viernes, agosto 13, 2010

Felix Arbolí, Vivir y sufrir un gran amor; historias tristes y maravillosas

viernes 13 de agosto de 2010

Vivir y sufrir un gran amor; historias tristes y maravillosas

Félix Arbolí

C UANDO nuestras neuronas sintonizan plenamente con las de otra persona que aparece en nuestra vida, dicen los neurólogos que hemos encontrado al verdadero amor. Ese que suele llamarse nuestra “media naranja”, aunque según John Lennon ésta no existe, ya que nacemos enteros y nadie puede completar lo que nos falta. Él parece que lo encontró en su hoy famosa japonesa, Yoko Ono, no muy agraciada físicamente, pero que algo especial debía tener para obsesionarle tanto a pesar de que mujeres no debían faltarle. También el mítico cantante decía que no comprendía como nos escondemos para hacer el amor y sin embargo la violencia se practica a la luz del día y considerado fríamente, puede que tenga razón, a pesar de que ni lo primero ni la segunda sean aconsejables realizarlo mirando al tendido y de cara a la galería, aunque la violencia de ninguna manera debe hacerse y permitirse. No obstante hemos de convenir que el ser humano es así de así de incomprensible y absurdo ..
Hoy me he levantado algo nostálgico y he recordado a ese gran amor de mi juventud, la inolvidable Pilar de ese Vejer de la Frontera que desde entonces figura en mi mente como el escenario idílico de mis mejores años de juventud y al mismo tiempo como referencia a mi época más trágica y desgraciada, cuando ese amor terminó a instancias de ella. Una experiencia que a pesar de los cincuenta años transcurridos y la felicidad y el amor que gozo con mi actual mujer, Maribel, no puedo desterrar de mi memoria. Fue mi primer gran enamoramiento y la persona que me llevó a Dios en una etapa de mi vida bastante difícil. Sin la intervención de ella, mi vida hubiese podido tomar otro rumbo. Nunca hasta entonces quise a criatura alguna, incluidas las familiares más allegadas, como a ella. Yo si creo que existe el verdadero amor y así lo experimenté y lo lamenté cuando años más tarde ese sueño maravilloso se convirtió en angustiosa realidad. Fue ella la que me dejó, cuando vine a Madrid y aprovechó mi ausencia y la distancia para poner fin a nuestras relaciones e iniciar unas nuevas con ese paisano terco e incansable que ya la rondaba y acosaba aún estando conmigo en los años más placenteros. Para mi fue el hundimiento total en todas las circunstancias y me produjo un alejamiento de ese Dios, causante de mi desgracia, porque me quitaba lo que más había querido y necesitado. El momento más trágico de mi vida veinteañera. Desesperación, rabia, impotencia, un sufrimiento terrible y un dolor inaguantable que me hizo perder la fe en la bondad divina y hasta pensar en el suicidio. Perdí toda ilusión en vivir y me encontré en un Madrid, recién llegado y sólo, sufriendo la mayor decepción que un ser humano puede soportar. No se puede querer de esa manera y de la noche a la mañana ver que todo ese mundo mágico y entrañable desaparece por completo de nuestro horizonte. Aún no he perdonado su inesperada traición y el que ese recuerdo que debería ser un hermoso episodio de mi vida, se convirtiera en una horrible pesadilla que acompañaba mis sueños y atormentaba mis días.

Un correo llegado de Cádiz, mi adorada claridad, me refiere una bella e increíble historia sobre el verdadero amor, que me ha hecho regresar a aquellos años de felicidad y posterior desventura y no he podido resistir acordarme de esa mujer, a la que no he vuelto a ver desde hace medio siglo, ni saber de su vida en su Vejer natal, junto al marido que fue el novio que se cruzó en nuestro camino y aprovechó sus cartas de hacendado .rico y mi ausencia para conquistar lo que era mío. Sé que perdió un hijo de l8 años, la misma edad que tenía el mayor de mis hijos entonces. Posiblemente, si no hubiera tomado esa decisión, a lo mejor Dios se lo hubiese conservado como hizo con el mío. Es una suposición, que me aterra hasta considerarla. Lo único que me pesa es que el tiempo que duró nuestras formalizadas relaciones, la respeté al máximo porque la quería con exceso y fue el otro el que se encontró a una mujer inmaculada hasta en mis pensamientos. Algo que hasta en aquellos tiempos resultaba inconcebible. Un amor, por supuesto, que nada tiene que ver con los amoríos y aventurillas más o menos pasajeras que hemos protagonizado. No obstante, puede haber personas que no hayan conocido ese amor tan especial y hasta me atrevería a asegurar que han tenido suerte por ello, pues se han evitado unos muy tristes recuerdos que nos acompañan y mortifican mientras vivamos y seamos capaces de recordar, aunque otra mujer más excepcional en todos los aspectos sea la compañera de nuestro presente y la esperanza y tranquilidad en el futuro más o menos largo.

Puede que ese gran amor juvenil que nos enamoró por primera vez y nos hizo descubrir los innumerables encantos y virtudes de una mujer, idealizada, respetada y amada al máximo, sin que intervenga la pasión y se alteren los sentidos, sea inolvidable precisamente por estas circunstancias y aunque desaparezca físicamente de nuestra vida la protagonista de ese episodio, siempre estará presente en nuestra mente y ocupará un lugar en nuestros más sublimes y amargados sentimientos.

Hoy, he recuperado la paz y la felicidad y me he reconciliado nuevamente con Dios por haber tenido la inmensa suerte de compartir mi vida con esta mujer que me ama, me acompaña y de la que estoy plenamente enamorado, a pesar de que dentro de unos meses se cumplan nuestros cincuenta años de casados. Ahora veo y comprendo que el destino me tenía reservado un futuro más venturoso y lleno de sinceridad lejos de esa mujer que tanto daño me hizo, y mis tres hijos viven felizmente casados y me han hecho el abuelo más dichoso del mundo. La historia que me llegó de Cádiz y me hizo recordar el pasado, es la siguiente:

Eran las 8,30 de una mañana muy agitada en un hospital, cuando un señor de unos ochenta años llega para que le saquen unos puntos de la herida en uno de sus dedos. Insiste en que tiene mucha prisa pues tiene una cita a las nueve. La enfermera, advirtiendo su nerviosismo, comprueba sus señales vitales y le ruega que se siente pues tardarán cerca de una hora en poderle atender. El paciente no cesa de mirar angustiado su reloj y viéndole en ese estado, la enfermera decide atenderle ella misma. Comprueba que está curado de su herida y mientras le atiende le pregunta si la cita es con algún doctor, ya que le veía muy preocupado.

El paciente le contesta que no, que necesita ir al geriátrico para desayunar con su esposa. La enfermera, algo sorprendida, le pregunta por el estado de salud de ella.

- Hace tiempo que sufre de Alzheimer.

- Pues entonces no se enfadará si llega un poco tarde.

- Hace tiempo que ya no sabe quién soy yo. No me reconoce.

- ¿Y sigue yendo cada mañana, aún cuando ella no sabe quién es usted?

El le cogió la mano y contestó.

- Ella no sabe quién soy yo, pero yo aún sé quién es ella.

A la enfermera se le escaparon unas lágrimas y quedó atenazada mientras le veía alejarse a toda prisa.

- Ese es el tipo de amor que quiero en mi vida,-pensó.

Dicen que el amor verdadero no es físico, ni romántico, es la aceptación de todo lo que es, ha sido, será y no será. La vida no consiste en saber como sobrevivir a una tempestad, sino como bailar bajo la lluvia.

Me recuerda esta historia, aunque no tenga los mismos ingredientes, a la famosa canción de la trágicamente desaparecida Cecilia, mi ídolo de aquellos años, titulada “El ramito de violeta”, con toda su carga de amor oculto y sincero que sólo una mente privilegiada y una voz llena de encanto han sido capaces de cantar y emocionarnos. Y ello demuestra que en las cuestiones del amor, del verdadero, aunque lo llevemos y sintamos en nuestra más estricta intimidad, a veces es el silencio el gesto más elocuente, cuando va acompañado de una mirada cargada de ternura o le acompañamos de esa flor y dedicatoria anónimas con la que pretendemos demostrarle todo nuestro cariño. La mujer se merece esto y mucho más porque es la sal de nuestra vida, a pesar de que a veces lleve mezclada algo de pimienta.


http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2477

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