jueves 20 de noviembre de 2008
La glorificación del pedigüeño
José Meléndez
P ARALELAMENTE a la crisis económica que nos estrangula (a unos más que a otros, como siempre) vivimos un momento de desquiciamiento político que en España podría llegar a la calificación de esperpento si no fuera indignante el comportamiento de los que ostentan el poder y lo sostienen. Y una de las muchas pruebas que viene ofreciendo el gobierno socialista y el partido que lo sustenta en ese sentido la tenemos en la reciente reunión en Washington del llamado G20, que ha resultado ser el G22 porque España ha llegado arrastrándose a esa cumbre y Holanda ha seguido su estela.
La convocatoria del G20 era un paso obligado e ineludible porque los acuerdos de Bretton Woods, firmados por los ganadores de la II Guerra Mundial hace sesenta años, se habían quedado obsoletos. Eran unos acuerdos diseñados para reparar el tremendo impacto que la larga y costosa guerra había hecho en la economía mundial y en la que, como siempre, los ganadores se llevaron la mejor tajada. En Bretón Woods nació un nuevo orden económico que no era adecuado porque muchas de las actuales naciones eran entonces colonias y fueron representadas por sus colonizadores. Pero una cosa es la imperiosa necesidad de esta cumbre y otra sus resultados. También como siempre, se han nombrado comisiones y subcomisiones; se ha puesto a trabajar a los expertos y se han acordado nuevas reuniones sin que esta haya producido ninguna medida verdaderamente sobresaliente, limitándose a pasar la pelota a los gobiernos de cada nación y acordando volver a reunirse en tres meses para ver como va la cosa. Pero medidas realmente importantes ha habido pocas. Apenas unos principios generales para controlar los mercados y dejar en manos de los líderes mundiales las medidas fiscales y el control de los bancos.
Pero eso no es lo que quiero resaltar en este artículo, que ya habrá expertos en economía que analicen la reciente cumbre y valoren los resultados que se vayan produciendo. Lo que a nosotros nos interesa es la aportación de España a ese gran problema y, sobre todo, la forma en que ha llegado a ella. En cualquier coyuntura de la vida cotidiana –y mucho más en política- hay que tener en cuenta dos factores principales: el interés y la dignidad. Es incuestionable que España debía estar presente en una reunión de ese calibre, por su posición económica y porque en sus treinta años de democracia ha sabido salir del aislacionismo y ocupar un destacado lugar en el concierto socio-político mundial. Pero los organizadores de la cumbre prescindieron de ella porque en los últimos cinco años de mandato socialista España ha perdido mucho del prestigio tan trabajosamente ganado, por errores imperdonables como el enfrentamiento con la primera potencia política y económica del mundo y las amistades peligrosas con personajes descalificados democráticamente.
Sin embargo, las tres semanas anteriores a la cumbre han sido un ejemplo de un constante mendigar para conseguir que José Luis Rodríguez Zapatero fuera invitado. El ministerio de Asuntos Exteriores en pleno y los resortes de la Presidencia se dedicaron a tocar todas las teclas posibles para vencer la resistencia de Estados Unidos –y de otros países- a que España fuera incluida en el G20, con una insistencia que raya en la humillación. Cuando alguien, sea una persona o un país, se cree con derecho propio a ocupar un sitio y este se le niega, la mas elemental regla de dignidad y orgullo le obliga a renunciar en vez de implorarlo. Zapatero no hizo eso. Consiguió que el presidente francés Nicolás Sarkozy le cediera un sitio de los dos a que tiene derecho y se sentó donde no le habían invitado, bajo la bandera de la Unión Europea y con su intervención limitada a ocho minutos para decir la obviedad que estaba en la mente de todos: la necesidad del papel regulador del Estado para evitar que la crisis se convierta en hecatombe. Y eso lo dice el presidente de una nación cuyos gobiernos expropiaron Rumasa para después sacar beneficio de sus despojos y cuya falta del control que ahora predica motivó los pestilentes asuntos de Gescartera, Afisa y Forum Filatélico.
“Te daré lo que quieras si me llevas a Washington”, le dijo Zapatero a Sarkozy. Y Sarkozy lo llevó a Washington e hizo posible que, después de cinco años, pisara el terreno vedado de la Casa Blanca, donde ya George Bush apenas tiene nada que ver. No lo hizo por amistad, que prácticamente no existe, ni por afinidad ideológica, puesto que uno y otro están en las antípodas del pensamiento político, sino porque Sarkozy se está trabajando a conciencia tomar el mando de la Unión Europea y necesita a su lado aliados que digan que si sin rechistar. Esa es la forma en que Zapatero ha llegado a Washington, representando a una España que había sido rechazada, para bochorno de los españoles.
Pero el PSOE debe creer –y, quizá con alguna razón- que los españoles son un rebaño de ingenuos que se creen todo lo que les dicen y ha puesto en marcha el poderosísimo aparato propagandístico del gobierno y el partido para intentar cambiar las tornas y glorificar al mendigante. La vicepresidenta Maria Teresa Fernández de la Vega –a quien la sola presencia de Soraya Sáenz de Santamaría la pone de los nervios- se ha descolgado con la siguiente perla: “El presidente Zapatero ha rescatado a España del rincón de la historia”. Pero, vamos a ver, ¿de qué historia habla?. La frase, además, es un plagio de la que pronunció José María Aznar antes de la célebre foto de las Azores y en aquel momento, aparte de su cursilería, tenía algo más de contenido porque Aznar había logrado que la voz de España tuviera eco en la Unión Europea y se reconociera mundialmente el milagro económico de su gobierno. Y Pepiño Blanco, por no ser menos, se ha lanzado a tumba abierta para decir que ¡Zapatero le ha mostrado al mundo las claves para resolver la actual crisis económica¡.
Las potentes terminales mediáticas del PSOE se han hecho eco inmediatamente de la consigna y se han entregado a difundirla y elogiarla con un entusiasmo digno de mejor causa. Pero en un país como el nuestro, que roza los tres millones de parados; que tiene un déficit público que el propio gobierno ha confesado que el año próximo llegará al 3 por ciento y que tiene la morosidad en hipotecas y créditos mas alta de Europa, en el que peligran las políticas sociales y está en riesgo hasta la Seguridad Social, no se puede decir que su presidente ha hecho en Washington de salvador de las economías mundiales cuando no puede serlo en su propia patria. Eso es tratar de vendernos otra vez la burra llena de mataduras. Una actitud que sería ridícula si no fuera indignante, que es peor.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4922
miércoles, noviembre 19, 2008
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