domingo, junio 25, 2006

El botijo, una reliquia del pasado

lunes 26 de junio de 2006
EL BOTIJO, UNA RELIQUIA DEL PASADO
Félix Arbolí

N OS han llegado “los calores”, como decían las viejas de mi pueblo chiclanero, allá en los años de mi infancia. Porque no utilizaban el singular, para referirse a esta etapa climatológica donde se sufren (¡y de qué manera!), los rigores del “Lorenzo”. Las familias andaluzas, es la única referencia que tengo de esa época, solían sacar sus abanicos, más o menos artísticos y valiosos, según su antigüedad y material empleado y junto al ya casi desaparecido e inolvidable botijo, se sentaban en los patios de sus casas junto a la parra o enredadera (que cada año se acercaba más al primer piso) y el conjunto policromo de macetas y flores, haciendo juego con los mosaicos de sus paredes y el mármol de sus columnas, conformando un panorama fascinante que hoy por desgracia y ese afán especulativo que nos invade, ha quedado sólo en el recuerdo de los que vivimos esas fechas.¡Ah, en el centro, esparciendo su grata humedad, la fuente que manaba inagotable, con el clásico angelote, la caracola o cualquiera otra figura que remataba graciosamente el conjunto!. Era un escenario refrescante y maravilloso que sólo podríamos volver a contemplar si se representaran las ingeniosas y costumbristas obras y sainetes de los hermanos Álvarez Quintero. ¡Qué pena que el progreso sea el exterminio casi absoluto de la tradición y del pacífico vivir!. Que nos suponga vivir abrumados por las complicaciones y atormentados por las prisas para llegar, y ello es lo absurdo, a ninguna parte. Entonces las vecinas se reunían en sus tertulias vespertinas, con sus ganchillos, bolillos y otros menesteres “propios de su sexo”, mientras el hombre de la casa sesteaba, antes de darse una vuelta por el trabajo, que había dejado aparcado tras la mañana, y terminado éste, echar su tertulia y partida en el casino. Los críos, mientras tanto, acabadas sus faenas escolares, jugaban en las calles adyacentes o espacios libres, ajenos a todo peligro y amenaza. Claro, que este mundo idílico no era el generalizado, ya que no todos se podían permitir ese vivir sin “ dar el callo”, o dando los menos golpes posibles. También, los había y en mayor cantidad, tanto en hombres como mujeres que, en esta etapa de sofocos y sudores, se afanaban y pringaban (no utilizo esta forma en plan peyorativo), en pleno campo trabajando de sol a sol , y nunca mejor empleada esta medida de tiempo, para ganarse un pan y un jornal de miseria. Eso sí, con la siempre presencia de nuestro botijo, porque este elemento tan indispensable entonces, no era privativo de clase social determinada. Afortunadamente, era una de las pocas comodidades o disfrutes que estaban al alcance de todos. . Yo me acuerdo de esa estampa costumbrista y añoro esos años como los mejores de mi vida por esa forma sencilla y natural de pasar el verano, sin necesidad de desplazamientos buscando al mar o la montaña o andar casi en taparrabos y en top-less por las calles, sin el menor respeto para uno mismo, ni miramiento para el que se cruza con nuestra desnudez. La mujer no tenía que usar una exhibición anatómica tan descarada para huir del calor, sino buscar la sombra protectora, el abaniqueo coqueto y constante, tan femenino y elocuente, y la proximidad del famoso y humilde botijo, bien lleno y fresquito, para saciar esa sed y sequedad de garganta tan molesta y pertinaz. Y todos eran felices, celebraban reuniones familiares, contaban los últimos chistes de la política y el “vecindoneo” y sólo oían la radio para el programa concurso de turno o las noticias, a las que se llamaban “el parte”, como reminiscencia de los que había estado dando el Cuartel General de Franco durante la contienda. En Cádiz, mi salada claridad y entrañable tierra, llamábamos a esta simpática “nevera” ambulante, “Pimporro”. ¡Ojo que hay una “m” por medio, para diferenciarla de la otra de muy distinto significado!. También “búcaro”. Su origen según los estudiosos del tema, se remonta a la Prehistoria. Me figuro que tendrían otras formas, aunque su elemento, fuera al igual que ahora barro cocido. Es un elemento típico de la cultura andaluza, a pesar de que su uso se haya extendido a todos los rincones de España, bajo distintas formas más o menos ornamentales, para representar algo típico o muy querido de la localidad. El otro día estuve en el Rastro madrileño, ese batiburrillo donde hay de todo y se encuentran las cosas más inverosímiles, necesarias e inútiles y allí me encontré con mi añorado “botijo” en uno de los puestos donde se vendían toda clase de piezas de cerámica. Lo compré sin dudarlo. Por cierto, les debo un artículo sobre el Rastro madrileño, al que ni Álvarez del Manzano, ni Ruiz Gallardón, les han prestado y prestan la debida atención, como exponente artesano, tradicional y curioso de la ciudad, al igual que el “Mercado de las Pulgas” de Paris y los de Londres y tantas capitales europeas. Ruiz Gallardón, con su fiebre demoledora, no sólo arrasa con el patrimonio cultural que se halla en nuestro subsuelo, con el forestal tan ecológico y vital, aparte de decorativo, sino con todo lo que signifique tradición o antigüedad, ya que estos conceptos no suponen entradas y salidas presupuestarias astronómicas. Desde la llegada del PP a la Alcaldía madrileña, el Rastro de Madrid ha perdido su mayor encanto y casi toda su esencia, con esa manía inquisitoria por eliminar puestos, hacer de los guardias municipales “perros cancerberos” de vendedores autorizados y despreocuparse del tirón o el latrocinio, pero no escatimar el medir los centímetros de cada puesto para que nadie se salga de los dos metros máximos establecidos. Aparte, antes era muy típico y curioso darse una vuelta y encontrar una sabana o manta donde una humilde mujer o un sencillo hombre, intentaba vender sus recuerdos y “tesoros” familiares, para sacarse unas pesetas con las que hacer frente a las necesidades de cada día. Hoy eso ha desaparecido. Desde que el irrepetible Tierno Galván, al que tuve el honor de votar, dejó este mundo y la alcaldía, el Rastro ha ido a peor y si Dios no lo remedia y aparcamos a Gallardón, desaparecerá para siempre o , al menos, dejará de tener el sentido, la gracia y la oportunidad que debería tener un mercadillo de este tipo. Máxime el de la Capital de España, tan antiguo, ensalzado y ponderado por las plumas más famosas de nuestras letras a lo largo de estos siglos. ¿Han leído el libro de Gómez de la Serna?. ¿Qué pretende este alcalde que también nos quedemos sin Rastro, con tanta obra, parquímetro, aparcamientos y edificios para multinacionales?. ¡Déjese de tantas promesas ante las cámaras y haga realidades más acorde con el sentimiento popular y el beneficio del que necesita una ayuda para solventar sus necesidades!. Eso sería ser un buen alcalde…!No lo olvide, que ya están cerca las elecciones!. Hoy mientras escribo estas líneas, tengo mi botijo cerca y cuando la garganta pide algo fresco, le echo un chorro de agua, que me sabe delicioso y me reanima totalmente. El me acompaña y acompañará durante todo el verano en este solitario cuarto donde tengo todos mis caprichos, útiles y necesidades para trabajar y desenvolverme con comodidad. Está muy fresquito y cada vez que lo miro, con ese pitorro insinuante, lo cojo decidido y me doy una buena ración de esa agua milagrosa que refresca y alivia mi garganta y aclara mis ideas. Ni la del frigorífico me sabe tan buena y eficaz para aliviar los rigores de estas tardes caniculares. Hay verdaderos apasionados de esta sencilla vasija de cerámica, que han logrado auténticas y curiosas colecciones, donde las piezas más o menos adornadas y con las formas más caprichosas que uno pueda imaginar, cumplen más una finalidad decorativa que refrigeradora, pero sin dejar por ello de ser considerados botijos. Para su uso, por si acaso lo ignoran y deciden probar su especial utilidad este verano, hay que tener en cuenta que antes de ser usado, debe llenarse con agua y un chorro de anís y al cabo de unas horas e incluso, mejor, un día, vaciar su contenido, renovar el agua y una vez eliminada ésta tras agitarla brevemente, llenarlo con la que en definitiva queremos conservar y consumir. ¡Buen provecho amigos!.

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