jueves 27 de noviembre de 2008
La Cruzada
Óscar Molina
L A Cruzada consiste en que una Ministra súper estupenda se haga fotos divina de la muerte delante de un mural que, al parecer, simboliza el desprecio a la violencia contra las mujeres. La Cruzada es eso, gestos. Numeritos horteras que quedan muy de la República Independiente de tu Ministerio, pero no sirven para nada. Lo mismo da, el caso es que haya un tufillo moderno-minimalista, y que quede original. Hay que demostrar que los nuevos cruzados son distintos, encantados de haberse conocido y tremendamente caros a una política de artificio que no aún no ha salvado a una sola mujer de las garras de sus asesinos, pero que queda guay.
Tras la inauguración del mural, los maltratadores ya no duermen tranquilos. Sus conciencias se estrellan contra esa superficie plana de insobornable modernidad, contra su mensaje inequívoco de “tolerancia cero”. No hay nada como un buen mural pintado en domingo con su ministra paritaria de maestra de ceremonias posando monísima, para acongojar a los asesinos de mujeres. El matón de sala de estar que no se estremezca ante semejante mensaje, no puede ser sino un fascista. Propongo que en las escuelas sustituyamos los crucifijos por fotos del adefesio, para que nuestros niños vayan sabiendo que la nueva era es de colores, es divertida, no necesita más fe que la que entra por los ojos y dibuja un futuro que pertenece a lo joven y aparca lo viejo.
Los que pegan y matan mujeres no comprenden los murales, hasta ese punto llega su fascismo. Mientras, los observadores facciosos piensan que los murales sólo sirven para tapar el creciente número de mujeres que siguen muriendo a manos de hombres a los que se las trae floja la pared. Hay que reeducar a la gente; la Cruzada es eso, poder comprender el efecto mural, explicarlo y que sea comprendido, que la forma sea fondo y que el fondo dé lo mismo. Empecemos por la Historia.
Hagamos, como pide Cristina Almeida, tremenda pira con los libros de los historiadores que no nos gustan. La Cruzada es tolerante, es la tolerancia misma, pero no permite anatemas. No consiente libros que digan que la catacumba no era pura, no transige con que se escriba nada que contradiga la enésima película de milicianos alegres, soñadores y de espíritu inmaculado luchando contra siniestros representantes de la derecha rancia y asesina. Que comience el auto de fe, que los libros de los mentirosos se hagan cenizas, que Almeida oficie de sacerdotisa y recupere la relevancia perdida y añorada. Que no sobreviva, ni pueda instalarse en la memoria de nadie, la menor traza de que los malos no eran malos y los buenos no eran buenos. Quememos, rompamos cristales y acabemos todos postrados ante el mural, rezando nuestros nuevos salmos laicos. Acabemos la oración diciendo “…y líbranos del fascio. Amén”
Seamos sinceros y explícitos. No ocultemos nuestras fantasías sexuales, nuestros deseos ocultos, nuestros sueños prohibidos. Hablemos de ellos, como Almudena Grandes. Imaginémoslos mientras escribimos, creamos verlos hechos realidad, colmemos nuestra líbido con letra escrita. Pero no demos puntada sin hilo, seamos martillo de herejes, y aprovechemos el onanismo de teclado para atribuir nuestro anhelo de macho sudoroso en piedra arrojadiza contra la monja retrógrada. Si nos hemos visto condenados a la abstinencia por despertar menos apetencia que el sobaco de un mono, hagamos de esa necesidad insatisfecha virtud de cruzado.
Sin mala conciencia, el rechazo a la violencia de género, el desprecio al machismo y la condena a los violadores no han de beneficiar a sacrílegas, ni protegerlas. Ellas no entienden los murales.
Dios, nuestro nuevo Dios sin Dios, lo quiere.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4938
jueves, noviembre 27, 2008
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