y el último hombre. Luego se apuntó a los «neocons», y ahora está con los «realistas», es decir, con los más cercanos al centro entre las varias escuelas que influyen en la política exterior norteamericana. Nuestro votante imaginario contempla perplejo las grietas de aquel edificio que tanto esfuerzo costó levantar. Siente cierta nostalgia, pero sabe que la vida sigue...
¿Ganará Zapatero la confianza de los moderados? Sería una paradoja cruel, pero empieza a ser factible. Hay un Gobierno sin desgaste, porque la oposición apenas tiene tiempo, y un presidente al que los suyos no declaran la guerra todos los días. Oportunista como pocos, es muy capaz -si le conviene- de templar aquellos ímpetus radicales de una legislatura que fue nefasta, por supuesto, pero también victoriosa. El PP lucha contra sí mismo y el PSOE se confunde con el paisaje, porque muchos ciudadanos miran a su alrededor y no entienden el mensaje de la catástrofe. Intuyen, sin embargo, que las cosas se pueden hacer bastante mejor y esperan que alguien les presente un proyecto atractivo. Por ahora, perciben a los socialistas con el viento de popa, sin que nadie pida cuentas de la crisis económica, el desbarajuste territorial y otros efectos palpables del mal gobierno. En vez de alentar la tragicomedia, el sentido de la responsabilidad en el PP (líderes, votantes, medios afines) exige practicar una política de integración hasta donde sea posible y razonable, sin olvidar que hay gentes cuya opinión es impermeable ante cualquier argumento racional, sea por dogmatismo o por ventaja particular. No sólo se trata del futuro de un gran partido. También está en juego elinterés general de España.
BENIGNO PENDÁS
Profesor de Historia de las Ideas Políticas
http://www.abc.es/20080526/opinion-la-tercera/unico-futuro-posible_200805260257.html
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