viernes 2 de mayod de 2008
A mi querida compañera Carmen Debén
Félix Arbolí
D ECÍA Aristóteles que si los ciudadanos practicaran la amistad entre si, no necesitarían la justicia. Y yo añadiría no sólo la justicia, tampoco necesitaríamos al ejército, las cárceles y hasta si me apuraran tampoco tendríamos que lamentar los suicidios. Una palabra amable, un consejo atinado, una sonrisa oportuna o una mano atendida acompañada de una mirada limpia y comprensiva, pueden ser suficientes en muchos casos para mitigar la pena del que se encuentra profundamente angustiado, demostrándole que no está solo al solidarizarnos con su drama. Pero pasamos ante el dolor y la desgracia ajena sin detenernos, con la misma indiferencia que ante un paisaje yermo, porque no sabemos o no queremos pensar en el sufrimiento de esa persona. Ni intentamos descubrirle los muchos alicientes que aún puede disfrutar, aunque se halle al borde de la desesperación. Nuestro egoísmo, muchas veces, nos hace no ver más allá de nuestras narices. Dicen que estamos celebrando “La Semana Internacional de la Amistad”. Si lo dicen, será verdad, aunque yo no lo he notado ni en el más simple de los detalles durante el quehacer de cada día. Todo el panorama que nos rodea tiene el mismo ambiente crispado, violento y rencoroso que la pasada semana y los pasados años, no ya solo en nuestro país, sino en el mundo privilegiado y en el subdesarrollado, que en esta cuestión ofrecen pocas diferencias. Siento y me duele en estos instantes no saber localizar a mi antigua y entrañable compañera Carmen Debén, con la que tuve el gusto de compartir mesa no hace mucho tiempo, para solidarizarme con el enorme dolor que debe estar pasando con la reciente muerte de su madre. Ella sacrificó lo mejor de su vida y sus caprichos para acompañarla en sus años finales y devolverle en parte, yo diría con creces, los muchos favores y atenciones que recibió de su progenitora. Un ejemplo de amor y solicitud filial no muy frecuente, desgraciadamente, en nuestros tiempos, donde a la muerte de una madre o un padre, se dice simplemente “se me murió la vieja o el viejo”. (¡Odio esta palabra con la que algunos hijos se refieren a sus mayores!). Aceptamos la muerte de nuestros seres queridos, como algo natural y esperado casi igual podría pensar, en algunos casos, como la desaparición de esa usada televisión o modelo de coche, que tantos años nos acompañaron, entretuvieron y formaron parte de nuestra existencia, aunque pueda parecer un tanto exagerado. Ya ni el luto externo, ni el dolor interno, acompañan la desaparición de esa persona que formó parte importante, trascendental, en nuestras vidas. He de reconocer, no obstante, que estos casos suelen ser excepciones todavía. De Carmen conservo maravillosos recuerdos de una de las mejores etapas de mi vida profesional, cuando compartía sección con ella en el diario “Pueblo”. Somos los dos únicos supervivientes de aquellas “páginas de casi todo lo que pasa”, junto al fotógrafo de las mismas, nuestro querido y admirado César Lucas, al que suelo ver con cierta frecuencia. José Antonio Plaza y José Aurelio Valdeón, los otros dos compañeros, nos dejaron hace años. A mi me relevó José María García, el entonces desconocido periodista y hoy popular y prestigioso “señor de la radio y los deportes”. Carmen en aquellos años tenía ambiciones y era una soñadora llena de ilusiones, como toda joven preparada e inteligente. Me acuerdo que me hablaba de poder conseguir una beca Fulbright, para marcharse a los Estados Unidos y hacer un Master en Periodismo. Su meta, era el premio “Pulitzer”. Lo hubiera conseguido si se hubiera decidido a cruzar el charco y demostrar su valía profesional más allá del Atlántico. Era la más inteligente de todos los que formábamos el grupo, la más capacitada y la que entendía mejor donde estaba la noticia y donde se ocultaba el notición, pero tenía la pega de ser mujer en una época donde aún se utilizaba el concepto “florón” para definir el papel de la mujer en la vida. Posiblemente su amor filial y celoso empeño en atender a su madre, por encima de sus ambiciones personales, impidieron que una gran profesional lograra unos objetivos más allá de los límites normales. Sé que lo estará pasando fatal y me duele, como decía al principio, no hacerle ver que estoy con ella en estos momentos tan amargos. No es que le haga falta mi solidaridad y cariño de amigo, ni me habrá echado en falta como es lógico, pero me impresionó ver la esquela en el diario con la coletilla “cuidada por su hija Carmen”. Lo siento, pero mi sensibilidad me impide pasar de largo ante el drama de una buena amistad o compañerismo. ¿Qué se le puede decir a una hija que adoraba a su madre hasta el extremo de sacrificar su libertad, bienestar e ilusiones por ella?. Nada y todo. En estos casos las palabras no sirven para nada, aunque ya en frío puede que surtan los efectos deseados de no sentirse sola. Yo que en un año llevo cuatro muertes de seres queridos y un hermano que no sé si estará vivo cuando salgan estas líneas, conozco bien mal estos momentos. Y también la soledad en que uno se encuentra por el que se ha ido y por los que figurando como amigos y compañeros, no han movido un dedo en acompañarte y brindarte su apoyo, aunque solo sea un gesto. Haz lo que hago yo ante la tragedia: Abre tus sentidos para no perderte nada de lo bello que te rodea, aunque te parezca que ya nada tiene importancia y significación en tu vida. Olvídate de las sombras del pasado y piensa en las muchas oportunidades que aún te ofrece el futuro. No pases un solo minuto con tu mente desocupada. Será una buena fórmula para apagar el gris en tu alma y llenarla de colores. Saluda querida amiga y compañera cada amanecer como una nueva ocasión que Dios te brinda para hacer aquello que nunca te atreviste. Decía Picasso que “Hay personas que transforman el sol en una simple mancha amarilla, pero hay también las que hacen de una simple mancha amarilla el sol más esplendido”. Sé tú de éstas, porque vales y tienes mucho camino aún por recorrer. Ya has cumplido con tu deber de hija. Eso te debe dar fuerzas para aspirar a subir esa enorme montaña que tanto quisiste en tus años juveniles. Dicen que nunca es tarde para empezar cuando se tiene joven el corazón y tranquila la conciencia. Y tú aún eres una promesa llena de esperanzas y magníficas realidades.. Ignoro si llegará a leer este artículo, y te ruego me perdones que te haga llegar mi sentimiento de esta manera, pero desconozco tu dirección y ruego que alguien si la sabe, te lo haga llegar. Sólo me resta enviarte un fuerte abrazo y como creyente pedir a Dios que esa persona a la que lloras y echarás tanto de menos, reciba el premio reservado a los mejores en esa gloria prometida. Al acabar de escribir este artículo, cuando iba a proceder a su envío, me llaman para anunciarme el fallecimiento de mi hermano Luis. El que estaba hospitalizado con el cáncer de pulmón y la peritonitis. Ya está en posesión de la verdad y espero que gozando de ese Dios misericordioso que nos tiene ilusionado y esperanzado con un mundo mejor. Lo siento, no puedo continuar…
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4588
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario