martes, octubre 03, 2006

Lujo y lujuria

miercoles 4 de octubre de 2006
LIBREPENSAMIENTOS
Lujo y lujuria
Por Fernando R. Genovés
Existe práctica unanimidad en considerar el fenómeno social y económico del lujo como uno de los principales factores desencadenantes y animadores del capitalismo moderno. Ni faltan teorías que expliquen la relevancia de su impacto, ni son pocos sus detractores. Se trata, en suma, de un asunto que excita la interpretación casi tanto como la imaginación y las pasiones que lo rodean. El sociólogo alemán Werner Sombart es autor de una singular monografía sobre el tema. Relaciona allí el lujo con la pulsión amorosa, calificándolo de hijo legítimo del amor ilegítimo.
A diferencia de Thorstein Veblen, de quien nos ocupamos en el anterior librepensamiento, la biografía intelectual de Werner Sombart (1863-1941) da cuenta no de un marxista apocado y esquivo, como sería el caso del pensador norteamericano de origen noruego, sino de un marxista de ley, de tomo y lomo, un marxista coherente de principio a fin.

Vela sus primeras armas en los estudios bajo la larga sombra de los padres del materialismo histórico, pero pronto se aparta, supuestamente, de ellos. Desea profundizar y llegar más lejos. ¿Qué hacer?

El tránsito desde el marxismo hasta el nazismo lo consuma uno sin demasiado esfuerzo, pues, después de todo, no dejan de ser dos ramificaciones del mismo árbol, dos etapas de un similar recorrido por el ancho sendero del totalitarismo. Friedrich A. Hayek mostró muy convincentemente en su célebre ensayo Camino de servidumbre (1944) que el fascismo y el nazismo ascendentes durante el primer tercio del siglo XX no fueron, como podría creerse a primera vista, reacciones opuestas al socialismo surgido a mediados del siglo XIX, sino el producto o resultado ineluctable, consecuente, de esta doctrina liberticida. Dos variables, pues, de una misma constante: el odio feroz a la libertad y al individuo.

El recorrido, por tanto, de una a otra ideología se ejecuta sin mayores traumas ni complicaciones, como cosa muy natural. Es así que Sombart inició sus lecciones bajo el influjo del diamat para acabar doctorándose a la luz del nacionalsocialismo. No es un caso extraordinario. Otros proceden a la inversa, incluso en nuestros días. Según ha confesado recientemente el escritor germano, y fiero pacifista, Günter Grass, en su juventud hizo un enérgico meritoriaje en las Waffen-SS, para convertirse años más tarde en director de la escena literaria izquierdista y, para muchos, en "conciencia moral" progresista de la ciudadanía alemana. Nada nuevo bajo el sol que más calienta. El eterno retorno. Del mito al logos y del logos al mito.

Pero dejemos a Grass con sus giros ultralingüísticos y retomemos nuestro asunto: el desvelo de Sombart por descubrir las raíces del capitalismo, sus miserias y sus culpables: los burgueses, los judíos, las mujeres. En 1902 publica todo un clásico: El capitalismo moderno, acaso su obra más celebrada. En 1913 da a la imprenta otro volumen muy conocido, El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno. En 1934 se edita Socialismo alemán, texto otoñal con el que cierra el círculo de su carrera académica, consumando la referida unión de falsos contrarios al enunciar en sus páginas las excelencias y progresos de la economía bajo las políticas nazis. De 1921 es el breve y muy curioso tratado Lujo y capitalismo, donde pormenoriza este asunto, cardinal en el contexto de su obra.

El paso decisivo desde la Edad Media y el precapitalismo hasta la constitución de las sociedades y estados modernos, donde emerge el capitalismo moderno, tiene como escenarios definidos las grandes cortes principescas de la Italia del siglo XV. Es en Italia, en efecto, donde se dieron en primer lugar las condiciones que posibilitaron el nuevo modo de vida que avanzará por Occidente hasta el presente, o sea: decadencia de la institución de la caballería, "urbanización" –en el pleno sentido del término– de la nobleza, establecimiento del Estado absoluto, renacimiento de las artes y las ciencias, progreso de los talentos y apertura de las mentes, mayor riqueza, o lo que es más importante, mayor interés por promoverla. Ahora bien, no hay gusto por la riqueza sin amor a la belleza.

No es tampoco casual que sea Italia el país donde renazca el culto al amor y que escenifique el banquete de los sentidos (Claudio Monteverdi). Los Valois introducen la cultura italiana en la corte francesa, y de allí se extiende al resto de Europa. En las primeras cortes modernas el noble despliega el proceso de la civilización (Norbert Elias), lo cual implica envainar la espada y templar el ánimo, encontrar otras fuentes de goce, "desbarbarizarse", refinarse, aprender buenos modales, comportarse en sociedad. ¿Qué falta? El monarca Francisco I sentencia: "Una corte sin damas es como un año sin primavera, como una primavera sin rosas".

El refinamiento y el lujo proclaman que lo necesario no es suficiente para vivir. Vivir significa en la mentalidad moderna vivir bien, y para lograr este fin es preciso atender a más y mejores necesidades, y, si es preciso, crearlas. La ambición, el afán de poderío y la prolongación de lo dado van creando en las conciencias el espíritu de distinción entre los individuos, pero también de distanciamiento con el pasado. En este punto, Sombart rebate a Veblen negando que el leit motiv de las clases pudientes sea "el deseo de figurar en primera línea, de anteponerse a los demás". "Veblen, en su ingenioso libro sobre los 'vagos', reduce a ese anhelo de superar a los demás la causa del lujo y de la valoración de la propiedad".

Para Sombart, el lujo (del latín, luxus: libertinaje; luxury en inglés) nace del instinto del hombre, mas no tanto de un particular pathos de la distancia como de un impulso erótico, del deleite de los sentidos, de la búsqueda de su crecimiento y perfección. En consecuencia, el lujo no puede establecerse ni marcar la pauta de la vida social sin libertad económica y en las costumbres amorosas. Una circunstancia y otra se reúnen con el fin de crear riquezas para disfrutar de ellas.

Montesquieu fue pionero en el diagnóstico: el lujo es imprescindible por su capacidad para estimular y animar los mercados. Tal vez no se vea necesario, pero en el nuevo orden económico y amoroso que comienza a instituirse es preciso trasladar la residencia a la ciudad y construir acogedoras viviendas (con muebles de maderas nobles y finos acabados, suaves y blandos lechos, ropa blanca, artículos de toilette), guarnecer la mesa y la sobremesa con exquisiteces (café, cacao, azúcar y licores), crear variedad de juegos, acicalarse con perfumes y joyas; salir, divertirse y alternar en teatros, óperas y salones de baile; frecuentar restaurantes, distinguidos cafés, hoteles y tiendas elegantes. Vivir, en suma, a lo grande.

En las cortes del Antiguo Régimen, las primeras manifestaciones del lujo fueron impuestas por las maîtresses, las cortesanas y las amantes. Más tarde, en los salones y la vida pública, en la casa y fuera de ella, en el matrimonio y fuera de él, la mujer, no siempre la legítima, marcará la pauta en las relaciones sociales y a la hora de fundar el gusto:

El comerciante en sedas es, sin duda, el genuino representante del comercio suntuario en aquella época de petulante riqueza. La lady ejerce aquí un dominio sin límites. Ella es la que da forma al comercio.

El desenvolvimiento del lujo, añade Sombart –esto es, la producción de materias y formas suntuarias–, está en la génesis del capitalismo moderno. La industria y el comercio se ponen en marcha con el fin de satisfacer nuevas y mejores necesidades. Unos y otros salen de sus "rutinas tenderiles" y deben esmerarse en la organización de las empresas, la especialización y la ampliación de los mercados.
A Sombart, claro está, no se le escapa que en este panorama los hábitos asociados al lujo exigen mucho dinero, endeudarse y demandar créditos, lo que empuja a la creación de "grandes fortunas de financieros y prestamistas sobre las clases dominantes". Este descubrimiento oscurece el semblante de Sombart. Son los judíos (y no tanto el puritanismo protestante, como creía Weber) los principales responsables del advenimiento y desarrollo del capitalismo. Y para un autor tan adverso a los avatares del capital, y con sus credenciales ideológicas a la espalda, esto es lo mismo que decir que son los culpables del fenómeno.

Gentileza de LD

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