viernes 23 de mayo de 2008
Las almas del PP
POR IGNACIO CAMACHO
TODOS los partidos -bueno, casi todos- tienen dos almas... por lo menos. Corrientes orgánicas discrepantes, sensibilidades diferentes, grupos heterogéneos que conviven en la misma organización alternando equilibrios internos de poder a partir de un concepto básico de participación en un proyecto común. Moderados y radicales, duros y blandos, nacionalistas y nacionales, centralistas y periféricos. A veces, también, terceras o cuartas vías, minorías críticas, sectores disidentes cuya actividad contrapesa la tendencia siempre autoritaria del aparato dirigente. El PSOE, por ejemplo, ha convertido esa diversidad en un activo que le permite ocupar grandes parcelas de espacio político sin entrar en contradicción consigo mismo. Es evidente que Bono y Zapatero, Chaves y Montilla, Barreda y López, Jáuregui y Guerra, representan tendencias distintas, en ocasiones opuestas, de un colectivo capaz de mantenerse unido, en el poder y en la oposición, en torno a una estrategia básica. Ocurre lo mismo en el PNV o en CiU; se producen tensiones, a veces cambia el eje de dirección, pero el proyecto y la oferta se mantienen en una estabilidad relativa. Y sin embargo, en el seno de la derecha parece haberse vuelto imposible la convivencia de matices de una misma personalidad colectiva. ¿Por qué el PP no puede tener dos o más almas?
Agarrados al muy abstracto e intransigente concepto de «los principios», los militantes del centro derecha español se han enredado en una dinámica autodestructiva, incapaces de pronto de soportarse unos a otros. La lógica crisis que sigue a una doble derrota se ha convertido en una espiral suicida en la que ya han comenzado a sonar los portazos del abandono. En el fragor de este combate fratricida no sólo han olvidado quién es el verdadero adversario, sino que agrandan las diferencias de una manera desproporcionada entre acusaciones de traición. El fulanismo ha derivado en cainismo, y el cainismo en navajeo, y eso puede tener un resultado letal. Lo tiene ya, de hecho, en el dividido desconcierto de sus votantes y seguidores, pero aún no ha tocado fondo: lo hará mucho más adelante, cuando esta bronca terminal sedimente bajo la espuma de la opinión pública.
Mientras la derecha no acepte que puede vivir políticamente con al menos dos almas, cada una con su razón, y ambas puedan discutir en su seno sin maximalismos ni fracturas, sin divagar sobre su identidad esencial, está condenada al fracaso. Mientras no se distingan los matices de los principios, la única salida conduce al abismo. Sobre todo si, como hasta ahora, sólo una de esas almas sale a flote en un turbión de reproches, escándalos y desafecciones. Llegado a este punto de desencaje crucial, el PP sólo puede salvarse si afronta sin reparos su propia esquizofrenia y los representantes de la otra alma se abren también al debate a campo abierto, con sus argumentos y sus legitimidades. Ya no valen silencios ni males menores; es hora de debatir «sin complejos» ni miedos, abrir la catarsis y que se vea quién está en minoría y quién en mayoría. Se trata de algo muy viejo que ya está inventado. Se llama democracia.
http://www.abc.es/20080523/opinion-firmas/almas_200805230303.html
viernes, mayo 23, 2008
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