jueves, mayo 22, 2008

Garcia Brera, Vocacion de mayordomo infiel

viernes 23 de mayo de 2008
Vocación de mayordomo infiel
Miguel Ángel García Brera
E L recurso de Telma Ortiz contra la Sentencia de una jueza toledana tiene todas las de ganar, si se plantea como es debido, en lo procesal y en lo sustantivo, de acuerdo con la doctrina ya reiterada del Tribunal de Estrasburgo y del Constitucional. Una cosa es rechazar una medida cautelar, estuviera, o no, sus solicitud jurídicamente bien argumentada, y otra diferente pensar que la constante doctrina sobre la intromisión en la intimidad permite entrar a saco con la de aquellos que tienen la consideración de personas públicas. El derecho a informar es prevalente, siempre que se justifique, no cuando se trata de entrar morbosamente en el mundo ajeno, con el afán envidioso o iconoclasta que es característico de los mediocres. En un programa nocturno donde Jaime Peñafiel tiene asentados sus reales, escuché anoche un par de intervenciones de oyentes que le reprochaban, con gran amabilidad y buena educación, su inquina contra la princesa de Asturias, que ahora cumple cuatro años de ejemplar matrimonio con Don Felipe de Borbón y Grecia. El informador, autotitulado experto en realeza, en actitud siempre ambigua sobre si es amigo de los Reyes o ha perdido la confianza que en él pudieron haber tenido, se defendía de la acusación con banalidades. Echando más “madera” como dirían los hermanos Marx, y repito yo para evitar la palabra que definiría mejor, aunque sangrantemente, la actitud de Peñafiel, el ya tertuliano más que periodista se destapó diciendo que la boda de los príncipes fue tenebrosa, aludiendo a la lluvia, al 11- M precedente y, para mayor INRI, dejando caer que los recién casados habían pasado por delante del provisional bosque de recuerdo a las víctimas del terrorismo, sin detenerse en él. Estaba Peñafiel recordando comadreos sobre la princesa, al parecer reseñados en un libro de Urdaci, al que incluso acusaba de algún golpe bajo, cuando él los está propinando constantemente desde el día en que no fue invitado a la boda principesca, y cuando la conductora del programa fingía escandalizarse, Peñafiel se escudaba asegurando que era Urdaci quien decía eso, tal, por ejemplo, cuando cuenta en el libro cómo un día que, la entonces sólo periodistas, Letizia, sufrió un pequeño accidente al entrar a su trabajo en TVE, llamó al príncipe quien envió inmediatamente dos motoristas para ayudarle en los pocos metros que le faltaban para alcanzar el Pirulí. Tampoco Sabina, cuya irrespetuosa revelación sobre un chiste contado en la cena celebrada en su casa por los príncipes, es bien conocida, se libró de la crítica de Peñafiel, que no parece reconocerse, aunque lo sea, uno más de esos mayordomos con vocación de infieles. Y que conste mi respeto para mayordomos, secretarios, amigos, periodistas y demás personas que, pase lo que pase, se van a la tumba sin revelar una confidencia o una vivencia íntima, carente de repercusión pública o contra el interés general, y sólo encajable en el morboso afán de cotilleo, de las familias donde prestan sus servicios. Lo que ocurre es que, aunque Telma Ortiz gane su pleito, la estructura judicial española no le va a dar una satisfacción inmediata, y mientras tanto seguirá siendo acosada por quienes saben que, en el peor de los casos, ese acoso produce buenos dividendos, no superados, ni mucho menos, por el importe indemnizatorio de las posibles Sentencias condenatorias. Recuerdo a este respecto como Raquel Mosquera, cuando comenzaba su noviazgo con Pedro Carrasco, y no era personaje público todavía, pues apenas era conocida y, desde luego, no había vendido exclusiva alguna, fue objeto de una agresión informativa, cuando Interviú publicó sus fotos en topless dentro de una casa y tras los muros de un jardín privado. El pleito nos llevó varios años, y , ya de entrada, tuve que frenar la petición indemnizatoria que habría deseado mi cliente, y que era razonable, para no recargar su peso económico en el caso de que perdiera el pleito con costas, cosa siempre posible aún en los casos más improbables. Ganamos en primera instancia, pero la editorial no pagó la indemnización impuesta y recurrió. Ganamos en la Audiencia, pero la editorial me llamó para indicarme que estaba preparando el recurso para el Tribunal Supremo y que sólo mediante un pacto de quita podríamos evitarlo. Mi cliente se impacientaba con el paso de los años, sin conseguir un resultado definitivo, le convenía disponer del dinero cuanto antes, pues todavía no había entrado en el mundo mediático que seguramente le hizo ganar mucho después, y el caso es que me pidió que negociara y diera por zanjado el asunto. Al final Interviú pagó, con rebaja sobre lo conseguido, una cantidad ridícula para el daño que supone a una joven soltera y desconocida –aunque no para la clientela de la entonces peluquera en uno de los mejores hoteles de Madrid- sacarle, sin su consentimiento, con los pechos al aire en una revista. En esto de la intimidad sí que es más cierta que en cualquier otra materia, la maldición del gitano: ¡Pleitos tengas y los ganes! Por eso, hoy pueblan el espectro mediático tantos aparentes, o reales, periodistas con vocación de mayordomo infiel.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4638

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