jueves, mayo 01, 2008

Villacañas, El "juanismo" antifranquista

viernes 2 de mayo de 2008
El ‘juanismo’ antifranquista
Antonio Castro Villacañas
U NO de los principales problemas que hubo de afrontar el VI Gobierno franquista (1945-1951) fue el de cómo debía "torear" a la creciente oposición juanista. No se debe olvidar que ni el Alzamiento del 18 de julio ni el Movimiento y el Régimen del general Franco tuvieron un origen monárquico, aunque en ellos tomaran parte desde el principio fuerzas y personas partidarias de la restauración borbónica. Conviene precisar que las personas y las fuerzas monárquicas "colaboracionistas" en el golpe del 36 tampoco fueron nunca ni las más numerosas ni las mejor calificadas desde el punto de vista político o militar. Fue en el transcurso de nuestra guerra, y sobre todo a lo largo de la contienda europea, cuando dichas personas y fuerzas incrementaron sus influencias y actividades en busca del retorno a Madrid de la familia Borbón-Battemberg, que había abandonado España el mes de abril de 1931. Buena prueba de que durante nuestra guerra los fervores monárquicos eran poca cosa nos la da el que algo tan importante desde un punto de vista dinástico como es el nacimiento del varón que por su existencia garantiza la continuidad de la línea sucesoria -en este caso, la llegada al mundo del infante Juan Carlos de Borbón y Borbón- fue dado a conocer el día 6 de enero de 1938 por el "ABC" de Sevilla en su página 13 y más como un eco de sociedad local -sus abuelos maternos, Carlos de Borbón y Luisa de Orleans eran destacados sevillanos- que como una noticia de relieve político. En aquellos momentos, Juan de Borbón y Battemberg era el sexto hijo, penúltimo, de Alfonso XIII. Antes de él habían nacido: en 1907, Alfonso, que fue desde el primer momento Príncipe de Asturias; en 1908, Jaime; Beatriz, en 1909; en 1910, un tercer varón, que nació muerto y por tanto no fué bautizado ni inscrito en la Sección especial del Registro Civil dedicada a la Familia Real; y en 1911, María Cristina. Tras él, y en 1914, nació Gonzalo. A pesar de ser el tercero de los hijos varones vivos de Alfonso XIII, don Juan era Príncipe de Asturias cuando nació su hijo Juan Carlos, pues su hermano don Alfonso había renunciado a tal condición el 11 de junio de 1933, diez días antes de contraer matrimonio con la plebeya cubana Edelmira Sampedro, de la que se divorciaría pocos años más tarde, y su hermano don Jaime, beneficiario en principio de tal renuncia, abdicó de ella el día en que se casaba don Alfonso. Dicen los aficionados a estos temas que no están claras las cosas, pues ambas renuncias -exigidas por Alfonso XIII en las fechas citadas- fueron después anuladas por sus firmantes, que hasta sus respectivas muertes se consideraron en plena posesión de sus derechos dinásticos. Sin entrar en el tema, pero sin salirnos del mismo, puntualizamos que tanto Alfonso como Jaime tuvieron descendientes en sus respectivos matrimonios; nada o muy poco sabemos de los hijos del primero, habidos en América tras un segundo enlace, meramente civil, del que bien podemos calificar como "príncipe de los tristes destinos" por su desgraciada vida; pero conviene tener en cuenta a los "jaimistas" porque el mayor de ellos, Alfonso de Borbón Dampierre casó a su debido tiempo con la nieta de Franco y tuvo con ella hijos, reconocidos hoy por los monárquicos franceses como legítimos descendientes de los reyes de España y Francia. Dejo por ahora estos líos de familia, que siempre tienen repercusión política, y paso a ocuparme de lo que es directamente político y siempre tiene una cierta repercusión familiar. Para ello vuelvo con mis lectores al año 1941 y a la ciudad de Roma, donde reside -separado de su esposa- Alfonso XIII. El destronado monarca español no se encuentra en plenitud de facultades físicas -de hecho morirá mes y medio mas tarde- y por ello decide que debe renunciar en favor de su hijo Juan a todos los derechos que sobre la Corona de España le ha dado la historia. De esta forma, y desde el 15 de enero del citado año, don Juan de Borbón y Battemberg fue para los monárquicos "alfonsinos y juanistas" el legítimo Rey de España, a sus 27 años de edad, y su hijo don Juan Carlos de Borbón y Borbón, recién cumplidos sus tres primeros años, el legítimo Príncipe de Asturias. Para demostrar públicamente estas dos legitimidades, don Juan realiza su primer acto político: concede el Toisón de Oro a su hijo Juanito. ¿Qué efectos políticos produjo la abdicación y la muerte de Alfonso XIII en la España de 1941, recién terminada nuestra guerra y apenas empezada nuestra peculiar neutralidad europea? Prácticamente ninguno fuera del estricto ámbito familiar o de partido, ya que a los españoles de entonces lo que realmente les preocupaba era el cómo reconstruir espiritual y materialmente España cuanto antes, y en su práctica totalidad pensaban que Alfonso XIII había renunciado a la Corona el 14 de abril de 1931 al huir de Madrid tras reconocer que la Nación era la "única señora de sus destinos" y que "después de mí, el diluvio"... Ese pensamiento generalizado explica la actitud que a lo largo de nuestra guerra mantuvieron sobre ella y entre sí el depuesto monarca y Franco. El exiliado rey felicitó desde Roma a su ahijado de boda en todas las ocasiones que lo merecieron, y de modo especial tras la definitiva victoria. El general vencedor le agradeció siempre a su padrino las felicitaciones personales y sobre todo su actitud de apoyo a cuantos luchaban por una España Nueva, pero nunca le dió el tratamiento de Majestad porque -según le explicó en algún momento- la fuerza de la Historia le había derribado del Trono y esa misma fuerza le impedía recuperarlo para sí mismo o para cualquiera de sus legítimos sucesores salvo que a estos se les educara de forma adecuada... Esa misma postura política la encontramos en la carta que Franco envió a don Juan el 30 de septiembre de 1941, siete meses después de que este asumiera las funciones de Alfonso XIII. El Jefe del Estado Español no le da tratamiento de Rey aunque sí le reconoce como único y legítimo heredero de la tradicional monarquía española. Con fecha 23 de octubre de 1941 contestó don Juan: aceptaba el poder efectivo de Franco en cuanto jefe de la Cruzada Nacional que, llegado el momento, restablecería la monarquía tradicional. Con esta carta podemos decir que don Juan ponía punto final al monarquismo alfonsino -directo colaborador del Alzamiento y del Movimiento en el que participó personalmente él mismo a sus 23 y 25 años por medio de su presencia efectiva en Somosierra y simbólica en el crucero Baleares- y ponía en marcha el monarquismo juanista, dedicado desde ese mismo momento a procurar que Franco dejara cuanto antes su poder político en manos del sexto hijo de quien lo perdió en 1931. Parece evidente que el juanismo no ganó nunca su particular batalla contra el franquismo, pues Franco fue Jefe del Estado desde 1936 hasta que murió, y don Juan solo fue rey para su familia personal y política desde 1941 hasta 1975, año en el que comenzó a reinar en España su hijo Juan Carlos, como quería Franco. Sin embargo, también es verdad que el juanismo puso mas de una vez en aprietos al franquismo, sobre todo a partir del momento en que los juanistas, siguiendo a su rey, intentaron aprovecharse de la actualidad internacional para acelerar la restauración de su Corona. No podemos olvidar que, entre otras cosas, don Juan fue durante algún tiempo oficial de la Real Marina de Gran Bretaña. Por ello dejó de vivir en Roma y se trasladó a Lausana, en Suiza, nada mas comenzar a ejercer el oficio de rey exiliado. Desde allí mantuvo buenas relaciones con Franco, esperando que éste le llamara en cualquier momento para entregarle el Poder en Madrid... Un buen ejemplo de esta táctica nos lo dan sus declaraciones al "Journal de Genève" el 11 de noviembre de 1942, en las que afirma no ser "el jefe de ninguna conspiración" sino "el legítimo y único depositario de una política secular: la Monarquía de España", o su carta del 21 de abril de 1943 al conde de Rodezno, cabeza entonces del tradicionalismo, en la que afirma su intención "de restaurar el sentido político y social de nuestra Monarquía tradicional cuando llegue la hora que Dios me tenga señalada para regir los destinos patrios"... Esta política de buena vecindad y entendimiento con el franquismo se rompió el 19 de marzo de 1945, cuando don Juan consideró oportuno -ante el inminente final de la II Guerra Mundial- subirse al carro de los en ella vencedores y romper con todo lo que pudiera significar que alguna vez estuvo al lado de los vencidos. Para ello hizo público un documento que se conoce con el nombre de "Manifiesto de Lausana". En él se dicen cosas como estas: "Han pasado seis años desde que finalizó la guerra civil. El régimen implantado por el general Franco, inspirado desde el principio en las potencias del Eje, tan contrario al carácter y la tradición de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo. La política exterior seguida por el régimen franquista compromete también el devenir de la Nación. España corre el riesgo de verse arrastrada a una nueva lucha fraticida y de encontrarse aislada del mundo. Solo la Monarquía tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; solo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo Estado de Derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que basa la concepción cristiana del Estado. Millones de españoles de las más variadas ideologías ven en la Monarquía la única institución salvadora." El manifiesto de Lausana fue un evidente error de don Juan y de quienes entonces le aconsejaban, pues lejos de provocar una rebelión interior contra Franco le produjo un mayor respaldo, debido a que los juanistas aparecían por lo general ante el pueblo español como un conjunto de pijos, petimetres, lechuguinos, figurines o presumidos, que anteponían su interés de clase a los problemas que afectaban al común de sus compatriotas. Ello no quiere decir que en aquel momento, año 1945, la actitud de don Juan y sus seguidores no dejara de constituir una cierta preocupación para Franco y los franquistas. Como veremos, Dios mediante, en nuevas apuntaciones, el juanismo fue a partir de entonces una fístula o un grano, en definitiva un incordio, para el desarrollo de la política nacional y social que España necesitaba.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4594

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