jueves, mayo 29, 2008

Felix Arbolí, Ya no me quedan lagrimas

jueves 29 de mayo de 2008
Ya no me quedan lágrimas

Félix Arbolí

M I corazón se parte en mil pedazos y ya no me quedan lágrimas. No siento correr la sangre por mis venas, ni me acuerdo cómo se reza, porque mis oraciones se han convertido en preguntas sin respuestas y en búsqueda de alientos que no me llegan. No sé si estoy maldito, si soy un elegido para sufrir y resignarme o me he convertido en marioneta de una tragedia que no parece tener fin. ¡Dios, por qué te ensañas conmigo, si yo te busco desesperadamente!. ¿Por qué me atormentas una y otra vez?. No sé si existe Purgatorio, pero pienso que yo lo estoy sufriendo en vida y a veces rozo las lindes del infierno.

Hace veinticuatro días Te llevaste a mi hermano, mi compañero de aventuras y juegos infantiles. Me dolió tremendamente su pérdida porque era casi un doble de mi vida aunque siguiéramos caminos diferentes y a veces opuestos. Hicimos juntos todas nuestras celebraciones especiales y hasta para casarnos encontramos a nuestras respectivas en la misma familia. Son hermanas. Cuando los ánimos se iban calmando y me iba acostumbrando a esa horrible sensación de vacío y añoranza; algo difícil de conseguir plenamente, me llega la muerte de mi hermana. Era la única hembra entre los cinco miembros que componíamos la familia, de los que ya sólo quedamos dos. Ha sido una nueva puñalada y un nuevo y terrible dolor. ¿Hasta cuando va a durar este Calvario?. Ahora soy yo el que te lo digo: “!Señor, aparta de mi este cáliz de la amargura, más acepto resignado que prevalezca Tu voluntad sobre la mía !”.

Llevo noches sin dormir y días que paso como sonámbulo, moviéndome como un autómata. Ya ni siquiera puedo llorar, porque se han agotado mis lágrimas. Sólo siento unas fuertes punzadas en el corazón, como si intentara abandonar un cuerpo tan castigado, desesperación en mi ánimo y una pena muy honda mezclada con una rabia tremenda de impotencia al no poder detener esta espiral de muerte que me tiene atenazado y con el alma en vilo temiendo quién y cuando será el próximo de esta lista siniestra e inagotable. ¡Es que van seis muertes de familiares directos y muy allegados en un año!. Suegra, dos cuñados, dos hermanos y un tío, el único que me quedaba y hermano menor de mi padre. Todo un recital de mala suerte, o una maldición desconocida e incomprensible que se está cebando conmigo.

De nuevo la visita a un tanatorio, ese lugar lúgubre y casi siniestro donde la parca es única protagonista y señora y solo se advierten rostros ojerosos de insomnio y dolor y se reúnen familiares y amigos que hacía años no se veían, algunos tan cambiados que han de indicarnos quienes son para el preceptivo saludo y abrazo en prueba de solidaridad con nuestra pena. He conocido en un año más tanatorios que museos madrileños en los cincuenta que llevo residiendo en la Villa y Corte. Y no precisamente por extrañas aficiones necrológicas, ya que soy reacio a este tipo de locales y cementerios. .
Una vez más tuve que presenciar la efímera gloria y resistencia de esas enormes coronas de flores con sentidas, menos sentidas y protocolarias dedicatorias y esa tétrica vitrina donde los íntimos y los curiosos se asoman, cual si de un museo de cera se tratara, para ver el cadáver expuesto, maquillado, gozando ese sueño indefinido e irradiando una paz que jamás le habían visto en vida. Yo no quise ver a mi hermana en esas circunstancias. Prefiero conservar su imagen llena de vida, feliz, sonriente y con ese carácter fuerte y admirable que le hizo plantar prolongada batalla al cáncer durante muchos años, sin perder la esperanza, ni demostrar flaqueza, hasta hacernos concebir fundadas esperanzas de que muriera por la edad. Una semana antes había estado en Galicia asistiendo a la boda de su nieta mayor, con una enorme ilusión y un encomiable esfuerzo, ya que tuvo que viajar con el oxigeno a punto y ciertas precauciones que entonces no hicieron falta.

Era la niña mimada de la casa, al ser la única hembra ocupando el centro entre los cuatro varones. Dos mayores y dos más pequeños. Yo fui la última carta de esas dobles parejas y el As. Sé que me costará más trabajo del que suponía no volver a oír su voz cuando nos contábamos nuestras respectivas novedades, buenas y malas, a través del teléfono o nos veíamos en cualquier celebración o reunión familiar. Al residir en una urbanización de las afueras de Madrid, nuestras visitas no eran tan frecuentes como ahora hubiera deseado. Demasiadas complicaciones de metros y autobuses, para los que no hemos estrenado el carné de conducir y no debemos tener a los hijos y sus coches a nuestra caprichosa disposición, fuera de un evento o circunstancia que lo justificara.

Su desaparición, este nuevo zarpazo de la tragedia, me ha sido terrible. Más aún al ocurrir tan cercanos la ausencia de dos hermanos, a solo 24 días de diferencia. No me he percatado todavía de la tremenda y terrible realidad que estoy padeciendo. Ha sido un golpe tan duro que ha dañado y herido muy profundamente mi consciencia y sentimientos. No he encontrado la fórmula capaz de consolarme, ni la justificación que me lo haga comprender. Tan tocado me han dejado que me siento insensible a la lluvia, al viento, al sol, la música, el amanecer y hasta la facultad de meditar. Y me aterran las noches de presentimientos y recuerdos, donde ni la cotidiana píldora tranquilizante me causa efecto y me sirve de lenitivo.

He olvidado hasta admirar la belleza en las personas y detalles que se cruzan en mi camino, porque mire adonde mire, siempre veo las escenas impresionantes e inolvidables que acabo de presenciar tan seguidas y recuerdo momentos de un pasado inolvidable cuando los cinco hermanos compartíamos casa y cariño. Me he convertido en estos días en una especie de zombi que ignora el rumbo a tomar u ocupación más idónea para alejar tan desagradables circunstancias. Gracias al ordenador y a mi afición en contar mis vicisitudes he podido liberar mis sentimientos y expresar como posible desahogo y consuelo mi dolor y mi queja ante tanta insistencia en machacarme. ¿Tan malo he sido, Señor?

Esta vez la ceremonia fue en el tanatorio de La Paz, en la carretera de Colmenar. Mis hijos me dicen a veces que tengo obsesión con la muerte, que por cierto no me preocupa, pero viendo el panorama considero que es la muerte la que está obsesionada conmigo deliberadamente. No obstante, lucho con todas mis fuerzas por poder recuperar el buen humor, mi natural cordial y ese impulso optimista que me ha hecho no pasar un solo día inactivo para hacer de mi vida un presente útil e intentar alcanzar un futuro mejor para el que siempre guardo tiempo y oportunidad, si el que todo lo rige se digna mirarme con buenos ojos y necesitada misericordia. Quiero pensar en las conocidas frases consolatorias de que mientras hay vida no debemos perder la esperanza, aunque en estas circunstancias no me sirven de mucho. .

Este último, por ahora, oficio fúnebre religioso se celebró con más brevedad que el anterior. Se conoce que en la “memoriada” homilía el sacerdote no quiso excederse. La incineración, opción que se ha convertido casi obligatoria en nuestros días, (lo cual me parece admirable y aconsejable), puso punto final al acto. Como música de fondo de nuevo el “Ave María” de Schubert, una de mis favoritas, aunque tan utilizada en estos dolorosos eventos que la van a convertir en la sintonía habitual de la despedida a los difuntos. En esta ocasión música grabada, en eso difería del de mi hermano que lo interpretaron dos señoritas a violín y flauta. Más emotivo, quizás. Tampoco hubo, ágape durante el velatorio. Una medida acertada, a mi parecer. ¡El que quiera tapear que se vaya al bar!. Con esta bella melodía desaparece el ataúd tras las cortinas camino de su cremación, “polvo eres y en polvo te has de convertir” y familiares, allegados y acompañantes abandonan la capilla en dirección a sus respectivas casas, tras las despedidas, abrazos y besos de rigor. “Sic transit gloria mundi”.

Durante el regreso a casa, en esta tarde lluviosa y algo desapacible, iba pensando que en esos instantes una gran parte de mi vida, un enorme caudal de mi cariño y sentimientos se estaban quemando dentro de ese ataúd. Y al pensarlo, carretera adelante en dirección a Madrid, notaba como si una brasa me recorriera las entrañas y fuera consumiendo una parte importante de mi hálito vital. ¡Descansa en paz, querida hermana en el regreso a tus orígenes!.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4643

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