Vacaciones presidenciales
Salimos de vacaciones en busca de lo que creemos necesitar, para encontrarlo al volver a casa
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Día 06/08/2010
¿PUEDEN llamarse vacaciones lo que están haciendo Michelle Obama y su hija Sasha en la Costa del Sol e inmediaciones? Cada cual es muy dueño de pensar lo que quiera al respecto, aparte de que sobre gustos no hay nada escrito. Pero para mí, por muy avión presidencial en que se vuele, eso de moverse con una hilera de coches delante y otra detrás, como si se tratase de un atasco de carretera, entre tipos como armarios, observado por una multitud entre curiosa y expectante que saca fotos y saluda con la mano, sin poder sentarse tranquilamente en cualquier terraza a tomarse una cerveza mientras se contempla el paisanaje, en vez de que el paisanaje le contemple a uno como un bicho raro, la verdad, me parece más una condena que unas vacaciones. Teniendo además que aguantar a gentes desconocidas, que a fuer de atentas, resultan empalagosas. Viajar significa liberarse de las ataduras de la vida diaria, vestir como uno quiera, comer lo que le gusta, hacer lo que le dé la gana, incluido el no hacer nada, y no creo que Michelle y Sasha puedan hacerlo, aunque Marbella y alrededores sean uno de los mejores lugares del mundo para ello. De ahí su fama en Estados Unidos, causa probable de que lo hayan elegido para sus vacaciones.
Marchamos lejos del lugar donde habitamos con la secreta esperanza de que nos ocurra algo nuevo, espectacular, que pueda contarse luego a nuestras amistades. Pero, por lo que estamos viendo, la primera dama norteamericana sólo podrá contar a su esposo lo mismo que de otras partes. Claro que siempre será preferible a lidiar con dos guerras, una marea de petróleo y una crisis económica, en las que él se haya metido. Aparte de que todas las vacaciones suelen consistir en un 90 por ciento de expectación y un 10 por ciento de resultados, y no creo que las de Michelle Obama difieran mucho de las del resto de los mortales. Metidos ya en harina de este fenómeno tan universal y moderno como es el turismo de masas, nos damos cuenta de que la gente ya no viaja a un sitio determinado. Viaja por el placer de viajar, aceptando la tortura de los aeropuertos, los controles de seguridad, las esperas casi obligadas y las caravanas en las carreteras. El caso es huir, escapar de donde uno vive, puede que de rehacerse a sí mismo. Se trata, en suma, de una necesidad vital. Salimos de vacaciones en busca de lo que creemos necesitar, para encontrarlo al volver a casa.
Cuando se gozan realmente las vacaciones es a los dos o tres meses de regresar a nuestra rutina. Cuando uno empieza a recordar lo que le ha ocurrido, sin las pejigueras en que venía envuelto. Estoy casi seguro de que será entonces cuando Michelle Obama sentirá ganas de volver a España.
http://www.abc.es/20100806/opinion-colaboraciones/vacaciones-presidenciales-20100806.html
viernes, agosto 06, 2010
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