miércoles, mayo 28, 2008

Samuel Gregg, La eminencia gris de Benedicto XVI

jueves 29 de mayo de 2008
HENRI DE LUBAC
La eminencia gris de Benedicto XVI
Por Samuel Gregg
Después de la reciente visita de Benedicto XVI a Estados Unidos, se oyó alguna que otra queja por parte de activistas de la justicia social de que el Papa se refirió relativamente poco a asuntos que iban desde el cambio climático hasta la deuda externa del Tercer Mundo. Esto refleja, según decían ellos, el desinterés del Papa por problemas "reales".

Es cierto que desde el inicio de su papado Benedicto XVI se ha mostrado asombrosamente renuente a entrar en un debate detallado sobre asuntos relacionados con la política. Hay dos razones para ello. Primero, apenas fue elegido Papa, Benedicto XVI ratificó que la Iglesia Católica mantiene posiciones no negociables respecto a temas específicos, muy especialmente la protección de la vida humana inocente, el matrimonio y la libertad religiosa bien entendida.

Pero Benedicto también ratificó las enseñanzas de la Iglesia diciendo que en lo que respecta a otros asuntos políticos, los católicos son libres para tomar sus propias decisiones prudentes, por supuesto guiadas por principios católicos. Incluso dentro de la Iglesia Católica, hay quienes no entienden muy bien que los católicos disfruten de tan notable libertad para adoptar una variedad de posiciones sobre la mayoría de asuntos políticos.

La segunda razón para el desinterés de Benedicto XVI en esos detalles, no obstante, reflejan en última instancia su opinión sobre cómo los católicos deben abordar los asuntos político-sociales.

Respecto a este asunto, quizás la influencia más grande sobre el pensamiento social de Benedicto XVI –su eminencia gris– es un teólogo jesuita francés que murió hace 17 años. Nacido en 1896, Henri de Lubac padeció en primera persona las convulsiones del siglo XX. Luchó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, participó en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó como perito teológico en el Concilio Vaticano II y sirvió de amigo e interlocutor intelectual tanto a Karol Wojtyla (Juan Pablo II) como a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI).

Al igual que Ratzinger, a De Lubac se le consideraba algo vanguardista antes del Concilio Vaticano II. Como consecuencia, padeció numerosas situaciones desagradables a manos de intransigentes miembros del clero.

Pero después del Concilio Vaticano II, De Lubac –al igual que Ratzinger–surgió como formidable defensor de la ortodoxia católica. De Lubac también continuó aguantando el acoso por sus opiniones. Sin embargo, esta vez, el odium theologicum provenía de teólogos heterodoxos tales como Hans Küng cuyo programa equivalía (y aún sigue equivaliendo) a diluir el catolicismo en un pseudo cristianismo secularizado, hiperpolitizado, burocratizado y doctrinalmente vacío.

Pero las similitudes entre Ratzinger y De Lubac van más allá de eso. Ellos compartieron la convicción que el camino a la renovación de la iglesia no es sumergirse en lo que dé la casualidad que es el último grito de la moda intelectual.

La renovación auténtica, sostenía De Lubac, sólo podía tener lugar volviendo a las fuentes originales de la inspiración cristiana –muy destacadamente, las Escrituras enraizadas en la tradición de la Iglesia, así como en los padres eclesiásticos– y luego usar aquello como una base para pensar en el presente. De Lubac aducía que ésa era la mejor manera de formular un mensaje inconfundiblemente cristiano para el mundo moderno.

Un buen ejemplo de cómo aplicarlo a los temas sociales es el libro de De Lubac, Catholicisme: Aspects sociaux du dogme (1938) (Catolicismo: Aspectos sociales del dogma). En sus Memorias, Ratzinger recuerda el impacto que este texto tuvo en su propio pensamiento. De hecho, se cita directamente en la encíclica de Benedicto XVI, Spe Salvi.

Catholicisme recurre a las Escrituras y los padres medievales de la Iglesia para estudiar detenidamente lo que la naturaleza de la Iglesia misma nos sugiere sobre el lugar del individuo en la sociedad. La belleza de este enfoque está en que hace que surjan ideas que no se pueden categorizar como de "izquierdas" o de "derechas". En su lugar, produce una perspectiva inconfundiblemente cristiana que revienta nuestras cada vez más estériles categorías políticas laicas.

Este método se pudo ver claramente expuesto en dos recientes discursos del Papa Benedicto XVI. Uno fue el pronunciado ante la ONU, donde el Papa, cortés pero firme, indicó que la noción misma de los derechos humanos fue conceptualizada por primera vez gracias a teólogos católicos y que sólo cobraba sentido cuando se basaba en la visión bíblica del ser humano. Esta forma de hablar sobre los derechos humanos se abre paso entre el cenagal del parloteo habitual, que se refleja en las típicamente incoherentes declaraciones sobre el particular que producen la mayoría de organizaciones internacionales.

El segundo discurso del Papa Benedicto XVI fue el pronunciado el 3 de mayo en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Aquí, el Papa reflexionó sobre la naturaleza de la subsidiariedad y de la solidaridad. Recurriendo a las Escrituras y a opiniones de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, Benedicto XVI recordó a su audiencia que el propósito final de estos principios noes ni la eficacia ni la igualdad. Más bien, es "situar los hombres y a las mujeres en el camino que conduce al descubrimiento de su destino último y sobrenatural".

Benedicto XVI afirmó que ni la solidaridad ni la subsidiariedad tienen un sentido puramente "horizontal" (es decir, terrenal). También tienen un sentido "vertical" (es decir, trascendental). Benedicto XVI escribió que la solidaridad ultimadamente es ayudar a otros a descubrir la vida en toda su plenitud, algo que sólo se puede conseguir completamente a través de la vida en Cristo.

Benedicto XVI sostuvo que la subsidiariedad "libera a la gente de la sensación de desaliento y desesperación, concediéndoles la libertad para entrar en contacto mutuo en círculos comerciales, políticos y culturales". Pero por encima de todo, el Papa agregó que la subsidiariedad "deja espacio al amor... que sigue siendo siempre la mejor vía de todas".

Nada de esto es sugerir que Benedicto XVI o De Lubac piensen que la política o las líneas de actuación pública sean poco importantes. Su razón es que si usted cree realmente en la verdad encontrada en las fuentes del cristianismo ortodoxo, entonces pensará y actuará como si el destino trascendental (el cielo o el infierno) que cada uno puede elegir libremente para sí mismo es verdadero, y tales consideraciones moldearán cada una de las decisiones morales que usted tome, incluyendo sus opciones políticas.

Ésa es la base del mensaje social de Benedicto XVI. Difícilmente puede uno imaginarse un mensaje más radical.

Samuel Gregg, doctorado en Filosofía por la Universidad de Oxford, es director de Investigación del Instituto Acton y autor de The Commercial Society (2007).

*Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.

http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234827

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