jueves, noviembre 27, 2008

Miguel Martinez, La imagen y las mil palabras

jueves 27 de noviembre de 2008
La imagen y las mil palabras

Miguel Martínez

A LGUNOS recuerdos de los años mozos, sin que se sepa por qué, perduran de forma especial en nuestras mentes. Treinta y tantos años después, uno recuerda multitud de imágenes de su etapa de colegial, y las recuerda con una nitidez que ya quisiera para las discusiones los hijos “¿que yo te dije que te lo podías comprar?” o para la lista de la compra, el día que ésta se queda pegada con un imán con forma de pizza en la nevera.

De aquellos tiempos, un servidor recuerda el día –tenía este que les escribe nueve años- que aquel entrañable cura que ya les he citado en alguna ocasión, el Hermano Victorino, nos comentaba una frase aparecida en un dictado: Más vale una imagen que mil palabras. Y recuerda este columnista que le pareció acertadísima la máxima, considerando entonces que cuán más fácil era mostrar una foto de lo que fuese, que tener que irlo describiendo con palabras, al margen de resultar evidente que jamás una descripción, por buena que fuese, gozaría de la fidelidad de la imagen. La foto era la plasmación real del objeto, mientras que toda descripción adolecería de la objetividad necesaria, no siendo más que una interpretación subjetiva del narrador. Así aparece en la foto ergo así es. Y no hay más vuelta de hoja. Esta claro. ¿O no?

Pues no. Ya no. Resulta que, de un tiempo a esta parte, las imágenes ya no tienen por qué corresponder a la realidad. Si bien siempre se ha podido trucar una fotografía, últimamente, con esto del PhotoShop cada vez podemos estar menos seguros de que lo que estamos viendo en una imagen corresponda realmente con el objeto o persona fotografiada.

¿Ejemplos? Los que quieran. Desde las imágenes de perfectos cutis de los anuncios de cremitas, en los que el técnico en PhotoShop elimina poros, arruguitas y vello rebelde en el entrecejo merced a la informática, hasta las fotos de campaña de nuestros políticos, en las cuales modelan sonrisas, iluminan ojos y difuminan patas de gallo.

Pero como sea que ya estamos acostumbrados a que la publicidad –y las fotos de campaña no son más que eso- manipule imágenes y magnifique virtudes del objeto publicitado, ya no nos sorprende que cuando vamos a ver el coche en el concesionario no se nos antoje ni tan grande ni tan elegante como el de la tele, o que cuando vemos a Aznar en persona, sea más bajito de lo que uno pudiera esperarse. Lo que sí sorprende –al menos a un servidor- es que prestigiosas publicaciones recurran al PhotoShop de forma alegre para alterar –siendo suaves, o manipular no siéndolo- imágenes y circunstancias como las que en los siguientes párrafos les describo.

Se llevan la palma en esto de la manipulación digital -ya los han pillado dos veces en poco tiempo- los franceses, quienes velan cuidadosamente por la apariencia de sus mandatarios. Así, el semanario París Match practicó una liposucción digital al michelín de Sarkozy, eliminándole la lorza que le aparecía en la cintura en unas fotografías en las que se veía a don Nicolás remando en una canoa con un crío. La aparición de la foto original, la de la lorza, ruborizó a Arnaud Lagardère, propietario de la revista y amigo de Sarkozy. No llegó a trascender si la eliminación de la lorza fue a petición de su poseedor, o bien fue un favor desinteresado de Monssieur Largardère. Y digo yo… ¿Por qué no puede tener una lorza un gobernante cuando la mayoría de mortales la tienen? Máxime en la posturita –sentado en una canoa- en la que don Nico fue fotografiado. ¿Es indispensable que un Presidente de la República luzca cuerpo Danone para que sea un buen gobernante? En cualquier caso, la supresión virtual de la lorza más parece un guiño de Lagardère a Sarkozy, por aquello de que son coleguillas y, qué quieren que les diga, quien tiene un amigo tiene un tesoro, aunque le cuelgue una lorzilla rebelde cintura abajo.

No es el mismo caso el del periódico Le Fígaro y la Ministra Francesa de Justicia, Rachida Dati, aquélla a la que un periódico marroquí relacionó de forma lúbrica con un señor con bigote que muy mucho me guardaré de citar aquí, que no está la economía como para que lo lleven uno de querellas por los juzgados –que con eso amenazó el susodicho a quien se hiciera eco del rumor, cosa que este columnista no hace ni por asomo- Ministra que, en una entrevista en la que replicaba a las críticas recibidas por un colectivo de 534 magistrados, aparecía en una magnífica foto en la que -se supo después- se había sustraído a la vista de los lectores un pedazo de anillo de oro gris y diamantes, valorado en 15.600 euros. Numerosos medios de prensa escrita recogieron posteriormente las dos fotos, la del antes y la del después del retoque. La redactora jefe de Le Fígaro asumió la responsabilidad del lavado de dedo, alegando que las dimensiones del anillo bien podrían distraer la atención de los lectores, en perjuicio de la protagonista de la imagen. Un servidor no se cree la excusa, que si bien el anillo es de tamaño considerable, más lo son esos ojazos –preciosos, dicho sea de paso- de la Rachida y no le han puesto un parche de pirata para que no nos despistemos.

Si el motivo es que no se vea el anillo por aquello del qué dirán, que si un anillo tan caro con tanta crisis, no sé lo que opinarán mis queridos reincidentes, pero un servidor piensa que a ver por qué una señora –Ministra o no- no va a poder lucir un anillo de dos millones y pico de pelas si los tiene y le apetece. ¿O es que vamos a hacerle un listado a la Ministra de en qué puede y en qué no gastar su sueldo?

A menos que el anillo sea de compromiso y se lo haya regalado el misterioso padre de su hijo –que no tiene por qué tener bigote, insisto- y se lo han eliminado para evitar nuevas –o viejas- especulaciones y suspicacias.

En cualquier caso, parece que va llegando el momento de explicarles a los más jóvenes que sí hubo un tiempo en el que una imagen valía más que mil palabras.

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

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